El amanecer sobre la densa selva de Varnak Strain no trajo consigo esperanza alguna. Era apenas una línea rojiza en el horizonte, escondida tras la niebla ácida que emergía de los pantanos volcánicos. Desde las naves de transporte en órbita baja, el paisaje parecía un cuerpo enfermo: vastas extensiones de vegetación pútrida, ciudades derruidas y corredores de contrabando que brillaban tenuemente como venas infestadas de parásitos. El Nuevo Orden había decidido que ya era hora de purgar esa infección.
Base Avanzada Theta-9, recién establecida al borde del sistema Drost-Terra, era un hervidero de actividad. Los generales observaban pantallas tácticas proyectadas en 3D mientras los ingenieros coordinaban los últimos ajustes en los sistemas de propulsión atmosférica de las naves de descenso. El Comandante Supremo Alexander Yavin, con la mirada clavada en la representación holográfica de Varnak, escuchaba el informe del Estado Mayor sin decir palabra.
—Iniciamos el despliegue hace doce horas —informó el General Vos Rhann, comandante del Grupo de Ejército Vértice—. El clima atmosférico ralentizó el descenso en la zona norte. Las compañías lanzadas sobre las ciudades orbitales Ruvek y Kastern enfrentan resistencia esporádica, pero los sistemas de defensa civil han sido saboteados, tal como predijimos. Estamos en fase de consolidación.
—¿Y las bajas? —preguntó Yavin con tono seco.
—Aproximadamente 1,100 muertos o desaparecidos en las primeras 18 horas. Las trampas en las selvas y zonas urbanas han sido más sofisticadas de lo previsto. El enemigo ha destruido deliberadamente pasos logísticos, puentes y vías ferroviarias. Nuestro despliegue mecanizado está limitado.
—Los rebeldes sabían que íbamos a venir —añadió Del'Shan, revisando sus propios informes—. Se han refugiado en redes de túneles, en ruinas abandonadas, usando a la población como escudos humanos. Hemos detectado intentos de mimetización civil en zonas residenciales.
—Los soldados informan desgaste psicológico —intervino el General Valgor—. La selva ha sido minada, los soldados caen en emboscadas constantes. Estamos perdiendo soldados no solo por fuego enemigo, sino por enfermedades, clima, fatiga extrema y deterioro logístico. La moral está empezando a quebrarse en los regimientos más expuestos.
Yavin asintió con una mirada de hielo. Era la guerra que sabía que vendría. Pero no por ello menos dolorosa.
Mientras tanto, en las calles de Drek-Han, la capital rebelde, Kael Varn, autoproclamado “Alto Comandante del Pueblo Libre de Varnak”, observaba los informes de bombardeos tácticos en el norte. Varios convoyes civiles habían sido alcanzados por error. Su mirada era dura, no por crueldad, sino por la certidumbre de que aún no se rendirían.
—El Nuevo Orden no conoce Varnak —dijo a sus comandantes en un refugio subterráneo—. Pero nosotros sí. Cada mina, cada caverna, cada pozo contaminado. Esta no será una guerra de semanas. Será de años si hace falta. No ganarán aquí. Aquí, todos estamos dispuestos a morir.
Los bombardeos aéreos selectivos del Nuevo Orden comenzaron a cambiar de patrón. Ya no se dirigían solo a infraestructura crítica, sino a centros de mando subterráneos detectados por barridos térmicos. Cada ataque, aunque quirúrgico, traía víctimas colaterales. Los médicos del ejército no daban abasto. Cada baja civil era un disparo directo a la legitimidad que Yavin deseaba mantener.
En el centro médico de campaña de la División 9, el Teniente médico Haran Vel observaba con impotencia cómo sus camillas se llenaban de soldados con quemaduras, infecciones y traumas psicológicos. Muchos de ellos ni siquiera hablaban. Solo temblaban en silencio, o gritaban por las noches en medio de sueños infectados de selva y metralla.
—¿Cuánto tiempo podemos sostener esto? —le preguntó a su superior.
—Hasta que el Comandante Supremo lo ordene —fue la única respuesta.
Económicamente, la campaña se tornaba insostenible. En solo 28 días, la ofensiva sobre Varnak Strain había consumido el 9.4% del presupuesto militar trimestral del Nuevo Orden. Más de 1.4 millones de CEU diarios eran drenados en suministros, evacuaciones, reemplazos logísticos, reparación de naves atmosféricas dañadas por entornos agresivos y tratamiento de soldados heridos o mentalmente inestables.
El Departamento de Planificación Estratégica del Estado Mayor advirtió que, si el conflicto se extendía más allá de los próximos dos meses, las campañas de expansión en los sectores de Helion y Axivar tendrían que ser pospuestas. Las industrias planetarias no daban abasto para reemplazar unidades perdidas al ritmo actual.
—La situación en Varnak amenaza la expansión proyectada —advirtió Del’Shan en el último consejo militar—. Necesitamos estabilizar la región o corremos el riesgo de sobreextendernos.
Yavin, sin embargo, se mantuvo firme:
—No me importa si tardamos tres meses o tres años. Nadie desafía la autoridad del Nuevo Orden y vive para contarlo. Tomaremos ese planeta… cada metro de su barro, cada piedra cubierta de sangre, cada selva podrida.
Las tropas sobre el terreno sabían que no volverían pronto. La 3.ª Brigada de Infantería Móvil ya llevaba 34 días sin rotación. Unidades enteras vivían entre las ruinas de ciudades ocupadas. Algunos soldados comenzaban a simpatizar con la población. Otros desarrollaban un odio profundo por los locales.
—No todos son rebeldes —dijo un sargento a sus hombres—. Pero todos los rebeldes se esconden entre ellos. No confíen en nadie. Ni en los niños.
El Oficial de Asuntos Civiles, Teniente Serah Khel, intentaba imponer orden y asistencia humanitaria. Distribuía raciones, organizaba puntos de ayuda médica, intentaba mantener una relación viable con los líderes comunales. Pero los ataques continuos a convoyes, minas improvisadas en hospitales de campaña y sabotajes de suministro complicaban toda operación.
—No se puede ganar el corazón de quien teme que lo matemos por la noche —confesó en su informe.
El conflicto en Varnak Strain, tal como temía Yavin, no sería una victoria limpia. Sería una herida abierta en el cuerpo del Nuevo Orden. Y sin embargo, no podía permitirse fallar. No ahora. No después de haber comenzado la limpieza del borde exterior.
Varnak se convertiría en una advertencia. Un ejemplo. Una tumba… o una bandera sobre ruinas. Pero sería suya.