Capitulo 4: Los ojos que acechan.

POV MAZE

Han pasado solo dos días… pero parecen diez. No por el camino, ni por los combates. Sino por él. Yaiba.

Ese chico torpe, testarudo, que no ha dejado de quejarse por el dolor desde que me salvó… y sin embargo sigue empeñado en caminar.

Desde hace dos noches, no ha podido blandir su espada como antes. Esa “llama negra” que despertó para protegerme lo dejó agotado… casi vacío. Y aun así, cada vez que una sombra cruza el bosque o un rugido corta el aire, él se pone en guardia. Aunque le tiemblen las manos.

Durante estos dos días he sido yo quien lo ha protegido. Yo lucho, yo avanzo y él… él cuida mi espalda. Como si eso bastara para cumplir la promesa que hizo.

No dice mucho. No se queja. Pero sus pasos cargan más peso que cualquier mochila.

A veces lo miro de reojo. Y no lo reconozco. No por lo que hace… sino por lo que calla. Parece otra persona cuando toma confianza.

Empiezo a entender por qué Elliot confiaba tanto en él. No es fuerte, no es veloz. Pero algo en su interior… se niega a rendirse.

Y esa parte… esa obstinación… me recuerda a mí.

Hoy, finalmente, encontramos una cueva para descansar. Ayer insistió en seguir caminando, incluso cuando sus pies no podían más. Insiste en llegar al Reino Xochira cuanto antes. Como si el tiempo pudiera devolverle algo. Como si acelerar el paso pudiera borrar la culpa.

Yo sé que no, pero no se lo digo. Solo camino con él, lo observo. Y, en silencio, me aseguro de que no caiga. Porque, aunque no lo diga… yo también tengo algo que buscar. Y porque, aunque él no lo sepa… cada vez me siento menos sola.

Esta noche… el bosque está demasiado callado y no sé si es la brisa… o si algo nos está observando desde la oscuridad.

Me acomodo junto al fuego improvisado. La madera húmeda chispea de forma irregular, pero al menos nos da algo de calor. Yaiba se sienta frente a mí, con las piernas cruzadas, frotándose los hombros vendados. Tiene el rostro cubierto de tierra, sangre seca en el cuello… y unas ojeras que parecen tatuadas.

Le lanzo un trozo de pan y una fruta seca que conseguimos en el último cruce.

Las toma con una sonrisa leve.

-Gracias -dice.

-De nada.

Comemos en silencio por unos minutos. El crujido del pan, el murmullo del bosque afuera… todo está demasiado tranquilo.

Él rompe el silencio.

-¿Cuánto falta para llegar al Reino?

-Depende -respondo mientras saco el mapa enrollado de mi bolso. Lo extiendo sobre una roca plana entre ambos.

-Si evitamos más enfrentamientos con Umps o Ukobacks temprano, y si podemos dormir al menos hoy sin que te dé por jugar al héroe… —le lanzo una mirada-estaremos en la frontera mañana por la tarde.

-¿Frontera?

-Tecoyapan -digo, señalando un punto al borde del mapa—. Es un pueblo que sirve como línea intermedia entre los reinos. Comercio libre, rutas seguras, armas baratas… y espías por todas partes. Un sitio maravilloso.

Él ríe apenas.

-¿Y tienes conocidos allí?

-Uno. Dueño de una cantina y con conocimientos básicos en medicina . En el pasado… me dio comida un par de veces y cuidó mis heridas. No hace preguntas… y guarda secretos si le ayudas con favores pequeños.

Yaiba asiente.

-¿Y ahí podríamos quedarnos?

-Con suerte, un par de días. Conseguir provisiones. Tal vez algo de dinero. Y armas… si es que encuentras una que no se te caiga de las manos.

Él sonríe, pero su cuerpo se encoge ligeramente. Le duele moverse. No lo dice, pero lo veo.

Me acerco un poco más.

.Yaiba… Tienes que descansar, por favor.

Él niega con la cabeza, pero no responde.

-No llegarás a Xochira si tu cuerpo se rompe antes. Y si eso pasa… no vas a encontrar a Elliot. Ni salvar a nadie.

Me mira. Esa mirada suya… no es dura. Es terca. Obstinada.

-Solo… unas horas -murmura.

-Una noche entera. Y no lo discuto. O juro que te dejo atrás.

Él suspira.

-Está bien.

Asiento. Recojo el mapa y lo guardo.

Me recuesto cerca del fuego. Él hace lo mismo, pero noto cómo sus ojos siguen abiertos. Incluso con la noche cubriéndolo… no puede apagar su mente.

La luz del amanecer apenas asoma entre los árboles cuando escucho el leve crujir de una rama. Abro los ojos. No hace falta mirar alrededor para saber que él ya está de pie.

