El sol es tibio. No quema, no molesta. Solo acaricia y con el una brisa ligera juega con el pasto alto, y las aves vuelan en círculos sobre un cielo despejado, si pudiera decir que es lo mas bello del universo seria esta vista sin lugar a duda, es como si el mundo hubiera olvidado toda guerra y todo ruido. Es paz, pura y silenciosa.
Estar debajo de este gran árbol me da mucha tranquilidad, me puedo recostar en la tierra y cerrar los ojos mientras escucho los latidos del mundo… y los míos, sincronizados.
Hace mucho tiempo que no sentía esto. Hace mucho que no sentía… nada
- Yaiba
- Yaiba
- Padre
- Yaiba
La voz me llama desde atrás. Es femenina, suave al principio. Volteo lentamente.
Veo una figura. No… dos
Una mujer de cabello violeta que camina de la mano de un niño pequeño. Sus rostros están difuminados por la luz pero los pasos de ambos son firmes. Se acercan.
El niño me sonríe. Ella me habla.
- Volvamos a casa… Yaiba.
- Yaiba…
- Yaiba…
Su voz cambio, ya no es suave… esa voz es mas grave. Mas real… Mas… molesta. Se quien es.
-Yaiba…
¡Clang!
Siento el impacto antes de entender lo que paso. Mi cabeza explota del dolor y mi visión se sacude como un terremoto.
-¡Viejo Yang! – grito, aun medio dormido
-Déjame dormir cinco minutos más, anciano.
-Cinco minutos mas y te voy a despertar con mi super golpe de abuelo en lugar de lanzarte una botella, mocoso - responde una voz ronca-. Ya pasa de medio día y no naciste para soñar. Tu hermano escogió ir a defender nuestra patria con los caballeros sagrados del reino y tu decidiste quedarte a ayudarme a atender el bar, así que despierta y abre.
Me froto la cabeza. La botella rota a mi lado todavía gotea agua. Puedo ver por la ventana de mi habitación que el cielo ya no esta despejado, no hay aves, no hay paz, solo un cielo gris. Y el maldito rostro del viejo Yang mirándome con el seño fruncido
-Bienvenido de vuelta a la realidad, Yaiba. – hablando entre dientes el- me pregunto cómo le estará yendo a tu hermano Elliot, si el estuviera aquí fuera el primero en levantarse, preparar el desayuno y abrir el bar.
-Yaiba, por cierto, antes de que abras recuerda llevar toda la basura a las afueras del pueblo.
-Si viejo Yang, ya lo se
Me pongo una camiseta arrugada, tomo los costales que huelen mucho peor que los chistes del viejo cuando ya esta borracho, bajo por las escaleras. El bar está vacío, salvo por las botellas mal acomodadas y las sillas aun encima de las mesas.
Salgo por la puerta trasera. El aire esta seco, denso. El cielo gris parece haber estado así toda mi vida. No recuerdo cuando fue que sentí el calor real del sol. Quizá solo en mis sueños.
Las calles del pueblo están tranquilas. Algunas casas siguen destruidas desde el ultimo sismo, otras parecen mas parches que estructuras. Los niños juegan con botellas vacías, corren por los escombros como si no conocieran otro tipo de infancia. Ancianos se sientan afuera con los ojos fijos al cielo, como si esperaran algo. O a alguien.
Te preguntaras la situación tan mala de tu pueblo debe ser un reflejo de los reinos y otros pueblos pero la verdad no. En comparación a los demás lugares el pueblo de Alacrya es un lugar que se encuentra a cinco días del reino central, el reino Fuji, y digamos que tenemos mala reputación ya que aventureros, asesinos y uno que otro demonio, se abastecen aquí. Ya sea armas, comida o personas, por lo mismo el rey decidió imponernos un castigo por ello. Tampoco culpo a los aventureros por venir a comprar armas, son mucho más económicas, y si en caso de que no asesinen a su presa al instante, la presa morirá por una infección más tarde ya que no se sabe de donde o como consiguieron esa arma los vendedores.
Caminando por la carretera principal, me doy cuenta de que nada a cambiado, esta desierta. Solo hay marcas antiguas de asfalto, huellas de un pasado que nadie se atreve a nombrar. A lo lejos, una vieja valla publicitaria, anuncian una bebida que tal vez tiene mas de 100 años que dejo de existir.
El viejo, me conto de pequeño a Elliot y a mí que el la llego a probar pero que tuvo que vomitar por 3 días seguidos con un serio problema intestinal, esto por que la bebida ya había caducado. Te preguntaras también, ¿Quién es el viejo Yang?, o porque tiene ese tipo de historias, bueno. Aprovechare para contarte un poco de el en lo que llego.
