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La voz de Matthew sonaba tan calmada como un charco de lago y tan suave como plumas que caen de las alas batientes de un pájaro. Cada caricia que le daba a Ruby era tan gentil que ella pudo distinguir lentamente la realidad de las alucinaciones en su mente.
La figura del Marqués Barnette, quien siempre la miraba con disgusto, comenzó a difuminarse gradualmente, reemplazada por Matthew, quien la sostenía firmemente.
Ruby levantó la cabeza, mirando a los ojos dorados de Matthew que lucían tan cálidos como el sol y tan ardientes como las brasas en la chimenea. El flujo frío que anteriormente había cubierto la espalda y todo el cuerpo de Ruby fue gradualmente vencido por el calor proporcionado por Matthew.
—Matthew —Ruby agarró la ropa de Matthew para poder convencerse de que había regresado a la realidad.
—Estoy aquí, cariño —susurró Matthew. Acarició suavemente su cabello—. Está bien. Tu padre ya no está aquí.