Viernes – 7:05 AM – Apartamentos Reseda
El motor de mi moto rugía con suavidad mientras me acomodaba la mochila al hombro y miraba hacia la ventana del segundo piso.
—¡Miguel, ¿estás listo?! —grité, levantando la voz lo suficiente para que me escuchara.
La ventana se abrió al instante. Miguel asomó la cabeza, ya vestido, el pelo ligeramente desordenado pero con esa cara de quien está listo para lo que venga.
—¡Sí, ya bajo!
Minutos después salió por la puerta del edificio. Llevaba la mochila colgada de un hombro y una sonrisa que intentaba ser normal, aunque su cuerpo todavía no se movía al cien por ciento. Los moretones ya se habían desvanecido, pero la memoria seguía ahí.
—¿Todo bien? —preguntó mientras bajaba las escaleras.
—Sí, solo que… quiero hablar contigo antes de llegar a la escuela.
Miguel me miró con curiosidad, arqueando una ceja.
—¿Sobre qué?
—Sobre Kyler. Y lo que te hizo.
Se detuvo a pocos pasos de la moto. Me miró fijo. Ya no había duda en su cara, solo rabia contenida.
—¿Qué pasa con él?
—Quiero saber si… realmente quieres vengarte. Pero bien. Que le duela. En público.
Miguel no respondió al instante. Tragó saliva, bajó la mirada por un segundo, luego volvió a encontrar la mía.
—Sí. Quiero. No solo a él. A sus amigos también. Todos se burlaron. Todos golpearon. Todos grabaron. Lo quiero a todos.
Asentí con firmeza.
—Entonces tengo un plan. Súbete y te lo explico en la escuela.
Subimos a la moto y arrancamos. El viento nos dio de lleno al salir a la avenida. El tráfico matutino apenas despertaba, y mientras conducía, le iba soltando los detalles, frase por frase.
—Escucha bien, Miguel. Quiero que lo que le hagas a Kyler quede grabado. Que se vea. Que nadie pueda ignorarlo. Quiero que sea justo en la cafetería, frente a todos. Que la gente no vea solo una pelea... que vean a un abusado levantarse y darle la vuelta a todo.
—¿Y si me detienen?
—Por eso te estoy armando la historia antes. He conseguido videos.
—¿Qué videos?
—Clips. De grupos secretos de la escuela. Foros. Chismes. Donde Kyler y sus amigos golpean a chicos más pequeños. Siempre en grupo. Siempre abusando.
Miguel no dijo nada, pero pude sentir cómo su cuerpo se tensaba detrás de mí.
—Haré una compilación. Todo lo que tenga. Golpes, insultos, empujones. Y al final... tú. Tú haciéndolos morder el suelo.
—¿Y tú? —preguntó de pronto.
—¿Qué yo?
—¿Tú también vas a pelear conmigo?
Guardé silencio unos segundos antes de responder.
—Pensé que querrías hacerlo tú solo. Después de todo, tú fuiste la víctima.
—Sí, pero tú y yo somos Cobra Kai —dijo sin dudar—. No se trata de uno solo. Se trata del dojo. De lo que representamos. Si vamos a hacer esto… lo hacemos juntos.
Sonreí y levanté una mano para chocar puños con él.
—Cobra Kai nunca muere.
—Nunca —respondió Miguel con seguridad.
Viernes – 8:05 AM – Escuela Reseda
Los pasillos ya hervían con ruido. El eco de lockers cerrándose, risas, pasos apurados y conversaciones atropelladas llenaban el aire. Algunos estudiantes corrían tarde, otros solo vagaban como zombis esperando que el primer periodo no doliera tanto.
Yo caminaba con paso firme, esquivando grupos, saludando con la cabeza a unos cuantos conocidos. No buscaba a cualquiera. Buscaba a Jade.
La encontré donde siempre, en la banca de concreto bajo la sombra del árbol grande junto a la cafetería exterior. Estaba sola, como era habitual, con los audífonos puestos y una libreta de dibujo en el regazo. Dibujaba con un marcador negro, líneas sueltas pero precisas. Parecía concentrada. O al menos, quería que lo pareciera.
Me acerqué sin hacer ruido.
—¿Puedo molestarte un segundo? —pregunté con calma.
