Capitulo 7: Grupos

Pov Zendo

Armand entró sin levantar la voz, pero con esa energía rara que tienen los que aman lo que hacen. Caminaba como si pisara sobre teoría pura, y al dejar su carpeta sobre el escritorio, la mirada se le iluminó un poco.

Es loco, porque no es que sonriera... pero disfrutaba. Se notaba en cómo respiraba antes de hablar.

Hoy vamos a trabajar uno de los fundamentos: el Moldeado

Dio un paso al costado, casi ceremonioso.

—Hoy van a percibir. No con los ojos. Con la piel, con el pecho. Con eso que todavía no entienden... pero que ya está ahí.

Illya enderezó la espalda. Charlotte dejó de contar en los dedos como si hubiese llegado a una conclusión exacta. Kan... ni se inmutó. Como siempre.

Yo no sé qué esperaba, pero tenía una mezcla rara entre ansiedad y cosquilleo. No de miedo, sino de... ¿Y si me sale? ¿Y si me leen más de lo que quiero mostrar?

Armand empezó a llamar por apellido, como si estuviera repartiendo piezas para un rompecabezas.

—Troen... Becker.

Mireya giró la cabeza con precisión milimétrica, como si ya supiera que iba a ser nombrada. Becker, en cambio, apenas se movió, pero el aire pareció pesar más a su alrededor.

¿Qué? ¿Troen con Becker?

No pude evitar soltar una sonrisa por dentro.

¿Esto es un emparejamiento o una apuesta?

Ella parece hecha de ángulos rectos y ecuaciones. Él, de concreto, golpes y "no me rompas las pelotas".

—Frente a frente —dijo Armand, señalando el centro del aula—. No intenten ganar. No hay victoria acá. Solo verdad.

Armand se acomodó frente a nosotros con las manos cruzadas, como si estuviera a punto de contar un secreto muy bien guardado.

—El usuario aprende a dar forma a su aura mientras aún está en contacto con su cuerpo. Eso es Moldeado. —Hizo una pausa, como si dejara caer el peso de la frase sobre el aula entera—. No es canalización. No es técnica de ataque. Es el momento en que el aura y ustedes todavía son uno solo.

Caminó unos pasos hacia el centro, sin levantar la voz.

—Hoy, su tarea es simple y frustrante. Cada uno deberá moldear un número. Cualquier número. Visualícenlo, siéntanlo, e intenten formarlo con su aura desde el interior.

Algunos bajaron la mirada. Otros se tensaron. Yo... bueno, la palabra "simple y frustrante" ya me sonó a rutina.

—Y sí —dijo, como si nos leyera la mente—, la mayoría no va a poder hacerlo.

Entonces giró levemente la cabeza y agregó:

—Tóquense las manos. Troen, Becker, vamos.

Mireya y Nils se miraron apenas un segundo antes de estirar los brazos. El contraste era hermoso y raro. Como ver a un piano de cola y a un yunque intentando afinarse.

—Sí, sí, así —comentó Armand, y por primera vez sonrió, apenas—. El amor no los deja pensar, pero ustedes tranquilos.

Algunos nos reímos. Becker no. Mireya tampoco.

—Uno de ustedes va a moldear —continuó—, el otro va a sentir. Y luego se van a invertir.

Caminó entre las filas, sin apuro.

—Pocos van a lograr sentir algo. Menos todavía van a moldear. Pero eso no importa hoy. Lo importante es... saber cómo se siente el aura del otro.

Se detuvo.

—Formen pareja.

Me giré apenas y, como era esperable, Illya ya estaba ahí, ofreciéndome su mano con esa sonrisa de "esto va a estar bueno" que siempre me contagia.

Charlotte emparejó con Kan sin decir palabra. Charlotte, la mente analítica. Kan, la espada muda. Otro dúo que parecía sacado de un cuento mal escrito y sin revisar.

Y aunque tenía a Illya enfrente, con su luz cálida que siempre me hace sentir en casa...

...la verdad es que tanto ella como yo estábamos mirando hacia el fondo, donde Troen y Becker ya estaban con las palmas juntas.

Algo en esa combinación... no se podía dejar de mirar.

Me senté frente a Illya, pero no empecé de inmediato.

Había algo en la esquina del aula que me tenía más atento: Troen y Becker.

Mireya le hablaba. No sé qué le decía, pero se notaba que intentaba explicarle con calma. Era directa, pero paciente. Como una entrenadora que no da discursos, sino instrucciones claras.

Becker no decía nada. Más cerrado que caja fuerte de banco. Inmóvil, casi hostil. Pero...

Algo cambió.

Su expresión, primero dura como piedra, empezó a aflojarse. Sus cejas bajaron apenas, y en vez de tensión... hubo otra cosa.

—¿Eso fue una respiración profunda?

Lo miré fijo. Estaba seguro. Becker... había sentido algo.

Y no fue menor: movió las manos, casi con torpeza, pero con una energía rara. Como si por primera vez en mucho tiempo hubiera sentido algo dentro de él que no era enojo ni cansancio.

Mireya sonrió. No fue una sonrisa exagerada. Fue como esas sonrisas que salen solas cuando te das cuenta de que algo valió la pena.

Yo me quedé unos segundos más viéndolos. Fue como ver dos cables pelados que, contra todo pronóstico, hicieron contacto sin estallar.

—Zendo —dijo Illya, bajito.

Me giré.

Y fue como volver a casa después de años.

