Inicio del arco: La aldea – Capítulo 1

Mis ojos estaban rojos, irritados e hinchados tras llorar durante toda la noche. No pude dormir. Cada vez que cerraba los ojos, recordaba el rostro sin vida del anciano que maté.

Mis manos estaban limpias, pero aún podía sentir la sangre caliente y pegajosa escurriéndose entre mis dedos.

“Lo siento... lo siento... lo siento...”

Me repetía una y otra vez. Pedía perdón a alguien que jamás escucharía mis súplicas, porque yo lo maté.

Y lo único que quedaba para responderme... era el sistema.

「Clink」

La pantalla azul del sistema apareció acompañada de un sonido metálico.

「Felicidades al anfitrión. Como recompensa por completar la misión asignada, su recipiente será desbloqueado」

Mi corazón comenzó a arder. Sentí como si desgarraran y abrieran mi pecho.

—¡D-detente, por favor! ¡¡¡Aaaaaaaah!!! —grité sin poder soportar el dolor.

“¿El sistema llama a esto una recompensa?”

Me pregunté. Para mí no era más que otra de sus torturas.

「Clink」

「Despertar del recipiente: 10% de finalización」

Soporté el dolor incesante, sintiendo que moría con cada segundo. Mi cuerpo se retorcía de un lado a otro, buscando alguna forma de amortiguar el dolor.

「30%」

Mis venas se hincharon y mi sangre fue bombeada a velocidades antinaturales.

「50%」

Ya no podía gritar más. Tantos gritos de dolor terminaron por desgarrar mi garganta.

「70 %」

Apenas podía respirar. Era difícil siquiera mantenerse consciente.

「100 %」

Finalmente, el dolor cesó luego de una larga tortura. Mis venas ahora brillaban en un tono azul claro, como si la energía fluyera por mi cuerpo.

「Clink」

「Felicidades al anfitrión. Su recipiente ha sido desbloqueado. Rasgo "Recipiente rango C" conseguido」

Aún estaba en shock. No sabía qué era el recipiente y tampoco me importaba saberlo.

Ahora solo quería descansar. Como si una sola noche en el bosque no hubiera sido suficiente, me desmayé en la intemperie, vulnerable a cualquier peligro que acechara la noche.

Para mi suerte, nada sucedió. Pude dormir y darle un merecido descanso a mi cuerpo. Esa noche, el rostro del anciano no apareció en mis sueños. Estaba demasiado cansado para recordarlo.

En la mañana, los rayos del sol se colaron entre las ramas de los árboles, bañando el suelo del bosque y golpeando mi rostro.

Abrí los ojos como pude; mi cuerpo aún dolía, aunque menos de lo que esperaba. Mi garganta ya no se sentía desgarrada, y mis venas ya no brillaban. La energía que había fluido a través de mí la noche anterior parecía haber desaparecido.

Me levanté tambaleándome y me apoyé en el tronco de un árbol para poder mantenerme en pie. Una vez que estuve estable, comencé a caminar.

No sabía a dónde iba y mis ojos ni siquiera miraban al frente. Simplemente caminé hacia adelante.

Durante días vagué sin rumbo y sin descanso. No comí. No dormí. No bebí. Solo caminé.

En algún punto, sin siquiera notarlo, salí del bosque. Y una vez fuera, me desplomé otra vez.

¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

Nunca lo supe. Cuando desperté, ya estaba en otro lugar.

Mis muñecas ardían. Alguien había apretado una cuerda alrededor de mis manos y me había atado a una silla. El hedor a madera mojada proveniente del techo me hacía sentir mareado, y el frío causado por las paredes de piedra solo empeoraba la situación.

“¿Dónde estoy?” Me pregunté. Lo último que recordaba haber visto era la luz del sol, sin árboles de por medio, y luego... oscuridad.

Más preguntas invadieron mi mente.

"¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Por qué estoy atado? "¿Quién me ató?"

Mientras más preguntas surgían en mi cabeza, más entraba en pánico, pero el sonido de la puerta abriéndose me devolvió a la realidad.

La persona que entró era un hombre. Su cabello y sus ojos eran rojizos, y su altura rondaba los 1,9 metros.

Cuando se paró erguido frente a mí, me sentí intimidado. De por sí no era alguien alto, y el estar sentado me hacía aún más pequeño en su presencia, como un insecto bajo su sombra.

—¿Cómo te llamas? —preguntó; su voz parecía calmada, pero algo hostil.

No respondí al principio. Aún estaba desconcertado, también asustado. Además, los días sin comer o beber estaban pasando factura.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo desnutrido y deshidratado, como si analizara qué hacer a continuación.

—Veo que estás en un apuro, dime tu nombre y te daré algo de comida y agua.

Mis ojos se iluminaron en cuanto lo escuché; me estaba ofreciendo lo que más necesitaba.

—Kael... me llamo Kael —susurré reuniendo la poca fuerza que me quedaba. Mi voz era ronca, pues mi garganta estaba seca.

—Kael, entendido. Volveré en unos minutos.

Él salió de la habitación y yo pude tomar un respiro. Estar en su presencia me ponía tenso y estar atado me hacía sentir demasiado vulnerable.

Mientras esperaba que él volviera, más preguntas surgían en mi cabeza. "¿Qué pasará conmigo?" "¿Me harán daño?"

Eran preguntas para las que no tenía respuesta; solo me quedaba esperar a que alguien las respondiera por mí.

Minutos después, él volvió. Estaba cargando un barril, una jarra de madera y un trozo de pan.

Caminó hasta mí y se sentó a mi lado. Dejó el barril en el suelo y luego sirvió un poco de agua en la jarra de madera.

Una vez que la jarra estuvo llena, la acercó a mi boca. No lo pensé ni un segundo; en otra situación tal vez habría dudado, pero mi cuerpo pedía a gritos que bebiera.

Rodeé los bordes de la jarra con mis labios, secos y agrietados. Comencé a beber. Cada trago era como tragar vidrio, pero no me detuve. Ya había pasado por dolores peores, y la sensación de hidratarme maquillaba un poco el sufrimiento.

El agua descendió por mi garganta y pecho, limpiando la sensación de arena seca que sentía por dentro. En cuanto el líquido alcanzó mi estómago, solo pude sentir alivio.

—No bebas tan rápido, hay más de donde vino eso —susurró con su voz calmada, pero no le presté mucha atención. Estaba completamente centrado en beber.

Una vez terminé la primera jarra, él me dio otra. Yo la tomé con gusto. De esta manera terminé por beber 3 jarras.

Con mi sed ya satisfecha, ahora debía satisfacer mi hambre. Él arrancó un pedazo de pan y lo colocó en mi boca.

Comencé a masticar. No era como el pan al que estaba acostumbrado; este pan era duro y seco, pero para alguien que no había comido en días, era un manjar.