Los rayos del sol caían sobre los restos humeantes de la arena central. Algunas columnas habían quedado como bocetos a medio borrar, y los jardines estaban en un estado que sólo podía describirse como "decorado por el caos en persona". En otras palabras: exactamente como le gustaba a Dargan.
—¿Por qué hay una estatua mía... hecha de lodo y plumas? —preguntó Juno, con su bastón murmurando: "Es arte, joven iluso".
—Creo que es un tributo espontáneo —respondió Erian, con una venda en la frente y un libro flotante a medio abrir—. O una broma pesada de Sylha. Aún no estoy seguro.
Mientras tanto, un enorme dragón negro-azulado, que respondía alegremente al nombre de Destructorcillo, estaba acostado como un gato gigante en lo que quedaba del campo de entrenamiento. Dargan estaba sobre su lomo, usando al dragón como asiento improvisado mientras dibujaba con tiza en sus escamas.
—Esto es el comedor, esto la sala de siestas... Y aquí pondremos una fuente con burbujas mágicas —comentaba con entusiasmo.
—¿Le estás diseñando una casa... en su espalda? —preguntó Ardyn, visiblemente confundido.
—¡Claro! ¡Si va a ser nuestra mascota, necesita estilo! —respondió Dargan, como si fuera lo más lógico del mundo.
La directora Aerith, de pie junto a Halbram, observaba la escena en completo silencio. Su vestido estaba rasgado por la batalla, pero su porte era impecable. Halbram, por otro lado, parecía listo para renunciar o gritarle a alguien. O ambas.
—Directora, ¿de verdad va a permitir que ese chico le construya un palacio portátil a un dragón? —refunfuñó el profesor.
—Halbram... después de todo lo que ha pasado, esto es lo menos caótico que ha hecho Dargan. Además —añadió con media sonrisa—, la criatura ancestral lo obedece, no destruyó a nadie y al parecer... le gusta que le rasquen la panza.
A lo lejos, Sylvain Drakens volaba de regreso, aún cubierto de hollín y con una rama atravesada en el cabello.
—¡Estoy vivo! —gritó—. ¡Y el dragón me respetó! ¡Lo vi en sus ojos antes de mandarme volando diez metros!
—Te voló cuarenta —corrigió Tessia desde el suelo, donde terminaba de instalar un cartel: "Zona de juegos del dragón, bajo su propio riesgo".
La familia Zevalen llegó poco después. Lady Mireya caminaba con la gracia de siempre, con Edgar tras ella. Lord Arvain observaba el campo, los escombros y luego... a su hijo.
—Podría decir que estoy sorprendido, pero francamente... ya no me queda capacidad para eso —murmuró con resignación.
—¿Le puso Destructorcillo? —preguntó Celene, cruzada de brazos.
—¿Y le está pintando escudos mágicos en la cola? —añadió Leorn, casi fascinado.
—Sí. Y ustedes pensaban que no dejaría huella en la academia —dijo Mireya, sonriendo apenas.
En el cielo, sobre las torres que aún se mantenían en pie, Lyss Verhiel y el heredero de la Llama Silente observaban desde una distancia segura.
—¿Crees que Destructorcillo notó nuestra presencia? —preguntó Lyss, con una flor robada de un jardín entre los dedos.
—Creo que está demasiado ocupado siendo acariciado por un adolescente con chaqueta de cuero —respondió él con serenidad.
—El caos... funciona —admitió Lyss, con una sonrisa extraña en los labios.
—Por ahora. Pero esto... es sólo el principio —dijo el heredero, y en sus ojos violetas brilló una chispa antigua.
Abajo, entre alumnos que reconstruían con hechizos desordenados y profesores tratando de imponer orden, Dargan extendía los brazos y gritaba:
—¡Atención! ¡El comité oficial para la casa de Destructorcillo se reunirá mañana! ¡Traigan ideas, piedras flotantes y dulces!
—¡Ya cásense ustedes dos! —gritó alguien desde una tienda de campaña improvisada, refiriéndose a Dargan y Sylha, que estaban discutiendo cómo decorar el techo del dragón con llamas falsas.
—¡NO SOMOS UNA PAREJA! —gritaron al unísono... mientras Sylha le pasaba pintura brillante a Dargan.
La reconstrucción de la Academia Real de Magia de Asteria había comenzado. Pero algo había cambiado: ya no era solo una escuela, ahora era también el hogar de un dragón, un símbolo... y un caos que ya nadie podía detener.
Y en el centro de todo eso... el delincuente más prodigioso de todos.
Fin del capítulo.