Todo estaba en completo silencio. Las celdas apenas respiraban, y el aire era tan frío como el vacío que sentían por dentro. El padre de Cárter, Kael Brawn, se mantenía firme, aunque sus ojos reflejaban un peso silencioso. Mientras tanto, hablaba con el prisionero de la celda vecina, buscando una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
—Me llamo Kael Brawn, ex capitán de la milicia —se presentó con voz ronca pero segura—. ¿Y tú?
—Me dicen Reimon —respondió el prisionero, con la mirada clavada en el suelo—. No sé quiénes fueron mis padres. Me crié solo en las calles de mi planeta… y solo quiero salir de este lugar lo antes posible.
Kael asintió con comprensión.
—Lo lograremos, pero hay que tener paciencia.
Mientras tanto, Lyara, la madre de Cárter, seguía profundamente dolida. Sus ojos no dejaban de mirar el rincón donde solía sentarse su hijo. Alis, en cambio, apenas podía contener la impaciencia. Pensaba constantemente en Cárter… en la promesa que se hicieron de niños.
Cuando llegó la hora del desayuno, Kael se puso en posición.
—Prepárense —susurró.
Los guardias entraron como de costumbre, pero apenas lo hicieron, Lyara y Kael se abalanzaron sobre ellos. Alis se sumó, corriendo con rapidez y noqueando al segundo guardia con precisión. Tomaron sus trajes y tarjetas de acceso. Salieron de la celda con cautela y Kael se acercó a Reimon.
—Vamos, es hora.
Ya afuera, Kael les explicó el resto del plan. Tendrían que dividirse en dos grupos: él iría con Reimon a rescatar al rey Solian y a la reina Aurea, mientras que Lyara y Alis se dirigirían a las cápsulas de escape. El objetivo era claro: evitar a los guardias, abrir las puertas con las tarjetas y escapar lo más rápido posible.
Para no levantar sospechas, Kael fingió que llevaba a Reimon como un prisionero común. Se acercaron a la celda real, pero el acceso requería una tarjeta especial: la del capitán de la nave.
—Tendremos que improvisar —murmuró Kael—. Reimon, ¿puedes entrar por los ductos?
—Lo intentaré —respondió el prisionero.
Kael lo levantó y lo empujó con fuerza por el estrecho ducto de ventilación. Reimon se arrastró por los túneles metálicos hasta llegar sobre la celda. Silbó suavemente. El rey lo oyó, se acercó y ayudó a quitar los tornillos.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Solian.
—No hay tiempo —dijo Reimon—. ¡Salgan de aquí rápido!
Guiados por Reimon, el rey y la reina se arrastraron por los conductos hasta salir a un pasillo lateral. Pero justo en ese momento, el capitán de la nave los vio.
—¡Escapan! ¡Alerta!
Todos corrieron hacia la zona de cápsulas. Al llegar, Solian y Aurea vieron a Alis y se fundieron en un abrazo.
—No es momento para eso —dijo Alis, con lágrimas en los ojos—. ¡Vamos!
Tomaron las armas de los guardias noqueados y abrieron la puerta. Pero los enemigos ya venían en camino. Kael, sin pensarlo dos veces, empujó a Alis y a Reimon dentro de las cápsulas.
—¡Váyanse! ¡O todo habrá sido en vano!
En ese momento, Kael miró al rey con firmeza.
—No importa lo que pase… yo soy su guardia personal. Lo protegeré hasta la muerte.
El rey negó con los ojos brillantes por la emoción.
—Deja de decir tonterías, Kael. Tú no eres solo un guardia… ni un capitán. Eres mi mejor amigo.
Kael sonrió. Luego miró a Reimon y le dijo:
—Fuiste un buen vecino… uno de los buenos.
Reimon intentó hablar, pero solo pudo soltar una lágrima silenciosa.
Alis, desde la cápsula, vio a sus padres una última vez.
—Papá… mamá…
Solian y Aurea la miraron con dulzura.
—No te preocupes, hija —dijo Solian—. Sobreviviremos. Y pase lo que pase…
—…Te amamos —añadió la reina.
Las cápsulas se cerraron y, con un estruendo, se dispararon al espacio. Solo quedó el silencio… y el vacío que se coló en el corazón de Alis.
Ella lloró sin consuelo. Había perdido a Cárter. A sus padres. A los padres de su mejor amigo. Ahora estaba sola.
Lo único que la acompañaba era la soledad y el dolor que resonaban dentro de ella como un eco eterno.
Y así, entre lágrimas y oscuridad, termina el segundo capítulo.