Pov: Sung Aegis
El aroma a demonio es tan claro como el filo de mi daga. Penetra entre las hojas, se pega al viento. Y mi sangre... mi sangre lo reconoce.
El demonio Maze. Se arrastra con ese rastro débil de una herida que no cerró bien, como una presa que aún no entiende que la cacería no terminó.
Mis marcas laten. Susurran en mis brazos, laten en mis piernas. El bosque se cierra a mi alrededor, y aunque la luna brilla arriba, todo se vuelve oscuro.
Camino sin hacer ruido. No porque tenga miedo, sino porque así se mueve la muerte. Brutus no está conmigo, pero su ausencia no me detiene. Yo soy el juicio, la sentencia final. Y ese demonio que se llama Maze... no es más que una bestia que se niega a caer. Pero caerá. Porque no hay criatura que pueda escapar del cazador para siempre.
Los árboles se achican, como si quisieran detenerme, como si intentaran protegerla. Son ilusos. Mi nariz detecta algo más: sangre. Fresca. Arrastrada entre raíces y maleza.
Y entonces sonrío.
-Estás cerca, Maze…
Mis dedos rozan las marcas en mis brazos. Arden. Como fuego debajo de la piel. Una señal. Un susurro en mi interior.
Actívalas.
Solo obedezco.
Mi cuerpo tiembla un segundo, y el mundo a mi alrededor se vuelve más tenue. El ruido, el viento, el crujir del bosque… todo se calma.
(Modo de Sigilo: Una habilidad grabada en mis marcas. Aprendida, no heredada. Perfeccionada en las sombras del exilio.
Ahora veo mejor. Más allá del follaje. Más allá del miedo. Los latidos del bosque me hablan. Hay una anomalía… un silencio demasiado limpio.
Me acerco. Veo un agujero en un árbol. Natural, profundo, húmedo. Perfecto para esconderse. Dentro, las figuras se mueven. En realidad dos. Mi sonrisa se exteinde, como un cuchillo recién afilado.
-Te encontré.
Sin previo aviso, salto. Mi cuerpo atraviesa el aire. Una daga envenenada de decisión.
El demonio Maze apenas logra lanzar una de sus dagas. Vuela torpemente, sin fuerza. Me roza la mejilla y cae al suelo.
-¿Eso era todo? No espero respuesta.
La saco del hueco del árbol de un solo movimiento. Su cuerpo sale disparado junto a la chica que traía. La chica impacta contra un tronco, rebota como si no pesara nada. Maze cae de rodillas, sosteniendo el frasco con dificultad. Me acerco despacio. No hay prisa. Esta vez nadie interrumpirá el final.
-¿Qué esperas conseguir? -pregunto sin parar- Tu amigo ya no vendrá. Y si llegara a venir… lo dejé lo suficientemente roto para que no pueda levantarse.
Maze levanta la cara. Sangra por la boca, pero no aparta la mirada.
-No importa cuánto tardes… -dice con voz ronca-. Alguien vendrá. Siempre hay alguien dispuesto a proteger…
-¿Proteger a un demonio? -interrumpo-. Por favor… Le doy una patada, la levanto del suelo y la dejo sin aire.
Camino hacia ella.
-Tu historia termina aquí. Igual que todas las de tu especie.
Maze intenta mantenerse firme. Toma el frasco y lo bebe, casi como si todavía creyera que tiene tiempo.
-¿Sabes qué es lo más triste de ustedes? -le digo mientras me agacho- Que creen que pueden vivir como nosotros. Caminar entre nosotros. Como si los cuernos fueran algo que se puede esconder.
La tomo del brazo, la estrello contra el suelo. Una, dos, tres veces. Luego la agarro del cuello.
-Los demonios no merecen piedad.
Ella me mira… y pregunta con la voz quebrada:
.¿Tú… tú no crees… que hay seres como yo que… que quieren hacer el bien?
Silencio. Mis ojos arden y mis marcas laten.
-No -la aprieto más fuerte- Eso es una pérdida de tiempo. Mi convicción es firme. Mi sentencia, inquebrantable. Y tú, Maze… serás mi ejemplo.
- Los demonios no merecen nuestra piedad. -Eso solo sería perder el tiempo.
Mis manos envuelven su cuello, sintiendo cómo su respiración se vuelve débil. Sus ojos se vuelven vidriosos, las venas tensas bajo mis dedos. Una muerte sin dolor sería compasión, pero yo no vine a ser compasivo. Maze mueve una mano, quizás un último intento desesperado por aferrarse. Es un gesto inútil. Estoy a punto de apretar más cuando…
-¡Déjala! -una piedra golpea mi espalda. No me hace daño, pero sí me detiene. Lentamente giro el rostro, frunciendo el ceño.
Ahí está. La chica con cabello violeta, de pie, temblando. Sangra por la frente, su ropa rasgada, su brazo aún vendado… pero se mantiene firme, con otra piedra en la mano.
-Dije que la dejes -dice con voz firme.
Lanzo a Maze a un lado. No importa, puedo matarla después. Camino hacia la chica, paso a paso. Ella da un paso atrás, pero no huye.
-¿Quieres salvarla? -pregunto. No responde. -Entonces pelea conmigo.
Silencio. Solo el suave susurro del viento entre los árboles.
La chica cierra los ojos, respira profundo y se endereza.
-Acepto -dice.
Sus piernas tiemblan, pero sus ojos… arderían si fueran fuego.
-¿Cuál es tu nombre, mocosa? -pregunto con media sonrisa.
