“El Jardín no es un lugar. Es una herida que florece en la mente de quienes han tocado lo prohibido.”
El bosque quedó en silencio. La tormenta se fue sin dejar lluvia, los rayos se detuvieron sin ningún trueno. Y el viento... simplemente dejó de soplar. Solo quedó un silencio pesado, casi palpable, como si la tierra no quisiera respirar.
Entre los árboles rotos, con raíces arrancadas y cuerpos heridos, allí estaba él. El chico de la espada de madera, el chico que parecía sangrar oscuridad.
Era Yaiba.
Y a su alrededor, el caos todavía latía como un corazón que se niega a detenerse. Trusk, parado entre los escombros y el humo, miró al chico inconsciente. Su rostro tranquilo... su pecho apenas se movía. Como si el mundo lo hubiera intentado destruir, pero él simplemente hubiera decidido dormir. A unos pasos, Ashtar que lo había salvado estaba detenido, cruzó los brazos y pidió que lo llamara por su nombre su abrigo ondeaba con la última brisa del viento. Trusk accede confiando en que nadie más. los esta escuchando.
- ¿Qué piensas hacer con él, Astaroth? —preguntó Trusk con voz seca.
La historia, pensó el viejo, muchas veces no empieza con los héroes. Empieza con las preguntas. Con los miedos y con una sombra... que se sienta entre las ruinas, sonriendo como si el final de todo apenas estuviera comenzando.
Trusk se acercó con paso lento, su mirada se movía entre los cuerpos caídos: Maze, Eshu, Sung Aegis… y al centro, el chico, Yaiba.
Comenzando a llenarlo de vendas improvisadas, como si tapar sus heridas pudiera silenciar el poder que había salido de él.
Astaroth estaba en cuclillas, observándolo como quien mira un fuego apagarse.
Sus ojos no mostraban miedo ni sorpresa. Solo curiosidad.
-¿Qué piensas hacer con él, Astaroth? -repitió Trusk.
El alado suspiró, sin mirar al viejo.
-No lo sé todavía.
Se levantó. Sus botas crujieron sobre hojas quemadas.
-Tiene algo dentro de él. Algo que… incluso para mí, es difícil de explicar.
Volteó hacia Yaiba. y entonces, repitió en voz baja:
“Es momento de acabar con esta farsa que el Creador no me permitió… que mi voluntad se imponga y que un nuevo mundo se levante…”
Sus palabras no eran suyas. Eran del otro. De eso que habitaba dentro del chico.
Trusk guardó silencio, pero su ceño se frunció.
Astaroth lo notó.
- ¿Sabes algo de él?, ¿Alguna pista sobre lo que alberga?
Trusk bajó la mirada y los recuerdos de la conversación con Yaiba, en la cantina, le llegaron como ecos.
"Algo dentro de mí se despertó. No sé cómo explicarlo… pero era una oscuridad.”
“Me cubre, me envuelve cuando estoy en peligro, me protege. Me da fuerza, y siento como mucha energía corre por todo mi cuerpo, pero cada vez que sale… me destruye por dentro y cuando todo termina, apenas puedo moverme. Siento que me traga por dentro y después… queda solo dolor."
El viejo negó lentamente.
-No sé nada de él -mintió.
-Hm. -Astaroth no lo contradijo. Solo lo aceptó.
Caminó unos pasos, Trusk podía notar sus alas ocultas bajo el abrigo. Miró al cielo oscuro donde apenas algunas estrellas se podían ver y como la luna se posaba frente a ellos como si los viera.
-A partir de hoy, las cosas para ese chico y para todos los que están tirados aquí
cambiarán.
-¿A qué te refieres, Ashtar?
Astaroth volvió a mirarlo, esta vez con una sonrisa más seria.
-Ese poder y esa fuerza que el tiene, pronto muchos la buscarán y cuando la verdad salga a la luz… también sabrán sobre las marcas de ese cazador.
- ¿Las marcas del cazador?
Astaroth asintió.
-Son antiguas. Muy antiguas. Si ambos están conectados… si el destino los hizo coincidir aquí… no solo a ellos dos, me refiero a los 4…
Se detuvo, mirando al grupo de heridos.
-Podrían ser muy poderosos juntos. Pero si algo ocurre… y toman caminos distintos, entonces cada uno jugará un papel… en la guerra que viene a futuro.
Trusk entrecerró los ojos.
- ¿Qué sabes del futuro, Astaroth?
Astaroth guardó silencio. Durante un largo segundo, solo se oyó el viento entre los árboles.
Entonces Astaroth habló, despacio:
- ¿Alguna vez te preguntaste por qué no estuve en la Guerra del Juicio?
Trusk lo miró, expectante.
-No era por cobardía. Ni desinterés. Estoy buscando algo. Lo llevo haciendo desde antes que iniciara la guerra.
Caminó un poco, alejándose.
-Algo que puede poner entre la espada y la pared a todos los que piensan que luchan por “la verdad”. Algo que va más allá de lo que tú llamas…
El Límite del Alba.
Trusk iba a preguntar qué era ese "algo".
Pero Astaroth levantó una mano.
-No me lo preguntes ahora. Si lo dijera… marcaría el final no solo de mí, sino de todos los que estamos vivos.
Se giró. Se quitó el abrigo y entonces, las alas negras emergieron de su espalda con fuerza contenida.
