Despues de haber entregado el cuerno de unicornio, Jake regresó por el mismo camino. Sus pasos, seguros y pesados, retumbaban por todo el salón, como si su sola presencia bastara para imponer silencio. Al llegar al escenario, su mirada recorrió a los presentes con una sonrisa apenas perceptible, cargada de confianza.
Jake: El siguiente artículo fue bastante más sencillo de conseguir que el cuerno... aunque eso no significa que la criatura fuera menos peligrosa.
Chasquea los dedos, y una nueva caja de vidrio descendió lentamente del techo. Dentro, un diente largo y afilado descansaba. Aún goteaba veneno, que chispeaba y corroía la superficie de la caja cada vez que caía, aunque el cristal parecía regenerarse al instante para contener la sustancia letal.
El primero en reaccionar fue un orco, con cicatrices profundas que recorrían su rostro y cuello. Sus cejas se alzaron y sus colmillos asomaron cuando susurró en tono incrédulo:
Orco: Por todos los dioses... eso es un diente de hydra.
Desde una mesa cercana, unos duendes, pequeños y de mirada curiosa, se incorporaron sobre la mesa para ver mejor. Uno de ellos, con túnica raída y un bastón tan alto como él, dejó escapar un comentario entre la sorpresa y la desconfianza:
Duende Chamán: ¿Un diente de hydra? Si eso es real... ¿cómo sigues respirando?
Un enano, recostado en su silla, cruzó los brazos y soltó una risa seca.
Enano: Espero que la historia esté a la altura del trofeo.
Jake observó el diente un instante más, antes de soltar una ligera carcajada.
Jake: Si realmente quieren saberlo... puedo contarles cómo lo conseguí.
La mayoría de los presentes asintió sin pensarlo dos veces, atentos como niños esperando escuchar una leyenda.
Jake: Entonces, escuchen con atención.
[FLASHBACK]
En algún rincón del mundo fétido, una silueta encapuchada avanzaba sigilosa entre pantanos oscuros y bosques marchitos. El suelo era un lodazal infestado de raíces podridas y restos de huesos quebrados, mientras que el aire apestaba a muerte y humedad, y el cielo permanecía cubierto por un manto de nubes grises.
La figura llevaba sobre el pecho un símbolo rúnico, cuyos destellos apenas visibles lo mantenían oculto a las hordas de muertos vivientes que deambulaban por la zona, moviéndose como sombras sin alma.
Jake: (murmurando con fastidio) Malditas plagas... mantener este sello activo es un dolor de cabeza. Deberían quedarse muertos como corresponde, no arrastrarse por este asqueroso y olvidado mundo.
Tras una larga caminata, la silueta se detuvo en la entrada de una gran cueva. Sus paredes eran de piedra ennegrecida, decoradas con los cadáveres esparcidos de otras criaturas que no habían tenido la misma suerte de alejarse a tiempo. En el centro del lugar, descansaba la bestia que buscaba: una hydra. Dormía, pero cada respiración levantaba pequeñas ráfagas de polvo y hacía crujir los huesos bajo su cuerpo.
Jake: (pensando con sarcasmo) Vaya, todo un decorador... los cadáveres realmente le dan un toque acogedor.
Con sumo cuidado, sacó de su cinturón una esfera blanca y la dejó rodar hacia el interior de la guarida. Al tocar el suelo, la esfera liberó un domo translúcido que envolvió la zona en un campo de sigilo absoluto.
Jake descendió con pasos casi inaudibles, como si el suelo mismo lo evitara. Se acercó a una de las cinco cabezas de la criatura y, tras medir su movimiento con precisión, desenvainó su daga y de un corte limpio arrancó el diente que buscaba.
La hydra despertó en el acto. Sus ojos se abrieron de golpe, y soltó un rugido que retumbó en todo el lugar, un grito que habría helado la sangre incluso al demonio más cruel. Las cabezas comenzaron a moverse furiosas, olfateando el aire, buscando a su agresor.
Y aun así, Jake seguía allí mismo, a escasos metros, cubierto por el domo mágico, observando cada movimiento con fría tranquilidad.
Jake: (pensando mientras reprimía la risa) Pobre bestia... tan grande, pero tan ciega.
Con una calma casi insultante, guardó el diente en su bolsa y enfundó la daga de vuelta en su funda.
Mientras se alejaba, una de las cabezas (aquella a la que le había arrancado el diente) comenzó a retorcerse. La herida se abrió más y más, hasta que la infección provocada por la peste mágica que portaba la daga devoró toda la carne, dejando al descubierto solo el esqueleto blanquecino.
Jake: Vaya que soy bueno...
Sin apuro, escaló las paredes rocosas hasta la salida, y una vez en el exterior, se alejó mientras las furiosas y dolorosas voces de la hydra seguían resonando en la distancia. En su rostro una sonrisa burlona.