Capítulo 5: Ecos del amanecer

El sol apenas tocaba el horizonte cuando el frío comenzó a ceder. Una tenue luz color ámbar se filtraba entre los pliegues de la lona improvisada. Era un nuevo día, aunque nadie ahí sabía qué significaba exactamente eso.

Lucas abrió los ojos con lentitud. El dolor de cabeza era punzante. Había dormido apenas una o dos horas, lo justo para que su cuerpo no colapsara, pero no lo suficiente para olvidar.

El aire se sentía pesado, aunque la brisa era más suave que la noche anterior. La niebla persistía, flotando como una memoria borrosa entre los árboles y las piedras cubiertas de escarcha.

Iker ya estaba despierto. Sentado sobre una roca, limpiaba sus lentes con un pequeño pañuelo. Tenía ojeras marcadas, y aunque su rostro no mostraba miedo… tampoco mostraba paz.

—Sobrevivimos —dijo sin mirarlo, como si se lo dijera a sí mismo.

Lucas se incorporó con lentitud, abrochándose la chaqueta.

—¿Tú dormiste?

—No mucho. Pero lo suficiente.

Ambos sabían que hablar más de la cuenta los haría quebrarse. Así que se limitaron a guardar sus cosas. Iker enrolló con cuidado la lona, revisó sus tubos de ensayo y anotó algo en una libreta húmeda. Lucas, en cambio, solo pensaba en las sombras de anoche… y en lo que podrían encontrar si bajaban al bosque.

—Hay algo que no entiendo —dijo Lucas de pronto, rompiendo el silencio—. Si esta zona es tan peligrosa… ¿por qué no nos atacaron aquí?

Iker se detuvo, lo pensó por un segundo, y luego respondió:

—Tal vez no estamos en su territorio… o no tienen hambre todavía.

Las palabras cayeron como piedras. Lucas miró el valle que descendía hacia el bosque. La niebla seguía ahí, espesa como un velo. Pero algo en ella había cambiado. Ya no era solo humedad… había olor.

—¿Lo hueles?

Iker asintió.

—Humo… o carne quemada.

Ninguno de los dos quiso decirlo en voz alta, pero lo sabían. Podría haber más sobrevivientes. O solo restos.

Lucas dio un paso hacia adelante, pero Iker lo detuvo.

—No. Primero necesitamos provisiones. Agua. Algo de comida. No duraremos otro día así. Además…

—¿Qué?

—Anoche soñaste con algo. Dijiste el nombre de tu madre.

Lucas bajó la mirada, sorprendido. No recordaba haber hablado. Pero ahora, fragmentos del sueño llegaban a él como si una grieta se hubiera abierto en su mente.

Ella estaba en una habitación llena de cajas. Papeles con sellos ilegibles. Y una voz al teléfono que le decía que "el envío debía llegar antes del eclipse". Su madre lloraba… pero no parecía triste. Era miedo. No por ella… sino por él y su hermano.

Iker lo observó sin decir nada más. A veces, el silencio era más útil que mil preguntas.

—¿Crees que… todo esto tenga un propósito? —murmuró Lucas.

—No lo sé. Pero si lo tiene, no creo que nos guste.

Ambos se pusieron en marcha. Iker tomó la delantera, guiándose por las marcas que había hecho con ramas la noche anterior. Avanzaban bordeando el bosque, sin entrar todavía. El terreno era irregular, y el sol apenas lo calentaba.

A lo lejos, un árbol caído parecía haber sido arrastrado por algo… o alguien. Las huellas alrededor eran difusas, pero no humanas. Pezuñas grandes, con forma de media luna. Más grandes que las de un caballo. Y más profundas.

—¿Qué animal deja eso? —preguntó Lucas.

—Si es lo que creo… puede que ya nos esté observando.

El viento sopló más fuerte. Y por primera vez en la mañana, ambos sintieron que, aunque el día había comenzado… la verdadera oscuridad apenas se preparaba para salir.