-Yaiba… -murmuro, sin levantarme-. ¿Estás despierto desde hace mucho?

Silencio.

-No dormiste, ¿verdad?

-Un poco -responde, y eso es lo más cerca que estará de admitirlo.

Me incorporo lentamente. Él ya tiene el vendaje cambiado, la mochila al hombro y la espada -esa tosca pieza de madera que aún conserva— sujeta a la espalda. Parece que esta listo. Pero no lo está.

Sus ojos tienen más sombra que luz. Sus hombros están tensos, y su respiración… está medida. Como si le costara que no se le notara el dolor.

Camino hasta él. Me detengo a un par de pasos de su lugar. Me cruzo de brazos.

-Estoy diciéndote. Debes descansar...

-Lo haré. Solo… quiero avanzar lo más que podamos para llegar antes del anochecer.

—No tiene sentido si no llegas entero.

Él se encoge de hombros.

-No quiero perder más tiempo del necesario. Si Elliot está en peligro… no puedo seguir perdiendo días.

Su voz no suena agresiva. Es… rota. Cansada. Honesta.

No insisto. No esta vez. Pero en mi cabeza solo puedo pensar una cosa:

"Eres más terco que tu hermano."

Me giro. Recojo mis cosas y lo sigo. Porque aunque esté equivocándose… yo ya no tengo el corazón para dejarlo solo.

Llevamos un buen rato caminando y ya empieza a atardecer en el bosque. La vegetación se abre poco a poco, y entre los árboles podemos ver los primeros tejados del pueblo. Tecoyapan.

-¿Ves esa torre con la veleta torcida? -le digo a Yaiba, señalando hacia el este-. Eso indica la entrada por el norte norte. ya estamos a nada de llegar

-Por fin… -responde él con un suspiro.

Pero justo antes de que demos otro paso, algo me llama la atención 

Yaiba se detiene en seco.

Tiene la mirada fija al suelo, como si hubiera visto algo raro. Me acerco despacio, alerta. Él avanza un par de pasos sin decir una palabra… y justo ahí me lo dice.

-Algo se movió… allí.

Sigue una rama rota con la mirada y se adentra por un sendero delgado, cubierto de hojas. Yo lo sigo. El olor cambia. Más hierro. Más humedad.

Y entonces ahí la vemos.

Una chica tirada en el suelo, con cabello violeta, largo y desordenado, manchado de tierra y sangre. Su cuerpo apenas tiembla. A su alrededor, al menos cinco Umps, de baja estatura y alas pequeñas, gruñen con desesperación.

Antes de que pueda hacer algo, Yaiba se adelanta.

—¡Espera! —le grite, pero ya es tarde.

Se lanzo, con espada en mano. A pesar de sus heridas, logra golpear con fuerza a dos de ellos, derribándolos. Los otros comenzaron a girar hacia mí.

Respiro hondo. Desenvaino mis dagas, no tengo tiempo para advertencias.

La pelea dura menos de un minuto. Los Umps mueren sin emitir un grito.

El silencio volvió a llenar el lugar.

Yaiba cae de rodillas frente a la chica. Le toma el pulso; Todavía está viva, pero inconsciente.

-¿Qué deberíamos hacer con ella? -pregunto, con la respiración aún agitada.

-Ayúdame a cargarla. No podemos dejarla aquí.

-Yaiba… no tenemos ni idea de quién es. Podría ser una trampa. Podría ser peor que los Umps.

-O quizás solo sea alguien que necesita ayuda. Como tú hace tres años, o como yo hace tres días

Me quedo callada. Esa frase… duele. Porque tiene razón.

Sus palabras me desarman más que cualquier enemigo. Suspiro y me acerco.

-Está bien. Súbela a mi espalda.

Él lo hace con cuidado, ella no se mueve, pero su respiración es regular.

Empezamos a caminar hacia Tecoyapan, ahora somos tres. Y algo en mi instinto me dice que acabamos de invitar a una tormenta dentro de nuestro grupo.

El pueblo de Tecoyapan no es muy grande, pero está despierto. El humo de los puestos ambulantes flota en el aire, mezclándose entre aromas de incienso, carne y metal oxidado. Las calles de piedra están llenas de pasos: Mercaderes, soldados, ladrones con capa nueva y muchos aventureros.

Caminar con una chica inconsciente sobre mi espalda y un adolescente lleno de vendas a mi lado no pasa desapercibido. Las miradas nos siguen, algunas con simple curiosidad, otras con desconfianza y unas pocas… con intenciones que ya se leer perfectamente.

-No mires a nadie a los-le susurro a Yaiba mientras doblamos por una callecita secundaria—. Y quédate cerca, ¿vale?.

—Sí, claro —responde él con voz baja.

