Capitulo 9: A y B

Pov Armand

Me toca la Clase B hoy.

No es como la A.

No hay risas sueltas ni esa energía desordenada que llena los pasillos.

Acá todo se mueve más lento, más contenido. Como si cada uno estuviera cuidando algo que no quiere mostrar todavía.

Camino hacia el salón sin apuro. La puerta de acero resuena apenas cuando la empujo. Adentro ya están todos. En formación, aunque no se los haya pedido.

Ahí están.

Otto Brandt, con esa espalda recta que no le pertenece a un novato, ni a su edad. Sigue mirándolo todo como si no creyera haber llegado hasta acá.

Lucien Veil, inmóvil, pero con los ojos encendidos. No parpadea, pero registra todo. Me mira como si supiera que yo también tengo algo que ocultar.

Liesbeth Delambre está anotando algo. Siempre está anotando. Aunque nadie hable. Aunque no haya empezado la clase.

Luca Sorelli mueve los pies, inquieto. Esa energía suya se desborda incluso cuando intenta quedarse quieto. Parece que va a explotar en cualquier momento.

Y, por supuesto, ellos dos.

Astrid Falk, postura perfecta, cara neutra. No hay emoción, ni interés. Solo una conciencia absoluta del lugar que ocupa y de cómo ocuparlo.

René Allard, observando al grupo como si estuviera a punto de corregirlos a todos. Hasta su forma de pararse es crítica.

Me detengo en el centro del salón.

—Muy bien, muchachos —digo con voz clara, sin subir el tono—. Hoy van a aprender Reforzamiento Corporal.

Un murmullo silencioso se cruza entre las miradas.

La mayoría levanta la cabeza. Hay un brillo de “por fin algo útil” en sus ojos.

Menos en Astrid.

Ella mantiene la misma expresión indiferente. Como si ya supiera esto. Como si lo hubiera leído, practicado y superado hace años.

Sigo.

—El reforzamiento corporal es el primer paso para volver el cuerpo un arma sin necesidad de técnicas complejas.

El aura fluye a través de músculos, huesos, piel.

Les permite resistir golpes, moverse más rápido, y golpear con más fuerza.

Camino entre ellos mientras hablo. Nadie se mueve.

—No es una habilidad espectacular. Nadie va a aplaudirlos por reforzar un antebrazo.

Pero si no dominan esto…

—me detengo un segundo, frente a René—

...todo lo demás se va a romper antes de empezar.

René apenas asiente. Ya lo sabía. O cree que lo sabía.

Miro a Otto. Él no baja la vista, pero sé que está nervioso.

Y eso me gusta. Me gusta ver a alguien que no se cree mejor que el entrenamiento.

—Vamos a empezar con algo básico —les digo, y doy dos pasos hacia atrás—. Canalicen su aura en un solo brazo.

Quiero ver cómo lo hacen. Y más importante: quiero ver qué muestran sin querer.

El salón respira quietud. Puedo sentir el aura de todos, apenas temblando en el aire. Y a pesar de la frialdad del grupo, hay algo en mí que se enciende.

Amo enseñar esto.

No dar clase. No seguir un programa.

Amo enseñar aura.

Porque el aura no miente. No se disfraza. No le importa tu apellido ni tu historia. Solo responde cuando el alma se alinea con algo que la hace vibrar.

—Canalicen su aura en un brazo —repito, y no puedo evitar sonreír un poco—.

No piensen en poder. Piensen en propósito.

Otto es el primero en intentarlo.

Claro que sí.

Cierra los ojos un segundo. Respira hondo. Y ahí está. Tosca, torpe, pero honesta, su aura empieza a concentrarse en su brazo derecho. Tiembla. Se expande y se retrae como una cuerda floja. Pero está viva.

—No está mal, Brandt —le digo—. Vas a tener que ajustar la respiración, pero tu flujo es sincero.

Otto asiente, con esa mezcla de vergüenza y orgullo que sólo tienen los que siguen intentando aunque no se vean como guerreros.

René suspira. No disimula el fastidio.

—¿Puedo continuar yo? —pregunta, como si el tiempo le perteneciera.

Le hago un gesto. Adelante.

René extiende el brazo como un espadachín de manual. Ni un músculo tenso fuera de lugar.

El aura brota con precisión matemática. Nada de explosiones. Nada de emoción.

Pura eficiencia.

Y sin embargo…

No hay calor.

—Excelente control —digo—. Aunque demasiado racional. Si tu brazo fuera una orden, la cumpliría. Pero no lucharía por vos.

Él gira apenas la cabeza.

—No necesito que me protejan. Solo que obedezcan.

Así habla. Como si el aura le debiera algo. Como si el resto del salón estuviera interrumpiendo su clase personal.

No respondo. Lo dejo estar.

Camino hacia Astrid.

Ella ya lo hizo. No pidió permiso. No esperó mi señal.

Su brazo está envuelto en un halo tenue, elegante, perfecto.