Ella levantó la mirada, quitándose uno de los audífonos. Su expresión era la misma de siempre: indiferencia, ojos medio cerrados, ceja arqueada.
—Depende. ¿Es sobre química? Porque si es para copiar, olvídalo.
—No. No es eso. Es… un favor.
Ella entrecerró los ojos, interesada, pero sin mostrarlo demasiado.
—Eso suena raro viniendo de ti. ¿Río Álvarez pidiendo favores?
—Solo esta vez.
—Ya, a ver. ¿Qué quieres?
Me senté a su lado, sin quitarle la vista.
—Hoy, en la cafetería. Quiero que te sientes cerca del centro, donde hay buena vista. Y cuando veas a Miguel… quiero que empieces a grabar.
—¿Grabar? —repitió, como si no hubiera escuchado bien.
—Sí. Desde que lo veas entrar. No te preocupes, sabrás cuándo empezar. El show será obvio.
Jade me miró en silencio por unos segundos. Cerró su libreta con un movimiento seco y la metió en su mochila.
—¿Me estás diciendo que van a hacer algo?
—No "algo". Van a ver algo. Algo que tenía que pasar hace tiempo.
—¿Y por qué necesitas que yo lo grabe?
—Porque confío en ti.
Ella soltó una risa seca, sin emoción.
—No me hagas reír. No confías en nadie.
—Tal vez no. Pero al menos sé que tú no eres de las que se asustan fácil. Ni de las que hablan de más.
Eso pareció calarle un poco. No lo suficiente para aceptar, pero sí para prestarme más atención.
—¿Esto es por lo que pasó con Miguel, verdad? —dijo Jade, mirándome directo a los ojos—. No olvides que escuché lo que Dimitri y Eli te dijeron. No es difícil sumar dos más dos… y ver cómo dejaron el carro de Kyler.
Asentí, sin necesidad de mentirle.
—Entonces supongo que va a haber… ¿violencia?
—Sí —respondí, sin rodeos—. Pero no sin sentido. No es caos. Es justicia. De la que esta escuela necesita.
Jade suspiró. Miró a los estudiantes que pasaban frente a nosotros, luego volvió a clavar la mirada en mí.
—¿Y si me descubren grabando?
—Todos van a grabar. Pero yo necesito algo que no se vea como si lo hubiera filmado alguien en medio de un terremoto. La mayoría de los videos van a brincar, a moverse, con gritos encima. No van a servir. Necesito el tuyo limpio, claro, completo.
—¿Y qué vas a hacer con eso?
—Subirlo. Y tranquilo, tu nombre no va a salir por ninguna parte.
Jade se quedó pensando unos segundos. Se acomodó el cabello con desgano, como si intentara que no le importara tanto, pero sí le importaba.
—Está bien. Pero me debes una. Y no será de esas de "te invito un refresco y estamos a mano". Quiero algo real.
—Lo que quieras. Tú solo dime qué necesitas.
—Ya dijiste —respondió con media sonrisa, la primera genuina del día.
—Gracias, Jade —dije, y sin pensarlo mucho, me incliné a dejarle un beso en la mejilla.
Ella volvió a ponerse los audífonos, como si la escena ya hubiera terminado.
—Si esto termina en detención… más te vale que valga la pena.
Viernes – Hora del Almuerzo – Escuela Reseda
El pasillo hacia la cafetería ya estaba lleno de estudiantes y olor a comida recalentada. Justo cuando iba a salir de mi salon, la voz de alguien detrás de mí me detuvo.
—Álvarez.
Me giré. Era el profesor de literatura.
—Río, sabes que debes dos ensayos para mi clase, ¿verdad?
Fruncí el ceño con frustración, tratando de no mirar mi celular que vibraba en el bolsillo. Era Miguel.
—Sí, profe, lo sé. Se los entrego mañana, se lo prometo.
—No es la primera vez que me dices eso.
Saqué el teléfono, vi el mensaje rápido: "¿Dónde estás? Ya viene todo."
—Escuche, tengo prisa. Mañana le entrego lo que le debo, palabra. Ahora tengo que irme —dije mientras me ponía los audífonos, ya sin esperar respuesta, y salí corriendo.