La cantina está justo al final de un callejón con faroles que ya ni dan luz. Una construcción de madera oscura, con balcones que se ven medio gastados y un letrero colgante que casi se cae: El Cuerno Roto.

En cuanto entramos, la conversación se apaga. Un grupo de doce de aventureros y parroquianos nos clava la mirada. Algunos dejan sus jarras de cerveza a medio levantar. Otros, simplemente siguen masticando con calma.

Camino directo a la barra con la frente en alto, llevando a la chica sobre mis hombros.

-¿Qué están mirando, imbéciles? -digo, con una sonrisa apenas dibujada.

El murmullo vuelve, las voces se reactivan, y el peligro… se disuelve en fingida indiferencia.

Detrás de la barra, un hombre mayor, con la cara marcada por el tiempo y brazos que parecen troncos, se seca las manos con un trapo mugroso. Sigue luciendo casi igual a como lo recordaba.

-Viejo Trask -digo con un tono más suave-. Estoy de vuelta.

Él me observa con sorpresa, pero no dice nada. Solo asiente un poco.

-Estás más delgada-responde al fin-. Y traes problemas cargando en los brazos.

-Eso parece.

-¿Y el mocoso?

-Él… es alguien importante.

-Hm.-

Trask rodea la barra, mira a Yaiba, lo estudia por un segundo, y luego mira a la chica.

-¿Esta herida?

-Un poco golpeada -respondo-. Pero viva.

Él asiente otra vez.

-Vamos, síganme.

Subimos por una escalera de madera que cruje con cada paso. El segundo piso huele a hierbas, medicina, sudor seco y alcohol fuerte. El tipo de aroma que solo los que han vivido en guerra pueden reconocer.

Entramos a una habitación, con una sola cama y una mesa baja. Bajo a la chica con cuidado, y el la acomodo.

-Déjala descansar -dice Trask-. Voy a buscar agua caliente y vendas.

Yaiba se queda en la puerta, sin moverse.

Lo miro y le digo.

-Baja y come algo. Yo me quedo aquí.

-¿Estás segura?

-Estoy acostumbrada a esto, Yaiba. Ve.

Él duda un segundo, pero al final asiente y cierra la puerta con suavidad.

Me quedo sola con la chica, revisándole las heridas. Tiene una en el hombro, otra cerca de las costillas. Nada grave, por suerte. Gracias a Trask, ninguna de las heridas parece infectada.

Cuando bajo unas horas después, Trask me alcanza en la escalera.

-La chica está estable -dice en voz baja-. Pero hay algo que debes saber.

-¿Qué pasa?

-Mientras le revisaba la ropa para tratar de curarla, encontré esto. —Saca un pequeño trozo de tela entre sus dedos callosos—. Una insignia del Reino Fuji. Vieja… desgastada. Pero es auténtica.

La tomo. Es una costura rota, pero el símbolo bordado no deja dudas: es de un alto mando. Muy parecida a la que usaba Elliot.

-¿Dónde la tenía?

-Cocida en el interior del forro de su abrigo. La llevaba oculta. Me detengo un momento.

-¿Crees que es una infiltrada?

-No lo sé. Pero los de Fuji no suelen andar por aquí… y menos sin permiso.

Trask cruza los brazos, y su expresión se vuelve más dura.

-No todos los problemas vienen con los dientes afuera. Algunos se arrastran en silencio… y solo muerden cuando menos lo esperas.

La cantina sigue llena, aunque ahora el murmullo se ha bajado un poco, quizás porque notan que he bajado o porque el ambiente se ha puesto más pesado.

Camino entre las mesas y los taburetes hasta la esquina donde Yaiba está sentado, medio inclinado sobre un plato de comida que prácticamente no ha tocado. Tiene la mirada perdida, ausente. Sus dedos juegan con el tenedor, pero no come.

Me paro frente a él.

-¿Y esa cara?

-No tengo hambre -responde sin levantar la vista.

-Eso no es cierto. Te conozco desde hace unos días y ya sé que esa expresión es de hambre y también de preocupación.

Él apenas sonríe.

-¿Y la chica?

-Estará bien. Las heridas no eran tan graves. Trask ya la atendió.

Se le nota que respira aliviado, aunque no dice nada, y su espalda se relaja un poco.

-¿Y tú? -pregunto seriamente-. No dormiste anoche. Tus vendajes están mal ajustados, y si no dejas de forzarte así, tu espada no se va a mover sola.

-Lo sé. Solo… necesito que mañana sigamos. Dos días aquí, como dijiste. Y después… rumbo a Xochira.

Asiento.

-Está bien. Pero hoy, sube y descansa. Te lo pido como quien cuida tu espalda mientras haces locuras.

Él se pone de pie. No dice nada.

-Gracias, Maze.

