Capítulo 4 — La primera jugada

Desde la perspectiva de Selene

Mandé a llamar a Caspian a mis aposentos. 

No por capricho. No por poder.

Por estrategia.

Si lograba ganarme su lealtad, aunque fuera una parte, mi futuro tendría una base más firme. Él era más que un soldado. Más que un esclavo liberado. Con Caspian de mi lado, quizá... podría sobrevivir.

Conocía a Caspian. Su carácter, sus ideales, su rabia contenida... todo gracias a las páginas del libro. Él no era simplemente fuerte; era inteligencia, tenia liderazgo, intuición. Una figura que, en el futuro del libro, lograba unir reinos en ruinas.

Idealista hasta la obstinación, marcado por el resentimiento hacia la élite que lo quebró desde niño. Pero sabía que tenía un corazón noble. Había algo más en él…Misericordia.

En los últimos capítulos, cuando descubría que su padre era el emperador, sentía remordimiento por haber provocado su muerte en medio de la rebelión. Incluso perdonaba a la emperatriz y a su medio hermano. Pudo matarlos… y no lo hizo.

Solo necesito un poco de su misericordia. Quizá incluso su lástima.

Pero aún era un animal salvaje. Desconfiado. Observador. Y, a pesar de todo, más peligroso por su sentido de justicia que por su fuerza.

La puerta sonó, y permití que entraran.

—Aquí está el muchacho, como solicitó, mi señora —dijo Gerald, entrando junto al joven.

Ahí estaba él. No lo miré de frente; preferí observarlo desde el espejo, como si no fuera real. Pude ver como se arrodilló.

—¿Me mandó a llamar, mi señora? —preguntó, con un tono cargado de sarcasmo que decidí ignorar.

No respondí. Podía sentir su insolencia desde el umbral. En lugar de contestar, me limité a hacerlo esperar, en silencio, mientras deslizaba mis dedos por mi cabellera con lentitud.

No necesitaba decir nada aún.

Me concentré en su presencia. En el peso de su respiración al fondo de la habitación. En cómo intentaba parecer en control, cuando lo que realmente sentía era desconfianza. 

—Puedes dejarnos solos, Gerald —ordené con calma.

Mi mayordomo pareció reacio a dejarme a solas con él, pero asintió y salió, cerrando la puerta tras de sí.

Yo me encontraba sentada frente a mi tocador, peinando mi cabello. Llevaba puesta mi ropa de dormir, de un blanco porcelana. La luz de la luna iluminaba mis aposentos, reflejándose en el espejo. Lo observé de reojo: seguía arrodillado, pero ahora sabía que me estaba mirando.

Me levanté lentamente y me acerqué a él. Su mirada seguía baja. Extendí la mano, tomé suavemente su barbilla y lo obligué a mirarme.

Me encontré con esos ojos dorados. Desafiantes. Escudriñaban mi interior sin permiso. Pero no iba a dejarme doblegar. Le devolví la mirada con la dulzura más creíble que podía ofrecer este rostro.

—¿Cuál es su nombre, sir…? —pregunté, como si no lo supiera.

—Caspian, mi señora —respondió, manteniéndose desafiante.

—Puedes levantarte, sir Caspian.

Solté su mentón y se incorporó. Me sobrepasaba por más de una cabeza.

—Entiendo que no tienes deseos de permanecer aquí —le dije, dándome vuelta para caminar hacia el balcón de la habitación.

—Con todo respeto, duquesa, usted nos dio libertad. Dijo que podríamos irnos cuando quisiéramos —respondió. Su voz resonó firme contra las paredes.

—Así es. Aunque esperaba que aceptaras mi propuesta, como tus compañeros… y te quedaras a mi lado como guardia.

—Le agradezco su hospitalidad, pero mi lealtad no está en venta —espetó con descaro.

—Sé lo que piensas de mí —dije en voz baja, con una punzada en el pecho—. Todos piensan lo mismo.

Miré mis manos, que se aferraban a la baranda del balcón.

