La casa estaba vacía cuando llegué; incluso el bebé no estaba. Esa mierda me asustó por un segundo. Ha pasado un tiempo desde que la juventud de Hitler o alguno de los otros no ha estado aquí para recibirme.
—¿Kat? —Caminé por la casa enfadándome cada segundo más.
Ella estaba en la cama con las sábanas hasta la barbilla. Respiré profundo e intenté calmarme. En lugar de gritar como quería, simplemente me quité las botas y me metí en la cama detrás de ella.
—Colton, estás en casa.
—Sí nena, estoy en casa. —Su voz sonaba tan pequeña y perdida, y entonces un pensamiento me golpeó que me heló las entrañas—. Te juro por Dios, Kat, si estás enferma me voy a cabrear muchísimo, mírame. —Ella empezó a reírse con un resoplido. Al menos es un comienzo, aunque estaba seguro de que se reía de mí.
—¿Qué sentido tiene eso, loco?
—¿No estás enferma? —Mi mano fue a su corazón donde podía sentirlo latir fuerte y lleno de vida. Ella negó con la cabeza—. ¿Entonces qué es?