Capítulo 6: Conjuros, caos… y casi un incendio

—Hoy practicarán manipulación de esferas elementales. Sin guantes. Sin asistencias. Y sin quejarse —declaró el profesor Halbram Voreck, con una sonrisa tan sarcástica que hacía dudar si estaba disfrutando de verlos sufrir o si simplemente era así todo el tiempo.

El aula había cambiado. Ahora estaban en el Campo de Prácticas de Magia Controlada, una zona amplia al aire libre, protegida por barreras invisibles reforzadas por veinte capas de runas. Y por una buena razón.

Frente a cada estudiante flotaba una pequeña esfera mágica, chispeando con uno de los cuatro elementos: fuego, agua, aire o tierra.

Dargan miraba la suya —una bola de fuego danzante— como quien observa un juguete nuevo que aún no ha explotado.

—¿Debemos mantenerla estable? —preguntó Erian, con un orbe de agua girando nerviosamente frente a él.

—No. Deben dominarla. Control total. Si explota, reprobados. Si huye, reprobados. Si se les fusiona con el cuerpo, bueno… eso será divertido de observar.

—¿Qué tan común es eso último? —susurró Erian.

—Demasiado —respondió Dargan, emocionado.

—¡Comiencen!

Los estudiantes empezaron a concentrarse. Algunos lograban estabilizar sus esferas con esfuerzo. Otros sudaban como si estuvieran levantando pesos mágicos.

Erian intentaba mantener su esfera de agua girando con suavidad, pero cada vez que la miraba fijamente, parecía temblar más.

—¡Vamos, vamos, no te rompas! —susurraba entre dientes.

A su lado, Dargan no parecía estar trabajando tanto. Su esfera de fuego se balanceaba tranquilamente sobre su mano, como un gato domesticado.

—¿Dargan...? ¿Cómo lo haces ver tan fácil?

—Le hablo bonito. Mira. —Se inclinó hacia su esfera—. Buen fuego. Hermoso fuego. Quédate conmigo y te alimentaré con papel y muebles.

La esfera crepitó de manera alegre.

—¡Eso no tiene sentido! ¡La magia no responde así!

—¿Y si sí?

Una estudiante del otro extremo —una chica rubia de trenzas apretadas— soltó un grito cuando su esfera de aire salió disparada como un proyectil.

—¡Agáchense!

La esfera pasó zumbando y rebotó contra la barrera mágica con un sonido metálico. Halbram no parpadeó.

—Eso, niños, es lo que pasa cuando tratan el aire como si fuera un globo de feria. Es un cuchillo, no un suspiro.

—Esto es una tortura —gimió Erian.

—Esto es magia real —replicó Halbram—. Si quieren hacer lucecitas, vayan al club de ilusión dramática.

Dargan alzó una ceja.

—¿Existe eso? Porque suena divertido.

Halbram lo miró con una expresión de amenaza silenciosa.

—No.

La práctica continuó con más tropiezos, gritos, y una esfera de tierra que se convirtió en una tortuga de lodo sin explicación lógica.

Cuando el entrenamiento terminó, los estudiantes se desplomaron sobre la hierba como soldados tras una batalla.

Erian cayó de espaldas, jadeando.

—Sobreviví... creo.

Dargan sonrió con satisfacción.

—Yo lo llamaría un éxito. Nadie murió. Aún.

—Te vi lanzarle tu esfera a ese tipo con lentes.

—Me lanzó la suya primero. Yo sólo respondí con fuego amistoso.

—¡Eso no existe!

Halbram se acercó lentamente con sus pasos secos y firmes.

—Zevalen. Veltor.

—Presente —dijeron ambos al unísono, medio sentados.

—Ustedes… no lo hicieron del todo mal. Para estándares desesperanzadores.

Erian parpadeó.

—¿Fue… un elogio?

—No te emociones. Apenas empezamos.

Tras la clase, fueron conducidos a una sala diferente: el Salón de Estudios Rúnicos, donde otro profesor los esperaba. Este era más joven, con gafas gruesas, cabello rubio recogido en un moño y una túnica negra decorada con símbolos geométricos.

—Bienvenidos, estudiantes. Soy el profesor Velmiar Tasse, especialista en Lenguaje Mágico y Runa Antiguas. Espero que tengan buena memoria… y cero ganas de dormir.

Dargan ya estaba bostezando.

—¡Levántese, joven Zevalen! Aquí se escribe magia con la mente. Y con buena caligrafía.

—Uff... ¿no hay esferas explosivas aquí?

—No. Aquí el peligro es mental. Si dibujan mal una runa, pueden invocar una maldición de flujo inverso.

—Suena peor que la tortuga de lodo —murmuró Erian.

Al final del día, ambos salieron tambaleándose.

—¿Cómo es que me duele el alma...? —se quejó Dargan.

—Porque aprendiste algo —dijo Erian, sonriendo.

—Entonces prefiero vivir ignorante. —Y se echó en una banca bajo un árbol.

Erian lo imitó. Por un momento, estuvieron en silencio. El sol ya bajaba, bañando el campus con una luz cálida y dorada.

—¿Sabes? —dijo Dargan, mirando el cielo—. No está tan mal esto de la academia.

—Sí… cuando no estás invocando fuego o reprobando por dormido.

Dargan rió.

—Y apenas es el primer día.

Fin del capítulo.