El impacto fue brutal.
Una explosión mágica en forma de espiral sacudió el campo flotante, haciendo vibrar los escudos de contención. Tinta viviente chocó con ráfagas de luz impredecible, provocando que algunas plataformas se deshicieran en fragmentos flotantes. Entre la nube de humo encantado, rayos, burbujas ilusorias y una vaca voladora que nadie supo de dónde salió, la batalla entre Dargan Zevalen y Erian Veltor había alcanzado su clímax absoluto.
El público contuvo el aliento.
—¿Eso fue... una orquesta de patos? —murmuró un alumno de primer año, sujetando su sombrero.
—Sí, y uno tocaba el violín con fuego —respondió otro, con los ojos como platos.
Cuando la tormenta mágica se disipó, el campo quedó en silencio.
Dargan, cubierto de quemaduras menores, tinta seca y lo que probablemente era una pluma de ganso ilusorio, estaba de pie... apenas. Su chaqueta de cuero colgaba chamuscada y su arete chispeaba como si protestara.
Frente a él, Erian estaba de rodillas, respirando agitadamente. Sus manos aún brillaban con los restos de un hechizo de luz, y su túnica parecía haber pasado por un molino encantado.
—No me digas que... ¿eso fue tu ataque final? —logró decir Erian, con media sonrisa.
—Nah... eso fue improvisado. El ataque final era una lluvia de galletas explosivas, pero se me acabaron —respondió Dargan, jadeando.
—...¿Te comiste el conjuro?
—Estaba sabroso.
Ambos cayeron de espaldas, exhaustos. El campo flotante crujía bajo ellos.
Desde el aire, descendió la profesora Arael Vynen, sus gafas brillando con magia evaluadora mientras contemplaba el caos.
—Evaluación finalizada.
El bastón de Juno gritó desde las gradas:
—¡QUE LES DEN UNAS GALLETAS DE VERDAD, SE LAS MERECEN!
Arael ignoró el bastón parlante y alzó una mano.
—Por control, versatilidad y... daño no catastrófico, el ganador es...
La pausa fue dramática. Muy dramática. Tanto que un grupo de alumnos comenzó a corear "¡que lo diga ya!"
—Dargan Zevalen.
La multitud rugió. Algunos aplaudieron, otros lloraban (probablemente por el trauma visual de los hechizos anteriores). Desde lo alto, Lyss Verhiel, aún escondida entre sombras mágicas, observó a Dargan con una mirada indescifrable.
—Interesante —susurró, antes de desvanecerse entre la bruma mágica.
Erian, todavía tirado en el suelo, alzó un pulgar.
—Ganaste... pero yo lancé las mariposas.
Dargan, medio dormido y con una ceja chamuscada, murmuró:
—Y yo... los frailecillos.
Ambos se rieron, vencidos, cansados, felices.
Y con eso, el duelo entre los dos amigos de la infancia había llegado a su fin.
El caos... avanzaba a la final.
Fin del capítulo.