Veo como empieza a subir por las escaleras.

Lo veo alejarse… y no sé por qué, pero siento que algo rompe el aire. como si el ambiente se apretara un poco mas. 

Tomo aire. profundo y me siento en su lugar.

Mi mente se va, sin quererlo, a la escena de hace unos días. A esa explosión negra. Esa “llama” que no era fuego ni sombra. esa forma en que me protegió sin pensarlo, y a forma en que el poder hizo cenizas a esos Ukobacks.

¿Qué eres, Yaiba?, ¿Qué es eso que cargas y que ni tú entiendes?

Alguien dice mi nombre. pero no lo escucho. Otra vez.

-Maze.

Parpadeo. Es Trask.

-¿Qué pasa?

.La chica… -dice, con el ceño fruncido-ya no esta, ha desaparecido.

Mi cuerpo se tensa de repente.

-¿Qué?

-La ventana está abierta y la cama esta hecha un desastre.

Sin dudarlo, corremos subiendo las escaleras

La habitación está tal como dijo: fría, vacía. y la brisa nocturna entra por la ventana abierta.

Yaiba está parado frente a ella, con una expresión seria y los puños apretados.

-¿Cuándo?- pregunto, tratando de mantener la calma.

-Entre a la habitación -responde-. y la cama ya estaba así. 

Yaiba mira a la calle desde la ventana.

-Voy a ir tras ella.

-Tú no -lo detengo—. Te necesito con el cuerpo funcionando, no con las heridas abiertas otra vez. Hagamos algo, tu ve a buscar por la ciudad, allí no estará sola… y es más difícil que alguien la ataque sin que los vean.

-¿Y tú que harás?

-Yo iré al bosque. Si es lista, no habrá ido lejos, y si no es lista… tendré que protegerla de sí misma.

Puedo ver como el duda.

-Nos vemos aquí, afuera de la cantina, antes de la medianoche -añado-.

Si no llego… no te preocupes, tu solo espérame, ¿vale?.

-¿Qué?

-Lo que oíste.

-Maze…

-No te pongas a discutir. Muévete ya.

Nos separamos, y sus pasos desaparecen entre los callejones. Yo camino hacia la salida del pueblo, directo al bosque.

Y entonces lo noto.

El silencio otra vez. Es demasiado denso, demasiado perfecto.

Los árboles no hacen ruido, las aves no cantan, y ni un solo insecto zumba. Sigo avanzando, alerta. Mi pulso se mantiene firme. El aire me acaricia el rostro como si me estuviera preparando para algo, y entonces los veo.

A unos metros frente a mí, en un claro apenas iluminado por la luna, la chica de cabello violeta está amarrada a un árbol. Sigue inconsciente, su cuerpo cuelga suavemente, como una muñeca sin hilos.

Y junto a ella… él.

Un chico de rostro pálido, casi como de otro mundo, de cabello oscuro y ojos dorados que no deja de mirarla. No sonríe, no respira con fuerza y no parece enojado. Tiene una calma siniestra, como si su alma estuviera vacía. Viste un abrigo oscuro, ajustado hasta el cuello. Su presencia impone, pero no grita. Es… como la sombra de algo peligrosa.

A su lado, un lobito enorme, de pelaje negro y ojos dorados iguales como los de el, lo acompaña en silencio, como un reflejo perfecto.

Me detengo. El chico gira lentamente la cabeza hacia mí, y una sonrisa torcida se dibuja en sus labios.

-Vaya… -dice con voz tranquila, casi juguetona—. Mira, Brutus… la presa ha caído.

-¿Quién eres tú? -pregunto, tensando mis dedos en el mango de mi daga-. ¿Y qué quieres con la chica?

El lobo gruñe, y el chico avanza un paso, con un paso relajado, como si no viera ninguna amenaza en mí.

-¿Mi nombre? Créeme… eso importa muy poco.

Levanta una mano con un guante y la pasa por el rostro de la chica, apenas tocándola.

-La chica… quizás la deje aquí. O tal vez no. La verdad es que no me importa mucho. Porque la que me interesa… eres tú.

-¿Yo?

-Sí. Tú. Demonio. Voy a asesinarte. No por dinero, ni por orden divina. Sino porque naciste con cuernos. Y eso, para mí… es razón suficiente.

Da otro paso. Su tono sigue siendo el mismo, pero su mirada arde con mas intensidad.

Mi cuerpo se pone se tensa de inmediato.

El lobo aúlla. Y él… sonríe aún más.

- Te lo diré solo una vez... recuérdalo antes de desaparecer. 

Mi nombre es Sung Aegis, y yo soy quien va a terminar contigo, blasfemia demoníaca.

 

 

No hubo más palabras, solo miradas… y el inevitable sonido de una batalla por comenzar.