No hay vibración, ni errores. Pero tampoco hay emoción. Es como si su aura simplemente… aceptara ser útil.

No muestra nada. No se quiebra, no se afirma.

Solo está.

Y eso me dice todo.

No le digo nada. Ella tampoco me mira. El respeto entre nosotros es silencioso.

Lucien sonríe, casi como si disfrutara el espectáculo más que el ejercicio.

Liesbeth sostiene su brazo frente a ella, y veo cómo lo estudia mientras canaliza, como si fuera un experimento más.

Luca hace fuerza de más. Obvio. Pero la fuerza que tiene… no es normal. Va a necesitar dirección, pero tiene con qué.

Los miro uno a uno y mi pecho se llena.

No de orgullo.

De fascinación.

Porque cada uno, al canalizar su aura, está revelando cómo se ve a sí mismo cuando nadie los está mirando.

Y esa es la clase que vine a dar.

Los observo en silencio.

No pensé que llegaríamos tan rápido a esto.

La mayoría logró canalizar el aura en un brazo en apenas minutos. Algunos con torpeza, otros con elegancia. Pero lo lograron.

Una parte de mí sonríe por dentro. Otra, se enciende con una chispa de exigencia.

—Bien —digo, cruzando los brazos frente al pecho—. Ahora vamos a reducir la zona.

Los miro uno por uno. Mi tono se vuelve más firme.

—Canalicen su aura en un solo puño.

No el brazo. Solo el puño.

Y quiero que lo hagan sin cerrar la mano al principio. Nada de tensión. Solo control.

Se produce un silencio tenso.

Sé que es mucho más difícil. Cuanto más pequeño el foco, más exige el flujo.

Más revela.

Astrid lo hace sin hablar. Simplemente lo hace.

La concentración de su aura se ajusta como si lo hubiera hecho cien veces.

Sus dedos tiemblan levemente, pero no por descontrol, sino por la fuerza contenida.

No le digo nada. Ella tampoco lo espera.

Otto respira hondo. Extiende la mano. El aura avanza despacio, irregular, como un líquido espeso. No lo logra en el primer intento. Tampoco en el segundo. Pero no se rinde.

En el tercero, sus nudillos empiezan a emitir una vibración tenue. No es limpio.

Pero es suyo.

—Eso es —le digo en voz baja—. No lo apures. Sentilo.

René, en cambio, está tenso. Lo intenta una vez. El flujo se le va al antebrazo.

Aprieta los dientes.

Lo intenta otra vez. El aura se divide mal, se dispersa.

Frunce el ceño.

—Maldita sea… —murmura. Casi imperceptible. Pero yo lo escucho.

—Relajá el control —le sugiero—. No todo se trata de fuerza.

—No estoy usando fuerza —me responde, sin levantar la voz, pero con el orgullo sangrando por dentro.

No tolera fallar.

Menos frente a los demás.

Menos cuando Astrid lo logró sin pestañear.

Lo dejo pelearse con su propio ego. Lo necesita.

—Siguiente reto —digo, dejando que la incomodidad se disuelva sola—.

Ambos brazos. Al mismo tiempo.

Pero esta vez quiero precisión.

Quiero 50% del flujo en cada brazo. Si uno tiene más que el otro, lo voy a notar.

Sé que este ejercicio los va a romper un poco.

Dividir el aura con esa precisión es como intentar respirar con un solo pulmón en cada lado.

El cuerpo quiere elegir un dominante. La mente también.

Astrid cierra los ojos. En segundos, sus dos brazos se envuelven en un resplandor parejo.

Perfecto. Irritante, incluso.

Otto tarda más. Mucho más. Tiene que repetir el proceso desde cero. Su lado derecho se refuerza más que el izquierdo.

Lo corrijo. Él asiente. Lo intenta de nuevo.

No se rinde.

René...

René explota por dentro.

Su brazo izquierdo se refuerza rápido. El derecho no responde igual. Lo intenta corregir. Falla.

Inhala profundo. Exhala por la nariz. Lo vuelve a intentar.

La mandíbula apretada. La mirada tensa.

No quiere preguntar. No quiere mostrar debilidad.

Pero lo está sintiendo.

Y por primera vez en toda la clase...

mira a Otto.

No como alguien inferior.

Sino como alguien que no está cayendo, a pesar de no tener nada a favor.

Y eso, lo sacude.

Sigo caminando entre ellos mientras intentan equilibrar el flujo.

Liesbeth, que hasta ahora había mostrado más control mental que físico, está completamente perdida.

Sus brazos tiemblan, pero no por esfuerzo físico, sino porque su mente no consigue resolverlo.

Intenta racionalizar cada movimiento, como si canalizar aura fuera una fórmula que no termina de cerrar.

Me acerco despacio.

—¿Te puedo ayudar?

Ella asiente sin levantar la vista. Tiene la mandíbula tensa, como si estuviera fallando en un examen.

—Pensalo así —le digo—. Tus brazos son como los brazos de un robot. No pueden moverse si la energía no se distribuye igual en cada uno.

