Los hechizos colapsaban entre sí. Gritos, destellos y sombras recorrían los pasillos de la Academia Vel Ardonis, que, a pesar de su reputación imponente, ahora parecía una ruina revivida, atrapada en un torbellino de caos mágico.
Dargan Zevalen, cubierto de polvo y con una herida leve en la ceja, se impulsó con una ráfaga de viento invertido, aterrizando junto a Tessia Run.
—¡¿Cuántos más quedan?!
—¡No lo sé, pero Farah duplicó su número con espejos mágicos! ¡Es como pelear con una galería de arte homicida!
Karla Nimor, alzando la mano, liberó un campo gravitacional repentino. Las ilusiones se fragmentaron... pero otras reaparecieron. Nada parecía estabilizarse.
Hasta que una mano lo detuvo todo.
El aire tembló. La tierra calló.
Los hechizos cesaron en seco como si se hubieran rendido.
Una anciana encapuchada, caminando con paso sereno, alzó la palma en dirección al cielo. Un vórtice de magia colapsó en una esfera mínima sobre su dedo índice, y luego se disipó con un leve sonido de campana antigua.
—No pierdan el tiempo, mocosos —dijo con voz seca, profunda y antigua—. ¿A esto han llegado sus entrenamientos? ¿A jugar con energía sin propósito?
Kael Vharos, Naeva Drinvel, Lurn Vex, Farah Zenn, Jarek Noul, Syriel Vennar y Rhell Asnod bajaron inmediatamente la mirada. Uno por uno, se arrodillaron o hicieron reverencia.
—Maestra… —murmuraron a una sola voz.
La Anciana de Vel Ardonis retiró su capucha. Su rostro era severo, surcado por siglos, pero sus ojos tenían un brillo eléctrico que parecía leer el alma de todos presentes.
Entonces, otro portal se abrió. El aire se tensó de nuevo.
De él emergió la Directora de la Academia Real de Magia de Asteria, Aerith Thaloren, con su vestido blanco de runas flotantes, la mirada firme, y el bastón sellado con el símbolo real.
—Cuánto tiempo sin vernos —dijo Aerith con tono calmo, aunque helado.
La anciana de Vel Ardonis ni siquiera sonrió. Se limitó a alzar una ceja.
—Así que a esto has llegado. En vez de superar tus dolores, robas reliquias y causas caos entre estudiantes. Qué admirable legado el que mantienes.
La anciana rió suavemente, sin humor.
—No te equivoques, Aerith. Ese “incidente” no apagó nuestro fuego. Solo nos mostró la verdad. Ya era hora de que tus chicos enfrentaran la realidad. Y la falta de protección que ahora tienen.
—Tus palabras siempre han sido veneno envuelto en sabiduría, Elora —replicó Aerith, sin elevar la voz—. Pero sabes que esto no terminará como tú deseas.
La tensión se pudo cortar con un alfiler.
Entonces apareció un sirviente de túnica negra y ojos cubiertos por vendas. Hizo una reverencia sin hablar, y extendió la mano.
—Los llevaré a su sala de descanso. En dos días comenzará la fase definitiva —anunció, con una voz neutra, como si estuviera leyendo un guion olvidado.
Dargan, Sylha, Nella, Velira, Karla, Tessia y Ardyn intercambiaron miradas silenciosas. Nadie hablaba, pero todos sentían el peso del momento.
—Vamos, chicos —dijo Aerith, suavemente—. Tú también, Lyss, Kaelir.
Lyss Verhiel apareció como una sombra deslizándose por el aire, y Kaelir, envuelto en su túnica de vigilancia mágica, se limitó a ajustar su guante negro y avanzar tras la directora.
Cuando el grupo desapareció, la anciana Elora miró el cielo de su academia y sonrió apenas.
—Esta vez, no hará falta su vigilancia.