—La arpía de Valtoria —murmuré, sonriendo con amargura.

Sentí que él se acercaba lentamente.

—¿Para qué me llamaste a tus aposentos? —preguntó con dureza—. ¿Es acaso que quieres usarnos para algo más que protección? No somos tus juguetes. No dejaré que alguien como tú nos utilice a su antojo. Nos diste libertad. Ya no puedes deshacerlo. — Sus palabras fueron como bofetadas. No las merecía. No esta vez.

—Creo que estás malinterpretando la situación, sir Caspian —lo miré con enojo contenido—. Te mandé a llamar para aclarar las cosas. Creo que estás siendo injusto conmigo.

Di un paso hacia él. Estaba herida, sí… pero no iba a temblar.

—No somos tan diferentes como tú crees — agregué pero fui interrumpida

—¿No? Me disculpará, mi señora, pero no recuerdo haber nacido en una mansión bañada en oro, con sirvientes que se inclinan al paso.— se reía.

Sin perder la calma, le respondí con elegancia afilada.

—Tampoco recuerdo haber sido vendido como carne en una plaza pública, si eso le da consuelo.Nunca pasé hambre en las calles, ni tuve que pelear por sobrevivir en una celda.

Pero no se engañe, Caspian. El lujo no protege del dolor. Solo lo disfraza mejor.

—No necesito que me cuente historias trágicas para convencerme. Sé cómo funcionan los nobles. Incluso los que fingen redimirse.

—¿Fingir? —repetí con una sonrisa helada—. Qué conveniente es juzgar cuando solo se ve lo que quiere verse.

—Sé lo suficiente.

—No. Has oído rumores. Murmullos repetidos tantas veces que suenan a verdad. Pero no sabes nada de mí, Caspian.

Me acerqué un paso, sin bajar la voz.

—No estuviste allí. No sabes qué decisiones tomé. No conoces mis razones ni lo que he sacrificado.

Él no respondió, pero su expresión se tensó.

—Si me vas a odiar, hazlo por lo que he hecho, no por lo que otros dicen que soy. Júzgame por mis acciones. Por cómo te trato. No por el título que heredé, ni por los pecados de mi familia.

Vi el desconcierto cruzar su rostro. Fue solo un segundo, pero bastó.

—¿Eso era todo? —dijo, al fin, con voz más baja.

—Sí. Te ofrecí libertad, además de la opción de que seas mi caballero. Hay muchas amenazas en mi vida y quiero tu ayuda. Es tu decisión.

Hubo un silencio denso.

—Si aún deseas irte, no te lo impediré. Es más, puedo darte un caballo y provisiones para sobrevivir algunos días hasta que encuentres un oficio —me alejé de él, caminando de nuevo hacia el balcón.

—Me quedaré. Como guardaespaldas, no como caballero. No esperes devoción. No esperes admiración.

Sus ojos se clavaron en los míos.

—Te protegeré porque es lo correcto. Pero no te sigo. No todavía.

—Eso está bien —respondí con calma—. Las lealtades verdaderas no se compran… se construyen.

Hizo una breve inclinación con la cabeza. Lo justo para sellar un acuerdo, no una sumisión. Luego se dio media vuelta y se marchó, sin pedir permiso, sin esperar mi aprobación.

Me quedé sola, de pie frente al balcón, observando la luna entre las nubes.

Mis manos temblaban.

Había jugado mis cartas. Con cautela, con cálculo… pero también con verdad. Y aunque no gané su lealtad, no la perdí tampoco.

Quizá… no todo está perdido.

Por ahora Caspian estaba de mi lado. Pero debía tener cuidado, demostrarle que soy alguien en quien puede confiar.

Algunas fichas ya están en su lugar. El tablero está casi listo.

Aún falta para que comience el verdadero juego.

Suspiré con fuerza, saliendo de mis pensamientos.

—Porque no sabes quién soy en realidad, sir Caspian.- susurré a la brisa.