Antes de despegar, volteó una vez más.
-¿Sabes algo de ella?
Trusk parpadeó. Sabía a quién se refería.
-Vino hace un par de semanas. Preguntó por ti. Le dije que no habías vuelto. Salió molesta, ni siquiera dijo adiós.
Astaroth sonrió. Una sonrisa más nostálgica que arrogante.
-Aún no es momento de verla.
- ¿Y cuándo será?
-Cuando encuentre a quienes le devuelvan su voluntad.
Astaroth alzó vuelo, girando en el aire como un cuervo entre la niebla.
Y mientras se alejaba, dijo:
-Dile al chico cuando despierte que hay una cabaña. A las afueras de Xochira, subiendo por la vieja montaña helada cercana a Eldaros. Que me busque allí cuando sea el momento.
Trusk lo observó irse. Gruñó.
-Maldito Ashtar… Ibas a ayudarme a cargar a todos de regreso a la cantina.
Suspiró y se agachó, comenzando a arrastrar a Yaiba.
(POV: Yaiba)
Oscuridad.
Eso fue lo primero.
No frío. No dolor. No aire.
Solo… un vacío.
Y entonces, mis ojos se abren.
No sé cuánto tiempo estuve así. No sé si esto es sueño… o muerte, pero el silencio es distinto.
No es paz. Es presión.
Doy un paso.
La oscuridad es tan espesa que la siento empujarme. Una fuerza invisible me oprime los hombros, la espalda, el pecho y las piernas me tiemblan.
El siguiente paso… me hace caer de rodillas.
No tengo fuerzas.
Siento como si cada fibra de mi cuerpo estuviera rota. Como si me hubieran vaciado por dentro.
-¿Dónde estoy…? —susurro.
No hay respuesta.
Y sin embargo, algo responde.
Una luz… a lo lejos.
No es una llama. No es el sol. Es un árbol.
Un gran árbol. Alto, luminoso e inmóvil.
Y en su base, la tierra florece. Pétalos blancos que respiran y ramas que se mueven sin viento.
Y entonces…
la voz.
“ Fue hermoso… ver el despreciable mundo que tanto ama el Creador… a través de tus ojos.”
El sonido es seco. Tétrico. Como si miles de bocas lo dijeran al mismo tiempo,
pero con la dulzura de un susurro que se guarda para las pesadillas.
Ríe. Y esa risa… me corta el alma.
-¿Quién eres? —pregunto, mirando al árbol. -¿Qué… eres?
No responde.
La luz del árbol parpadea.
Y entonces…
todo desaparece.
La luz, el árbol y el suelo.
Solo queda un grito ahogado en mi pecho.
Despierto.
Abro los ojos.
Mi corazón retumba. Mi pecho sube y baja como si hubiera corrido kilómetros. Siento el sudor en mi frente, el ardor en mis costillas, el temblor en mis manos.
Estoy…
¿Dónde estoy?
El techo de madera. Las cortinas viejas y el olor a medicina.
Ya no estoy en el bosque.
Estoy en una cama. Mi cuerpo está vendado y el sol entra por una ventana.
Intento incorporarme.
Maldita sea… duele.
-¡Tsk!
Intento ponerme de pie. Pero una mano me empuja suavemente de regreso.
-No tan rápido, chico.
Volteo.
Es Trusk.
-Viejo…
Intento hablar, pero mi voz no sale.
-Descansa. Solo esta vez… hazme caso. Descansa.
Su voz no suena molesta. Ni irónica.
Suena… cansada.
Como si él también hubiera estado allí. Como si él también estuviera despertando de algo.
Cierro los ojos otra vez y por un instante… veo el árbol.
Inmóvil y silencioso.
Esperando.
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-
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Narrador:
Muy lejos del bosque, mucho más allá del pueblo de Tecoyapan… en la frontera que separa el reino de Xochira de las vastas y olvidadas tierras de Eldaros, una cadena montañosa se alza como un muro entre civilizaciones.
La nieve cae de lado, golpeada por un viento cortante que no perdona. El cielo es gris. La tierra, blanca y el frío, eterno.
En medio de esa soledad helada… una figura camina sin dejar huellas.
Astaroth.
Sus alas se han escondido. Su abrigo cuelga mojado por la nieve, pero el frío no parece afectarlo.
Llega a una pequeña cabaña de piedra y madera, casi oculta entre las rocas y los pinos congelados. El humo escapa tímidamente por una vieja chimenea.
Sin tocar la puerta, entra.
El silencio lo recibe.
Cierra la puerta. Se quita el abrigo. Sacude la nieve de su cabello.
Y ríe.
Una carcajada breve, como si acabara de leer el mejor capítulo de una historia imposible.
Se sirve un trago. Un licor oscuro y espeso. Toma un sorbo y se sienta frente a una chimenea encendida.
-Vaya… Así que poco a poco… empiezo a creer que tenías razón…
Saca una pequeña fotografía.
En ella: una niña pequeña sonriendo, con una mirada profunda.
La observa durante varios segundos.
-Hermano Lucifer… el mundo empieza a ser muy divertido.
Levanta la copa y brinda en soledad. El fuego chispea y el hielo golpea los vidrios.
Y en la montaña, donde nadie debería oírlo… el viento parece reír también.