Illya tenía sus manos extendidas hacia mí, y sus ojos brillaban con un tono verde esperanzado. Su aura, normalmente suave, ahora tenía un resplandor dorado, como si una chispa de fe estuviera flotando entre sus dedos.

Y de repente, lo sentí.

Una calidez me envolvió el pecho. No era fuego. No era energía. Era... abrazo.

Como si alguien me envolviera los hombros y dijera sin decir: "Ya pasó. Estás bien."

Por un segundo, sentí lo que sentía de chico cuando mi madre me tapaba después de un mal sueño.

—Estoy moldeando —dijo Illya con voz suave, casi emocionada—. ¿Lo sentís?

La miré a los ojos. No hacía falta decir nada. Esa aura suya... no tenía grietas. Solo luz.

Todo va a estar bien.

Lo pensé. Lo creí. Y por primera vez desde que entré a F.I.N.A.L., lo sentí de verdad.

No sabía si estaba emocionado... o tocado por dentro.

Pero algo se me movió cuando sentí el aura de Illya.

—No veo que estés moldeando un número —le dije, con una sonrisa sincera—. Pero tu aura... es cálida.

Illya bajó un poco la cabeza, como si se sonrojara.

—Gracias —dijo—. Es tu turno. Dime qué sentís.

Respiré profundo, como si eso me ayudara a juntar lo que no sé controlar todavía. Cerré los ojos un segundo, me concentré... y dejé que algo dentro de mí se activara.

Canalicé sin forzar, dejando que mi energía fluyera, con la misma sensación de cuando corro y el cuerpo entra en ritmo solo.

Illya frunció el ceño.

—¿Hice algo mal? —le pregunté, preocupado.

—No... no es eso —dijo, abriendo los ojos grandes—. Es que tu aura es... intensa. Como si desprendieras energía todo el tiempo.

Me reí, incómodo pero feliz.

—Capaz nunca aprendí a apagarla.

Y justo cuando iba a seguir el momento, giré la cabeza y los vi.

Kan y Charlotte, frente a frente, como dos estatuas que están a punto de pelearse... o besarse... o autodestruirse.

Charlotte tenía los ojos entrecerrados, y Kan movía apenas una ceja como si fuera todo un evento.

Me agarré la cara con una mano y solté:

—Es como si dos piedras tuvieran aura...

No pude evitar largar una carcajada corta. Illya se rio también.

Así terminó el ejercicio. Armand nos dejó una última frase antes de salir del aula:

—El aura no se aprende. Se revela. Lo único que pueden hacer ustedes... es estar presentes cuando eso pase.

Y con eso, la clase A cerró su día.

Al otro lado del pasillo, la puerta del Aula B seguía cerrada.

Desde afuera, solo se oían pasos firmes, como si alguien marcara el ritmo sin levantar la voz.

René lo sentía.

El aura se movía en el ambiente, como humedad en las paredes. No necesitaba mirar a nadie para saber qué estaban sintiendo. Algunos ansiosos, otros curiosos... uno o dos, genuinamente emocionados.

El problema era que no le interesaba.

Estaba sentado, derecho, con los dedos de ambas manos entrelazados sobre las rodillas. La capa le rozaba los talones.

A su lado, Otto hablaba. Como siempre.

—Dicen que el aura de uno refleja lo que uno carga —murmuraba—. ¿Te imaginás lo que debe ser la mía después de tanto intentarlo? Seguro parece un balde lleno de ganas rotas... ¡Pero de los buenos, eh!

René no respondió. Ni siquiera giró la cabeza.

Al frente, el instructor les pedía que empezaran a moldear. La misma consigna que al otro lado del pasillo. Sentir. Leer. Compartir.

Otto estiró las manos con entusiasmo. René dudó. Solo por un instante.

¿Para qué? ¿Para qué sentir algo que no va a quedarse?

Apretó los dientes.

Pero entonces... la escuchó.

Turay.

Su voz, como una brisa entre paredes rotas.

—Renny... él no va a romperte.

René giró apenas la cabeza.

Otto seguía ahí, sonrisa torcida, manos extendidas. No tenía idea de lo que pasaba dentro de René. No necesitaba saberlo. Solo... estaba.

René levantó las suyas. Las apoyó sobre las de Otto. Sintió el calor. La vibración. El leve impulso.

—¿Sentís eso? —preguntó Otto.

René no respondió de inmediato. Su mirada recorrió el aula.

Astrid, perfecta y sin grietas, tocaba las manos de su compañera sin alterar ni una fibra de su postura.

Luca se reía bajito con alguien. Probablemente, algún chiste que solo él entendía. Pero sus dedos estaban firmes. No se distraía.

Lucien murmuraba algo en su lengua vieja mientras trazaba símbolos con los dedos. No miraba a su compañero. Lo estaba invocando a él mismo.

Liesbeth no decía nada. Solo tenía las palmas tensas, como si sujetara herramientas invisibles. Hasta el aura la obedecía en silencio.

René suspiró.

—Sí —respondió por fin—. Siento algo.

Pero no lo decía por el aura.

Lo decía por ella.

—¿Qué piensas, Turay? ¿Se va a romper también? —preguntó, mirando a Otto sin mirarlo de verdad.

La voz le respondió desde algún lugar que no tenía nombre:

—No. Este... va a pegarse a vos.

René esbozó algo parecido a una sonrisa. Apenas.

—Qué problema.