La luz mágica flotante del pasillo parpadeaba como si también estuviera agotada después del torneo.
En su dormitorio, Dargan Zevalen se había tirado de espaldas en la cama, aún con la chaqueta sobre el uniforme, porque claro, quitarse la chaqueta sería como quitarse parte del alma. El uniforme estaba arrugado, el cabello despeinado, y a su lado descansaban dos cosas: una medalla con marcas de quemadura mágica y un pedazo de pastel robado del comedor.
—¿Gané...? —murmuró mirando el techo, como si necesitara confirmarlo otra vez—. Sí. Sí gané. Contra Sylha. ¿Eso me convierte en el rey del caos oficial?
Una burbuja de oscuridad explotó en la esquina del cuarto.
—¡Y no lo olvides! —respondió una voz burlona desde la nada.
—¡Sylha! ¡Deja de colarte en mi dormitorio con tus portales sombríos! ¡Hay reglas!
—¿Desde cuándo tú respetas reglas? —replicó Sylha, saliendo de un pequeño vórtice como quien aparece para robar una galleta—. Solo pasaba a decir que fue un buen combate... aunque te dejé ganar por estilo.
—Ajá. Seguro. —Dargan lanzó una almohada que atravesó a Sylha como si fuera humo—. ¿Y el "nos vemos en el caos, guapo"? ¿Eso también fue por estilo?
Sylha se desvaneció con una risa suave.
—Quizás...
Justo en ese momento, se abrió la puerta del dormitorio con un golpe dramático. Erian Veltor, despeinado, con una túnica demasiado grande para su cuerpo delgado, asomó la cabeza.
—¿Está todo bien? ¿Escuché voces? ¿Explosiones?
—Solo sombras coquetas y una conversación existencial —respondió Dargan, sentándose—. ¿Y tú? ¿Vienes a recordarme que casi moriste por tercera vez en una semana?
—Solo dos veces —murmuró Erian—. Y en una tú tuviste la culpa.
—Detalles, detalles...
Unos pasos más tranquilos se oyeron en el pasillo, y Ardyn Lioras asomó desde el marco de la puerta, cruzado de brazos.
—¿Esto es una reunión nocturna o el club de "ya somos campeones y no sabemos qué hacer ahora"?
—Ambas —respondieron Dargan y Erian al unísono.
—Falta uno —dijo Ardyn.
Y entonces, como en una entrada mágica calculada, la puerta se abrió por sí sola. Una nube de ilusión en forma de dragón miniatura flotó dentro, seguida de Juno Belvast, con su bastón encantado murmurando cosas como "¿Por qué siempre de noche? ¡Al menos avísame antes de que se socialicen!"
—¿Está pasando la reunión secreta? —preguntó Juno, empujando las gafas—. ¿Ya discutimos si el pastel de vainilla tenía trampa mágica?
—¿Cuál pastel? —preguntó Dargan, tragando algo.
Juno lo miró.
—Sabía que eras tú.
Los cuatro terminaron en el jardín interior del dormitorio, sentados en una banca encantada que se adaptaba sola para dar espacio exacto a cada trasero presente. Luces flotantes danzaban como luciérnagas mágicas, y por un momento, todo estaba tranquilo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Erian—. Ganaste. Pero... ¿y después?
Dargan miró el cielo encantado que simulaba estrellas reales.
—No lo sé. Quiero seguir... avanzando. No cambiar lo que soy, pero sí entender hasta dónde puedo llegar. Sin dejar de divertirme en el camino.
Ardyn asintió, serio.
—Esa es una respuesta muy madura para alguien que intentó invocar un grifo solo porque "sonaba genial".
—¿Lo ves? ¡Crecimiento! —sonrió Dargan—. La próxima vez invocaré uno con entrenamiento.
Todos rieron. Incluso Erian, que se cubrió los ojos.
—Estamos condenados...
Y entonces, una sombra se movió entre los arbustos del jardín. Nadie más la notó, excepto Dargan.
Una figura, de pie entre los árboles encantados. Cabello blanco como el reflejo de la luna. Ojos grises. Mirada impenetrable.
Lyss Verhiel.
Él se levantó lentamente, mientras los demás seguían discutiendo sobre postres, prácticas y lo raras que son las burbujas de Sylha.
Dargan caminó hacia la sombra sin decir palabra.
—Viniste otra vez —dijo, sin sorpresa.
Lyss no respondió de inmediato.
—Esta vez quería observar... de frente.
—¿Vas a decirme qué quieres de una vez? ¿O te gusta el misterio eterno?
—No he terminado de decidirlo. Pero una cosa es segura, Dargan Zevalen...
Sus ojos brillaron apenas.
—...te estás convirtiendo en alguien que vale la pena mirar. O detener.
Dargan alzó una ceja.
—¿O besar?
Lyss giró los ojos.
—Definitivamente detener.
Y desapareció, como siempre, entre los susurros del viento mágico.
Dargan regresó con los demás, silbando suavemente.
—¿Alguien más sintió un cambio de atmósfera o solo yo?
—¿Te tragaste otra runa sin querer? —preguntó Juno.
—¿Eso fue un sí o un no? —agregó Ardyn.
Erian suspiró.
—Esto recién comienza, ¿verdad?
Y Dargan sonrió.
—Como debe ser.
Fin del capítulo.