Tuve que dar toda la vuelta. Mi salón estaba del otro lado del edificio y la cafetería parecía estar a kilómetros. Corrí. Esquivando estudiantes, mochilas tiradas, conversaciones inútiles. Mi mente estaba solo en una cosa: Miguel. El plan. El momento.
Cafetería – Simultáneamente
Sam LaRusso entró con paso inseguro. Buscaba algo familiar, algo que le diera estabilidad en medio del caos que había sentido toda la semana. Vio a Moon y Yasmin en su mesa habitual, riendo como si nada. Caminó hacia ellas.
—¿Puedo sentarme con ustedes?
Yasmin ni levantó la vista.
—No nos gusta juntarnos con zorras.
Las palabras fueron frías. Moon solo hizo una mueca, incómoda.
Sam se detuvo en seco. Su rostro se endureció, pero los ojos le brillaban con lágrimas contenidas.
—¿Qué les pasa? Pensé que éramos amigas.
Yasmin soltó una risa seca.
—Eso fue antes de saber que serias tan facil enserio sam en un cine.
Sam tragó saliva. Volteó a su alrededor. Sus opciones eran pocas.
Vio a Aisha, sola en una mesa, comiendo tranquila.
Se acercó.
—Aisha, ¿puedo sentarme contigo?
Aisha ni la miró.
—Ni lo pienses, LaRusso. Ahora sí quieres hablarme… No, gracias vete con tu novio.
La forma en que lo dijo fue más filosa que cualquier insulto. Sam sintió que todo el comedor la observaba. Que todos estaban listos para reírse, como ya lo habían hecho esta semana.
Entonces, vio a Kyler.
Estaba con su grupo, riendo, haciendo bromas, como si nada le importara. Como si no hubiera arruinado su reputación con un solo comentario falso. Caminó hacia él, con pasos decididos, tragándose el orgullo.
—¿Por qué mientes, Kyler? Nunca pasó nada entre tú y yo. ¡Nunca estuve contigo en ese cine!
La cafetería se quedó en silencio.
Kyler la miró con esa sonrisa que daba ganas de romperle la cara.
—Yo nunca dije nada, Sam. Solo conté que fuimos al cine. Bueno… tal vez yo vi más la película, y tú estabas ocupada.
Sus amigos rieron. Kyler giró el torso y alzó las manos, buscando aplausos, como si hubiera hecho una broma brillante.
Sam, con el rostro rojo, le tiró una charola al piso.
El ruido metálico hizo eco.
Mesa de Jade
Jade observaba todo con la cámara de su celular ya encendida. No se movía, apenas respiraba.
—Río no me dijo que esto pasaría… —pensó, aunque no apartaba la mirada del celular.
Sabía que esto era solo el principio.
Punto de Vista de Miguel
Desde mi mesa, vi todo. Vi a Sam rechazada. Vi a Kyler actuar como siempre. Vi a todos mirando, pero nadie haciendo nada.
No podía esperar más.
Abrí mi celular. Le escribí a Río.
"Cambio de planes. No te voy a esperar."
Guardé el teléfono. Me paré. Azoté mi charola contra la mesa con fuerza.
—Vaya, Kyler… además de ser un abusivo, ¿ahora también tienes que mentir sobre tu novia? No pensé que fueras tan basura.
El gordo de su grupo se paró al instante.
—¡Cállate, rhea!
—Estoy hablando con el pendejo de tu dueño, no contigo, esclavo —dije, avanzando hacia Kyler.
—¿Qué vas a hacer, Miguel? ¿Golpearme con tu karate de YouTube?
—Aquella vez no tuviste los huevos de ir uno contra uno… ahora estoy listo para todos ustedes.
Kyler me miró, ya perdiendo el humor. Se lanzó con un puño directo.
Lo estaba esperando.
Kyler lanzó el primer golpe, directo y bruto, como todo lo que hacía. Pero Miguel ya no era el mismo chico al que había golpeado semanas atrás. Esta vez, estaba preparado.
Miguel lo bloqueó con un giro del brazo, y en un solo movimiento, lo torció hasta que el cuerpo de Kyler se arqueó de dolor. Con la cara de kyler expuesta, Miguel no lo dudó.
—Esto es por todo.