El viejo Yang es un antiguo Caballero Sagrado, entre sus muchas historias dicen que se le fue otorgado la bendición de portar la espada anti demonios que el arcángel Miguel utilizo en su pelea contra Lucifer, vivió muchas historias y en todas terminaba diciendo que siempre terminaba en el templo de artemisa confesándole su amor, siendo sincero eso lo dudo. El viejo tiempo después lo dejo por que su hijo falleció, por si te lo preguntabas, el señor Yang y yo no tenemos ningún lazo sanguíneo pero decidió adoptarme porque me encontró envuelto entre una cobija y una bolsa con serios problemas de hambruna, y desde entonces Elliot y el se convirtieron en mi familia, Elliot si es nieto del señor Yang, su único nieto.
Mucha gente llamaba a Elliot un heredero a esa bendición del viejo. Y durante mucho tiempo ambos entrenamos con la espada, el era muy bueno, parecía que tenia años haciéndolo. Yo simplemente le causaba problemas y me reía por que cada que me atacaba con la espada solía ponerle nombre a esos ataques, decidí hablar con el viejo pedirle que dejara de forzarme a hacerlo, yo solo quiero estar acostado en mi cama, maldiciendo al aberrante mundo en el que vivo.
Elliot siempre fue mejor, pero siendo sincero yo nunca exprese una emoción por hacer algo como lo hizo el, ni para socializar.
He llegado al contenedor, dejo caer la basura y me quedo ahí un momento.
-Tengo que dejar de hablar solo, la gente puede pensar que estoy loco
Suspiro y desde esa colina baja puedo verlo… el borde del mundo. La montaña mas grande. El monte Fuji, durante la gran guerra dicen que sirvió como el lugar donde llegaban todos los ángeles a parar, es un lugar divino. El lugar donde todo empezó.
Cada vez que lo miro, siento como si me observara.
-Tsk… maldito monte- murmuro
Camino de regreso al bar, con las manos en los bolsillos y la mente aún medio dormida. El pueblo sigue igual: lento, callado, atrapado entre recuerdos y ruinas. Cuando doblo por la calle que baja hacia la entrada principal, veo algo poco común: un transporte del Reino Fuji. Un vehículo blindado, con emblemas dorados, se aleja por el camino de tierra, dejando una estela de polvo a su paso.
No es habitual verlos por aquí… Sigo caminando, pero a mitad del camino siento un golpe seco en el pecho. Un dolor punzante, como si algo por dentro se cerrara de golpe.
Me detengo. Respiro. Me llevo la mano al corazón.
—Tsk… ¿Qué demonios me pasa?…
El dolor desaparece tan rápido como llegó, pero la sensación permanece. Cuando llego al bar, el viejo Yang ya está barriendo el frente. Tiene los hombros más caídos de lo usual. No habla, solo hace un gesto con la cabeza y entra. Yo lo sigo.
El día pasa entre vasos sucios, platos sin terminar y parroquianos borrachos.
Nada fuera de lo normal… excepto por el silencio del viejo. No me regaña, no me lanza botellas, no se queja de los clientes… no está tomando con sus amigos. Solo limpia… como si no estuviera realmente allí.
Trato de ignorarlo, pero algo en sus ojos me carcome por dentro, pasamos la noche sirviendo cerveza barata y limpiando vómitos hasta que las manecillas marcan las 4:12 a.m. Cierro la última puerta, apago las luces del salón y dejo caer la cabeza sobre la barra. El viejo ya se ha ido al cuarto del fondo. O eso creo.
Pero al mirar al suelo, algo llama mi atención: una carta arrugada ha caído de su mandil. Me agacho y la tomo.
El sobre está sellado con el símbolo del Reino Fuji. Mi estómago se contrae. Rompo el sello y empiezo a leer. Mi mano empieza a temblar.
“...durante el enfrentamiento en la frontera del Reino de Xochira, el escuadrón liderado por el caballero Elliot fue interceptado por fuerzas hostiles, incluyendo entidades de alto nivel asociadas con los llamados Ángeles de la Desolación. Hasta el momento, su paradero es desconocido… se le avisa a usted como su único familiar mantener la calma, las fuerzas del reino están trabajando por encontrarlo…”
Las palabras comienzan a difuminarse. El papel cae, mientras el dolor en el pecho regresa, más fuerte. Como si me estuvieran arrancando algo de dentro. Algo que no sabía que aún tenía.
Corro por el pasillo que da al cuarto del fondo, mi mente se empieza a nublar con los recuerdos de pequeño con Elliot.
Entro al cuarto y esta ahí el viejo. Lo encuentro sentado en su silla, con la mirada clavada en el suelo, como si ya supiera que venía. Sigo temblando. Tengo la carta arrugada en la mano.
—¿¡Por qué no me lo dijiste!? —le grito, sin poder contenerlo—. ¡¿Por qué, viejo Yang?! ¡Elliot es mi hermano!
Él levanta la mirada, lento, como si cada segundo le pesara años.
—Iban a confirmar más tarde… no quise hacerte cargar con eso sin tener una respuesta definitiva —murmura.
—¡¿Respuesta definitiva?! —mi voz se quiebra—. ¡¿Te pareció mejor esconderme algo así?! ¡Elliot podría estar… muerto! ¡O peor!