Se acomoda el fleco, respira profundo una vez más y responde con voz clara:
-Eshu.
Mis pupilas se dilatan. El aire se congela.
-¿Qué dijiste? -pregunto, asombrado.
-Eshu -repite ella.
Mi expresión cambia, no por miedo, sino por asco.
-Tú… -gruño-, ¿tienes relación con esa traidora del Reino Umbara? ¿Quién eres? -¿Una copia? ¿Una discípula? ¿Una burla de su nombre? No responde. Tampoco lo necesito. La odio.
Ella se lanza, ágil y pequeña, pero rápida. No ataca sin pensar, esquiva, baja la guardia, cambia de dirección.
-Ese estilo… -susurro mientras retrocedo, reconociendo el ritmo, la precisión, la defensa antes que el impacto.
-¡Eres del Reino Umbara! -le grito-. Lo demuestras con cada paso.
Lanzo una patada, ella gira, la esquiva, y contraataca con un puñetazo. Salta hacia atrás, otra patada, se agacha. Su cuerpo no debería moverse así.
Está herida, agotada, pero sigue, casi como si estuviera en un baile, como si entre la muerte y el silencio, eligiera danzar.
Empiezo a cansarme, mis marcas arden, y no por fatiga, sino por rabia.
-¡Contéstame, Eshu! -grito, lanzando una serie de golpes.
Ella esquiva los primeros, pero el tercero la alcanza, y Eshu vuela hacia atrás, golpeando el suelo y rodando hasta quedar boca arriba, respirando con dificultad.
-Se acabó -suspiro.
Levanto mi brazo, listo para destruirla, concentrándome, sintiendo cómo mi marca brilla y la energía fluye… pero no llega, algo me detiene.
Maze, que me arrebata a Eshu de entre los dedos, saltando y lanzándonos a ambos hacia atrás.
Nos alejamos, ella jadeando, en su mano, veo el frasco vacío.
-¿Tú… tú lo tomaste? -pregunto.
-Sí. Lo poco que quedaba -responde ella.
Miro su cuerpo; las heridas aún sangran, pero ella se mueve.
-El idiota de Yaiba… te dio eso -susurro.
-Sí -responde-. Y no pienso morir hoy.
Me levanto, el mundo parece temblar a mi alrededor.
-¡BASTA! -rugí-. Estoy harto.
Mi cuerpo libera una ola de energía, sacudiendo los árboles, haciendo que mi respiración se vuelva pesada, mi piel se endurezca más, mis venas se tensen y mis marcas rugen con fuerza.
-Ahora sí… van a morir, -susurro.
Justo cuando salto para atacar, una fuerza invisible me detiene. Es un viento, un rugido.
Brutus aun herido aparece entre los árboles, aullando con fuerza, corriendo hacia mí, pero se detiene, gruñe, y en lugar de atacar a ellas, aúlla hacia el cielo, hacia atrás, al claro donde se encuentran Maze y Eshu.
Una nube negra muy densa se ha formado, gigante, pulsante, y desde ella caen rayos vivos, negros, como si la tormenta hubiera despertado en un mundo sin sol. Maze susurra:
-Aún no es temporada de lluvias… -mientras yo, en silencio, muerdo los dientes, llenándome de rabia.
-Ese bastardo…
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Narrador
A cientos de kilómetros del Reino Fuji, en tierras que parecen olvidadas, en Alacrya, donde los días se miden por sombras y las noches nunca conocen luna, los cielos se tiñeron de un tono imposible. Ahí, incluso los monstruos dejaron de moverse, las bestias dejaron de cazar, y los niños en las chozas dejaron de llorar.
Todos miraron hacia el este... y vieron una nube negra que se alzaba, como un muro vivo, una tormenta sin trueno que se arrastraba con la calma de una promesa antigua, un presagio, un lamento del mundo. Y todo empezó allí, no en un palacio ni en un campo de batalla, sino en un bosque fuera de Tecoyapan, justo en los límites del Reino Xochira.
Allí, el cazador Sung Aegis creía ser invencible, Maze la cambion estaba a punto de colapsar, y Eshu, la chica de cabello violeta, resistía más con valor que con fuerza.
Primero fue la daga que aún seguía prendida en su mano; empezó a temblar, a brillar con una luz oscura por dentro. Un reflejo que no proyectaba sombra, sino que la absorbía. La herida empezó a hervir, sus venas se ennegrecieron como tinta maldita, su pecho subía y bajaba con una respiración que no parecía natural... no suya. De repente, sin aviso, la daga salió disparada, y un halo negro surgió de su palma, como si algo desde adentro le hubiera abierto los ojos.
El bosque tembló, los árboles se estremecieron, el aire se volvió más denso, más antiguo, mucho más vivo. Entonces, él se levantó.
Era una figura humanoide, oscura, envuelta en un aura negra como la nada, como si el vacío mismo hubiera tomado forma humana. Su cuerpo estaba cubierto por llamas que no ardían, pero sí devoraban silenciosas, intensas y vivas. Y en su rostro, una sonrisa blanca, amplia, casi infantil, pero sin dulzura... solo una sonrisa macabra.
Maze y Eshu, desde lejos, sintieron una presión en el pecho, un dolor suave, como cuando algo regresa o renace. Sung Aegis, jadeando, alcanzó a ver cómo el cielo era atravesado por rayos negros y el suelo debajo de sus pies empezaba a resquebrajarse. Brutus retrocedió, con la cola entre las patas por primera vez. La figura dio su primer paso, uno solo, y el mundo tembló...
La verdadera cacería apenas empieza...