Su puño se estrelló contra la nariz de Kyler. El impacto fue seco. El sonido del golpe rebotó por toda la cafetería como un disparo. Kyler cayó hacia atrás, derribado por la fuerza del golpe. Sangre. Silencio. Asombro.
Uno de los matones de Kyler se levantó de la mesa y corrió hacia Miguel con un grito. Miguel lo vio venir. Se agachó, giró con rapidez, y con una patada al abdomen lo dobló por la mitad. Cayó al piso sin aire.
Pero los otros no pensaban quedarse sentados. Dos más vinieron desde los costados. Uno logró sujetar a Miguel por el brazo, el otro lo tomó del cuello. Se preparaban para golpearlo mientras lo mantenían inmovilizado.
Punto de vista de Río
Corría por el pasillo como si me persiguiera el mismísimo diablo. Empujé a dos tipos que miraban desde la puerta y entré justo cuando todo se desataba.
Mis audífonos seguían puestos.
Y en mi cabeza, la música ya lo había entendido todo.
"Centuries" – Fall Out Boy.
"You'll remember me… for centuries…"
El ritmo se alineó con mis pasos.
Vi a Miguel. Sujetado por Dos sujetos lo agarraban. Uno levantaba el brazo para rematarlo.
No lo pensé. No reduje la velocidad.
Me subí a una mesa en carrera, sentí el golpe en las piernas cuando mis botas pisaron el metal, y me lancé al aire. Volé sobre dos mesas. En mi cabeza, el beat caía justo en el momento.
"Just one mistake… is all it will take…"
Extendí la pierna y metí una patada perfecta en el pecho del tipo que iba a golpear a Miguel. El impacto fue brutal. El matón cayó hacia atrás como muñeco de trapo, tumbando una mesa con su cuerpo.
Aterrizé entre los otros dos. Uno soltó a Miguel. El otro trató de empujarme, pero ya estaba girando, con el impulso del aterrizaje. Le metí un codazo al cuello, luego un gancho de izquierda al estómago. Cayó.
Miguel se sacudió y volvió a la pelea.
—¡RÍO! —gritó con una mezcla de sorpresa y alivio.
—¡Estoy aquí, viejo! —respondí, girando hacia el siguiente oponente.
El comedor estalló. Ya nadie comía. Nadie hablaba. Todos grababan.
Punto de vista compartido
Cada golpe se sentía como parte de la canción que tronaba en mi cabeza.
"We've been here forever… and here's the frozen proof…"
Uno intentó atacarme por la espalda. Vi su reflejo en una bandeja caída. Me giré, lo atrapé del cuello de la sudadera y le metí un rodillazo en el abdomen.
Miguel a mi derecha bloqueaba un puño, contraatacaba con una patada baja, luego giraba sobre sí mismo y daba un empujón que mandaba a otro al suelo.
Los chicos de Kyler ya no peleaban. Sobrevivían. Uno intentó escapar por el lateral. Río lo alcanzó, lo jaló del hoodie y le dio un golpe al pecho que lo sentó en seco.
Kyler intentaba ponerse de pie, sujetándose la nariz sangrante. Se arrastró unos centímetros, pero Miguel lo alcanzó.
—Levántate —le dijo. La voz era dura, sin rabia, solo determinación.
Kyler trató de lanzar un golpe desesperado. Miguel lo bloqueó con la palma y le metió un uppercut tan limpio que hizo que Kyler quedara tendido, mirando al techo.
Río giró sobre sus talones, respirando agitado. Un tipo más trató de levantarse. Río le dio un manotazo al plato frente a él, lo hizo volar en pedazos contra el tipo. Fue simbólico. Como un "ya estuvo".
Y entonces…
Silencio.
Nadie más se movía. Solo el jadeo de nuestras respiraciones.
El suelo estaba cubierto de charolas tiradas, comida desparramada y cuerpos quejándose. Miguel estaba de pie, sangre en los nudillos. Yo tenía una pequeña cortada en la ceja, nada grave.
Todos los ojos estaban sobre nosotros.
Miguel y yo respirábamos agitados, con el pecho levantándose y cayendo como si hubiéramos corrido una maratón en medio de una guerra.
Y entonces, de la nada, alguien aplaudió.
