Todavía eran las cinco de la mañana, pero Ruby ya había abierto los ojos. Tocó una gran mano que envolvía su cintura desde atrás como si quisiera proteger su estómago durante toda la noche.
Vagamente, Ruby podía sentir el sutil roce de la respiración en la parte posterior de su cuello. La habitación estaba tranquila, llena de una paz que reconfortaba a Ruby.
Rozó la mano de Matthew, luego se deslizó hasta su palma. El contraste entre sus manos era sorprendente—la suya delicada y suave, mientras que la de él era áspera y curtida.
La piel estaba callosa, cada arruga y cicatriz causada por empuñar una espada durante demasiado tiempo y estar en batalla por más de mil años.
—¿Estás despierta, cariño?
Ruby contuvo la respiración al escuchar la voz suave y profunda desde atrás. Matthew acercó más el cuerpo de Ruby, envolviendo el cuerpo de su esposa como si fuera una manta viviente.
—Mhm —murmuró Ruby.