Yang se levanta de la silla con dificultad, con ese andar lento que tiene cuando no quiere parecer frágil.
—No quise que te cayeras, Yaiba —dice, con más firmeza—. Después de lo del Monte… después de todo lo que ya has cargado, pensé que no podrías con una noticia más.
—¡No es tu decisión! ¡No eres mi padre!
—¡Y sin embargo fui el único que estuvo cuando no tuviste a nadie, mocoso!
Silencio. Esa frase… me corta el aliento.
—Yo… —intento hablar, pero no sé qué decir—. Tú… tú sabías que Elliot a pesar de no ser mi hermano, era todo lo que me quedaba. Era el único que…
—Él era mi nieto también, mocoso. Yo también lo perdí. Pero tú... tú nunca quisiste ver que él eligió su camino. Como tú elegiste quedarte aquí conmigo.
—¡Porque alguien tenía que hacerlo! ¡Porque yo me cansé de ver cómo todos en el pueblo se iban y no regresaban! ¡Y ahora… ahora tampoco lo tengo a él!
Los ojos se me llenan de lágrimas, pero no lloro. No aquí. No frente a él.
Me doy media vuelta y salgo sin decir más. No quiero escuchar su voz. No quiero sentir que tiene razón. Solo quiero correr. Huir. Y eso hago.
Salgo corriendo del cuarto, sin mirar atrás. corro a oscuras, casi tropezando. Empujo la puerta del bar con rabia, con dolor, con algo más que ni siquiera puedo nombrar. Y corro.
Las calles están vacías, como si el mundo supiera que no debía interrumpir este momento. Los faroles parpadean, y los perros callejeros se apartan al verme pasar.
El pecho me duele. No como una herida. No como un golpe. Sino como si algo dentro de mí, por fin, se hubiera roto.
Y entonces, mientras corro cuesta arriba, con los ojos nublados y la garganta ardiendo, las palabras salen solas:
—Así que… Así que este sentimiento es la tristeza...
Mi voz tiembla, me cuesta respirar. Nunca lo había entendido, nunca la había sentido así. La tristeza real, no la que uno imagina… sino esa que arranca el aire. Que te deja solo con tu rabia y tus recuerdos.
No sé por qué vine aquí, donde siempre tiro la basura cada mañana, pero esta vez… dejo caer mi cuerpo. Me desplomo de rodillas. Las manos me tiemblan.
Y al fin…lloro.
No como un niño, no como un héroe. Lloro como un hermano. Como alguien que no pudo proteger lo único que le quedaba. Mis puños golpean la tierra seca una y otra vez. Y cuando ya no puedo más, levanto la mirada al frente. Ahí donde está la montaña más sagrada. El símbolo de nuestra fe.
—¡Maldito seas! —grito, con la voz rota—. ¡Maldito seas, Monte Fuji! ¡Tú te lo llevaste todo! ¡Tú te burlas de mí cada día! ¡Cada maldito día!
Mi grito se pierde en la noche. Pero el eco… el eco no desaparece. Porque el monte no responde. No tiene que hacerlo.
Solo se queda ahí. Mirándome, como siempre. Como si supiera que aún no ha terminado.
Mis gritos se apagan, tragados por el viento y el polvo. La noche está fría, pero ya no me importa. El cuerpo me pesa., el alma más. Las lágrimas siguen cayendo, pero ya no sé si son de dolor, rabia… o simplemente cansancio.
Me recuesto junto al basurero, mirando el cielo oscuro. Los ojos me arden. El corazón también. Y poco a poco, el llanto se convierte en silencio… y el silencio, en sueño.
No sé cuánto tiempo pasa. Pero en la oscuridad de mi mente… escucho una voz. Una que no me grita. Una que no exige. Solo… me llama.
—Ve a buscarlo…
La voz es profunda, serena. No sé si es real. No sé si es de Elliot, del monte, de algo más allá. O tal vez estoy enloqueciendo, pero en ese momento, lo único que siento es que… debo hacerlo. Abro los ojos con lentitud.
El cielo empieza a clarear. Un leve resplandor dorado se cuela por el horizonte. Y por un instante, solo un segundo, El Monte Fuji parece iluminarse. No como burla. No como amenaza. Sino como una señal.
Me quedo viendo esa silueta, ese pequeño rayo de luz y por primera vez en mucho tiempo… sonrío
—Entonces así será…
Me levanto. Sacudo el polvo de mis pantalones. El dolor sigue ahí, pero ya no es lo único que siento. Ahora también hay algo más, hay Voluntad.
Empiezo a caminar de regreso al pueblo. Los primeros rayos de luz bañan el suelo que piso. El aire huele a tierra fría, a comienzo, a camino.
Pero lo que no sé, es que a lo lejos…en la sombra de una estructura abandonada, alguien me observa. Sin moverse, sin hablar. Solo mirándome… como si me estuviera esperando.
El viaje de Yaiba apenas comienza.