Fue una sola persona al principio. Luego otra. Y otra. En cuestión de segundos, el aplauso se volvió un rugido. Estudiantes gritando nuestros nombres, felicitándonos, como si hubiéramos ganado un campeonato. Como si hubieran estado esperando a que alguien hiciera justicia por todos ellos.
Muchos grababan. Otros levantaban el puño. La energía era salvaje, casi eléctrica. Por un momento, el mundo nos pertenecía.
—Bien hecho, viejo —le dije a Miguel, dándole una palmada en el hombro.
—Sí… lo hicimos —dijo con una sonrisa cansada, limpiándose la sangre de los nudillos.
Pero el momento duró poco.
En menos de un minuto, dos maestros cruzaron la puerta a toda prisa. Uno me tomó del brazo, el otro a Miguel. Las voces del comedor se apagaron mientras nos llevaban por los pasillos como si fuéramos criminales.
OFICINA DEL DIRECTOR – 30 MINUTOS DESPUÉS
La charla fue larga. Regaños, advertencias, papeles. Nos sentaron uno al lado del otro mientras el director hablaba de "violencia escolar" y "mal ejemplo". Pero no parecía muy convencido. Había algo en su tono… como si entendiera, aunque no pudiera decirlo.
Al final, dictaron la sentencia.
Tres días de suspensión.
Miguel y yo, fuera.
Miguel tuvo suerte. Llamaron a su casa, pero quien contestó fue su yaya. Su abuela no entendió del todo lo que estaba pasando, y la dejaron pasar por esta vez.
En mi caso, fue más fácil. Llamaron a mi celular y fingí que mi mamá estaba trabajando. Dijeron que lo intentarían más tarde. No lo hicieron.
No era gran cosa. Tres días fuera. Para nosotros, era una victoria.
Salimos de la oficina nos tuvieron ahi hasta que el dia acabra sin apuro. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del pasillo. Afuera, la escuela seguía su vida, como si nada hubiera pasado.
Pero algo sí había cambiado. Todos lo sabían.
Y entonces la vi.
Jade estaba sentada al otro lado del pasillo, esperándome. Celular en mano, mochila colgada del hombro, y esa expresión entre indiferente y divertida que era tan de ella.
Me acerqué sin decir nada al principio.
—Espera un segundo —le dije.
Ella solo asintió, sin quitar la vista de mí.
Me giré y caminé hasta donde estaban Miguel, Dimitri, Eli y Aisha. Todos hablaban, emocionados. Miguel parecía más vivo que nunca.
—Miguel, nos vemos mañana en el dojo. Hoy no voy a poder ir.
—Está bien —respondió, levantando el puño—. Descansa, viejo ya quiero ver el video .
—Oye, Río —intervino Eli con los ojos brillando—, esa patada voladora… fue épica.
Solté una risa leve.
—Gracias. Cuando quieras ir al dojo, yo te puedo enseñar una que otra cosa. Es fácil… si tienes huevos.
Chocamos los puños.
—Nos vemos en tres días, chicos.
Di media vuelta y volví con Jade.
Ella se levantó apenas me acerqué.
—¿Entonces te suspendieron? —preguntó con una media sonrisa.
—Sí. Tres días. Nada grave.
—¿Y valió la pena?
La miré de frente.
—Cada maldito segundo.
Ella sonrió, bajó la mirada un instante y guardó su celular. El ambiente entre nosotros se sentía más liviano, como si después de la tormenta de golpes y gritos, al fin pudiéramos respirar.
—Si puedes, mándame el video. Yo lo edito —le dije, mientras me ajustaba la mochila.
—Claro —respondió sin dudar—. Te lo paso por Bluetooth en un rato.
Hubo una pausa cómoda. La miré por unos segundos. Luego mi estómago decidió interrumpir.
—Oye, no sé tú… pero yo no he comido nada.
—La pelea te quitó el hambre, ¿no? —dijo con una sonrisa.
—No, me la aumentó. ¿Tienes hambre?
—Un poco, la verdad.
—Vamos a comer. Después te llevo a tu casa —le ofrecí, sacando el casco extra que siempre llevaba por si acaso. Se lo tendí.
—¿En serio? Bien, vamos —dijo, tomando el casco con una mezcla de sorpresa y gusto.