Si uno recibe más voltaje que el otro… todo se descompensa.

El aura es tu energía. Pero también tu lenguaje.

Ella pestañea. De golpe, algo en su mirada cambia.

No entiendo del todo qué visualizó, pero lo logra.

El flujo se equilibra, torpe pero estable.

Asiente. Pequeño movimiento.

Y me suelta un:

—Gracias, profesor.

No lo dice como algo automático. Lo dice en serio. Y eso… se siente bien.

A unos metros, Luca Sorelli grita:

—¡SÍIIIIII! ¿QUIÉN ES TU PAPI?

Varios se ríen. Astrid no se inmuta. Otto lo mira como si no entendiera si es una celebración o una amenaza.

Luca salta sobre sí mismo, con los brazos encendidos, las venas marcadas.

No es elegante. No es controlado.

Pero lo logró.

Y lo sabe.

René lo escucha.

Y no dice nada.

Pero yo veo cómo aprieta los dedos. Veo el temblor casi invisible en su ceja izquierda.

Le molesta. Mucho.

¿Cómo puede ser que alguien como Luca, bruto, caótico, simple, haya logrado eso antes que él?

Y entonces lo siento.

Un cambio en su energía.

No es visible. No hay aura explotando.

Es una corrección profunda, interna, fina como el hilo de un cirujano.

Y por un instante... su aura se alinea.

Sus brazos se activan al mismo tiempo. Preciso. Sin fluctuaciones.

Perfecto.

No entiendo cómo lo hizo. Pero lo logró.

Miro su expresión. No hay orgullo. No hay alivio.

Hay algo... nuevo. Como si hubiese hablado con alguien que no está en el salón.

Y no tengo pruebas. Pero sé que no fue solo técnica.

Sé que alguien más lo guió.

No oigo la voz. Pero siento la sombra.

René baja los brazos. La respiración todavía agitada, pero el aura estabilizada.

No hay ningún gesto de celebración.

Solo una exhalación larga. Un susurro apenas audible.

—Gracias, Turay...

Lo dice como si se lo dijera a sí mismo.

Como si nadie más estuviera ahí.

Como si la voz en su cabeza fuera lo único real en ese momento.

Pero no está solo.

—¿Quién es Turay? —pregunta Otto, sin malicia, desde el otro lado del grupo.

Lo hace en voz alta, sin filtro.

Es sincero. Curioso.

René se tensa. Todo su cuerpo se cierra como una trampa.

—¿Qué?

—Eso... lo que dijiste recién. “Gracias, Turay.” ¿Quién es?

El aire se vuelve más denso.

Lucien levanta una ceja, atento. Luca deja de reír. Liesbeth frunce el ceño, como si analizara algo. Astrid no se inmuta, pero está escuchando.

René aprieta los puños, el aura vibrando apenas sobre sus nudillos.

—No es de tu incumbencia, Brandt.

Otto parpadea. No esperaba molestarlo.

—Solo pregunté. No hace falta que te pongas así.

—No preguntes lo que no entiendés.

René se da vuelta, cortando la conversación de forma tajante.

Pero su aura sigue... agitada.

No le gustó que lo escucharan. No le gustó verse vulnerable.

Y yo, desde el centro del salón, no intervengo.

Porque a veces, lo más valioso que puedo enseñarles…

es cómo se quiebran cuando dejan de controlar.

Observo cómo el grupo se disuelve, cada uno bajando la intensidad, relajando el aura poco a poco.

René se queda unos segundos más en su lugar. Otto lo mira con cautela. Los demás vuelven al silencio.

Todo vuelve a ese equilibrio tenso que define a la Clase B.

No hay aplausos. No hay risas.

Pero hay progreso.

Y eso, para mí, es oro.

Porque lo que vi hoy… no es común.

Una clase que logra equilibrar el flujo de aura en ambos brazos en la primera sesión real.

Chicos que no entienden del todo lo que tienen dentro, pero que están despertando sin darse cuenta.

Astrid es precisión pura. Lucien, un acertijo. Liesbeth, potencial en bruto. Luca, una chispa esperando dirección. Otto, voluntad sin descanso.

Y René…

René es una tormenta contenida. Y me preocupa tanto como me intriga.

Sí, esta clase tiene un potencial enorme.

Tal vez incluso más que la A.

Y sin embargo...

Con la Clase A me divierto más.

No lo digo por menospreciar.

Es solo que con ellos todo es más ruidoso. Más torpe. Más humano.

Illya preguntando sin parar. Zendo intentando golpearse la frustración. Charlotte conectando ideas como si respirara lógica.

Con la Clase B todo es perfecto, medido, incómodo.

Pero con la A… hay vida. Hay error. Hay emoción.

Y la emoción, cuando se cruza con el aura…

es lo que transforma al potencial en poder.

Cierro la carpeta. Miro el reloj.

Hora de ir a ver qué desastre dejaron esta vez.