Caminamos hacia la moto. Ella se subió detrás de mí con naturalidad, sin necesidad de instrucciones. Su mochila la acomodó delante y me sujetó con firmeza. Arranqué la moto, y en cuanto pisamos la avenida, sentí que el caos de la escuela quedaba atrás, al menos por un rato.
Cafetería local – 4:00 PM
Paramos en un lugar sencillo, con pocas mesas y olor a fritura que te abría el apetito en cuanto cruzabas la puerta. Pedimos hamburguesas y papas. Mientras esperábamos, ella sacó el celular.
—¿Bluetooth encendido? —preguntó.
—Sí, mándalo.
En segundos, mi celular vibró. "Archivo recibido: VIDEO_COBRAKAI_1.mp4"
Lo abrí y lo vi rápido. Grabación limpia. Enfoque perfecto. Se escuchaban los gritos al fondo, pero lo más importante se capturaba bien: los movimientos, las caras, los golpes. El golpe de Miguel a Kyler, mi entrada desde la mesa, las patadas bien sincronizadas… Todo.
—Está increíble —le dije.
—Ya te dije. Me debes una —respondió ella, sacando una papa del cartón y mordiéndola con tranquilidad.
Mientras comíamos, la conversación fluyó con naturalidad. Hablamos de todo un poco: música, profesores ridículos, películas que ambos odiábamos y de lo mal que sirven el café en la escuela. Jade tenía una forma muy suya de ver el mundo, ácida pero real. Eso me gustaba.
—¿Sabes? No pensé que fueras así —me dijo mientras terminaba su bebida.
—¿Así cómo?
—No sé… creía que eras solo otro chico con cara de pocos amigos. Pero tienes cerebro. Y fuego. Me gusta eso.
—¿Entonces sí te caigo bien?
—Aún lo estoy decidiendo —respondió con media sonrisa.
Yo solo reí y me terminé el último pedazo de hamburguesa.
Camino de regreso – 6:45 PM
El sol empezaba a bajar cuando salimos del local. La llevé de regreso en moto, con el viento suave golpeándonos el casco y el ruido de la calle llenando los silencios.
Al llegar a su casa, me bajé primero. Le ofrecí la mano para bajarse, pero ella saltó sola.
—Gracias por la comida —dijo, quitándose el casco—. Y por hoy.
—Gracias a ti por grabar. Era importante.
Nos quedamos mirándonos por un momento más largo de lo normal. Nada incómodo. Solo… sincero.
—Nos vemos, Río.
—Nos vemos, Jade.
Se giró y caminó hasta la puerta de su casa. Cuando entró, me quedé unos segundos ahí, sobre la moto, con el celular en el bolsillo y la cabeza dándole vueltas a todo lo que había pasado ese día.
Y esto… solo acababa de empezar.
Departamento de Río
Llegué a casa y lo primero que hice fue lanzar la mochila al sillón. Me quité la chaqueta, me solté los nudillos, aún algo resentidos por la pelea, y fui directo al escritorio. Encendí la laptop. El zumbido del ventilador interno me recibió como un viejo amigo.
Saqué el celular del bolsillo, lo conecté por cable, y comencé a transferir el archivo que Jade me había pasado horas antes: "VIDEO_COBRAKAI_1.mp4"
Mientras la barra de carga avanzaba, me recosté unos segundos en la silla, dejando que el eco del día se acomodara en mi cabeza. El caos en la cafetería. Las caras. La ovación. Jade. Todo había pasado tan rápido… pero esto era lo que realmente importaba.
El archivo terminó de pasar. Abrí mi software de edición.
—Es hora.
La primera escena era fuerte: Sam enfrentando a Kyler. Su grito. La discusión. La bandeja estrellándose contra el suelo.
Pero eso no era parte de nuestra historia.
Recorté el inicio. Eliminé a Sam. Su drama con Kyler no era el enfoque. Aquí no se trataba de una relación, se trataba de justicia. De equilibrio.
Llevé el cursor a la marca donde Miguel se pone de pie. El momento exacto en que lanza la bandeja contra la mesa. Fuego puro. De ahí arranca el relato real.
Comencé a trabajar la línea de tiempo. Audio limpio. Cortes precisos.
La pelea se desarrollaba como una coreografía. Cada golpe de Miguel estaba marcado. Cada movimiento mío tenía ritmo. Como una sinfonía brutal con pasos medidos y sentido. Pero no bastaba con mostrar la pelea.
La gente debía entender por qué pasó.
Minimicé la ventana del editor y abrí la carpeta que había guardado desde hacía semanas. Clips obtenidos de grupos privados, foros escolares, grabaciones filtradas: Kyler y su grupo insultando, empujando, pegando. A chicos más pequeños. Siempre en grupo. Siempre riéndose.
Tomé el primer video. Lo metí antes de la pelea. Luego el segundo. Y el tercero. Cada uno con una transición suave. Censuré las caras de las víctimas. Les puse mosaicos con cuidado, sin cubrir demasiado el entorno. Solo los rostros.
Pero los de Kyler y sus amigos… esos los dejé limpios. Incluso les hice un zoom. Para que nadie dudara quiénes eran.
Añadí texto breve sobre cada clip:
"Víctima: estudiante de primer año. Agresores: Kyler y su grupo. Lugar: patio trasero, martes 9:27 AM."
"Segundo incidente: empujones múltiples. Grupo de 4 contra 1. Biblioteca."
Después de mostrar el contexto, la cámara volvía a Miguel en la cafetería.
Su rostro endurecido.
Su postura.
Su primer golpe.
Empecé a añadir ritmo.
Puse la música de fondo, suave al inicio: un instrumental tenso, con tambores bajos. Cuando Miguel bloquea el primer golpe y lanza su puñetazo a la nariz de Kyler, la música explota. Las tomas cambian al ritmo de los golpes. Cortes rápidos pero claros.
Entonces, Río entra en escena.
Rebobiné el momento una y otra vez para ajustar el ángulo. Desde que salto sobre la mesa hasta la patada al pecho del atacante. Pura película.
Me aseguré de que la música aumentara justo ahí. Que el beat cayese con cada impacto.
Miguel y yo peleando espalda con espalda, los dos en sincronía.
Cambié el color de fondo en esas tomas. Agregué un filtro leve para dramatizar los contrastes. Que la sangre se notara, pero sin ser grotesco. Que las caídas dolieran, pero sin ser morboso. Quería que el video fuera viral, sí. Pero también quería que tuviera peso.
A mitad del video, cuando el silencio cae tras la pelea, añadí una breve narración en pantalla. Letras blancas, simples:
"Este no fue un ataque. Fue defensa."
"Estos no son criminales. Son justicieros."
Después, metí una toma fija de Miguel de pie sobre Kyler, respirando agitado. Y luego otra mía, con el rostro apenas cortado por el borde del encuadre. En cámara lenta, nos giramos y caminamos hacia el fondo, entre mesas destrozadas y estudiantes en shock.
Pausa.
Pantalla negra.
Silencio.
Entonces, con una animación suave, aparecieron las letras en dorado, en el centro de la pantalla:
"LOS CAMPEONES DE COBRA KAI"
Debajo, un texto más pequeño:
"Cuando el sistema falla, alguien debe poner orden."
Guardé el archivo. Nombre simple: Justicia_CobraKai_Final.mp4
Lo miré completo una vez más. Me detuve en los detalles. En las expresiones. En la fuerza de cada plano. Me aseguré de que no había una sola toma innecesaria.
Cuando terminó, me quedé en silencio unos segundos.
Sentí algo en el pecho.
Cerré el programa, levanté el celular y entré a la cuenta oficial de Cobra Kai. La que habíamos creado semanas atrás. Habíamos logrado tener 3000 seguidores. Solo unas fotos del dojo, un par de historias de entrenamiento. Pero eso estaba por cambiar.
Subí el video sin título.
Solo una frase:
"Así se entrena. Así se actúa."
"Cobra Kai nunca muere"
Lo dejé cargar.
Y mientras el porcentaje avanzaba, me recosté en la silla, crucé los brazos detrás de la cabeza y sonreí.
Porque ahora sí, la escuela, la ciudad, todos… iban a saber qué era Cobra Kai.
Y lo que significaba meterse con los que ya no se dejarían pisotear.
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Dejen su comentario me ayudaría saber si seguir parar mejor