El sol apenas se alzaba cuando comenzaron a escucharse los primeros pasos sobre la vieja madera de la cantina. El grupo despertaba poco a poco, arrastrando el cansancio de los días anteriores con ojos hinchados, estirones perezosos y algunos quejidos. Desde la cocina, Trusk ya tenía preparado pan recién horneado, un poco de fruta picada y una jarra de leche tibia con miel
—Coman algo, que hoy me van a servir más de lo que creen —dijo con una sonrisa socarrona mientras dejaba los platos sobre la mesa.
Maze fue la primera en tomar asiento, con el cabello aún húmedo por el agua fría con la que se había bañado minutos antes. Eshu apareció justo después, murmurando algo sobre lo injusto que era tener que trabajar sin salario. Yaiba bajó las escaleras rascándose la nuca y con una galleta ya robada en la boca, mientras Sung lo seguía cojeando y lanzándole una mirada de reproche como si él hubiera hecho que su espalda amaneciera peor que ayer.
Brutus se lanzó a dormir cerca de la barra, como si supiera que aquel lugar sería su refugio por horas.
Mientras ellos comían, peleaban cada minuto que pasaba, Trusk los observaba desde la barra, tallando un par de vasos con un trapo limpio. Sus ojos, ocultos tras el brillo de las botellas, recorrían cada rincón del lugar con una nostalgia que solo se permitía sentir de vez en cuando.
“Yang, Astaroth, Silvia… si estuvieran aquí”, pensó. “Verían lo mismo que yo: un desastre de grupo.”
Suspiró. Luego giró el cartel de la puerta: “Cerrado” pasó a “Abierto”.
Y con ello, la cantina comenzó a llenarse del murmullo de los pasos, el choque de los barriles, las risas de los primeros clientes y los preparativos para la fiesta del pueblo.
Hoy no era un día cualquiera.
Hoy… comenzaba el último trabajo antes de la aventura.
Trusk se plantó frente al grupo con una firmeza que no admitía discusiones.
—Muy bien, mocosos… esto es lo que hay. El bar estará lleno hasta la madrugada. La fiesta del pueblo no perdona, y la clientela de hoy viene con más sed que modales. Así que vamos a poner orden.
Maze, con los brazos cruzados, alzó una ceja.
—¿Y qué vamos a hacer exactamente?
Trusk soltó un bufido mientras extendía una pequeña lista escrita a mano.
—Tú atenderás las mesas junto a Lyra. Necesito rapidez, pero también alguien que pueda lanzar un cuchillo si las cosas se salen de control. Eshu… tú en la barra conmigo.
—¿Qué? —protestó Eshu—. ¿Por qué tengo que rebajarme a servir tragos?
—Porque tú sola podrías romperle la nariz a algún cliente si te dejo cerca de ellos —respondió Trusk sin parpadear—. Además, tengo fe en que no romperás nada… por accidente.
Lyra soltó una risita nerviosa y se acomodó la blusa. Llevaba un pequeño mandil blanco atado con torpeza y un listón decorativo en el cabello. La ropa de trabajo la hacía ver más joven, pero había una determinación en su mirada que sorprendía.
—Recuerden lo que practicamos ayer —dijo, mirando de reojo a Eshu—. Sonreír, no insultar… y mantener la bandeja nivelada.
—Eso último dilo por ti —murmuró Maze, aunque sin malicia.
Mientras las tres se organizaban, Yaiba y Sung observaban desde la parte trasera de la cantina con los brazos cruzados y vendas por todo el cuerpo.
—¿Por qué ellas tienen que hacerse cargo, y no hacer nada nosotros? —refunfuñó Sung.
—Idiota, apenas puedes levantarte sin que te cruja la cadera —respondió Yaiba.
—Tal vez no me crujiera tanto, si cierto imbécil que tengo enfrente dijera que es lo que es el
—Yo no sé de qué hablas, y si alguien tiene que decir eso soy yo a ti, con esas marcas que tú tienes.
—¡Te voy a cortar la cabeza, Yaiba!
—¡Brutus! —ordenó Sung con un silbido.
El enorme lobo, que hasta ese momento dormía plácidamente junto a la barra, se estiró y se posicionó entre los dos, lanzando un gruñido leve a modo de advertencia.
Trusk giró hacia ellos sin dejar de tallar un vaso.
—Ustedes dos se callan o los pongo a lavar los trastes del almuerzo.
Yaiba y Sung se miraron, compartieron un gesto silencioso… y subieron a la habitacion
—Eso pensé —dijo Trusk, medio sonriendo.
La campana de la entrada sonó. Los primeros clientes comenzaban a llegar.
El día apenas comenzaba, y el bullicio de Tecoyapan crecía como un río de murmullos, risas y pasos apurados. Fuera del bar, los estandartes coloridos colgaban entre las casas, los tambores sonaban en las esquinas y el olor a pan tostado y carne cocida llenaba el aire. La fiesta se acercaba… pero dentro del bar, otra clase de danza estaba por comenzar.
Maze alzó la bandeja.
—Vamos, antes de que el viejo Trusk se ponga peor.
—Esto va a ser un infierno —gruñó Eshu.
—Tal vez lo sea, pero véanlo como una forma más rápida de conseguir dinero —añadió Lyra con una sonrisa radiante.
Y entonces… comenzó el trabajo.
Después de medio día la cantina ya rebosaba de vida. Los vasos chocaban, los dados rodaban sobre las mesas, y el aroma de especias y licor impregnaba cada rincón. Trusk se movía entre las sombras tras la barra como un director de orquesta silencioso, mientras sus aprendices improvisadas trataban de mantener el ritmo.
Maze zigzagueaba entre las mesas con la elegancia de una guerrera en medio de una batalla. Eshu, con el ceño fruncido, servía torpemente un vaso tras otro, derramando más de una bebida, mientras Lyra… Lyra sonreía.
Y por alguna razón, eso bastaba.
Los primeros parroquianos la adoraron. Viejos mercaderes, herreros retirados, uno que otro forastero. Todos caían bajo el encanto de su sonrisa tímida y su voz dulce. Pero no todos estaban ahí para reír.
En una mesa del fondo, tres hombres discutían en voz baja. Trusk notó el murmullo y se acercó, fingiendo limpiar copas cerca de ellos.
—…te digo que los Caballeros Sagrados llegarán pasado mañana —murmuró uno, con la voz rasposa—. Por la desaparición del caballero que se llevaron los ángeles… el tal Elliot.
—Ese no era humano —gruñó otro—. ¿Viste lo que hizo con su espada antes de desaparecer? ¡corto media torre! ¡Y ahora todos los idiotas en el reino andan diciendo que va a regresar a juzgarnos!
—Tonterías —dijo el tercero, riendo—. Todo eso de los “Elegidos” es pura estupidez. Lo que sí da una inquietud es ese culto nuevo que está reclutando jóvenes, mi hijo me dijo que se llamaban… Los arzobispos de la Doctrina del Juicio o algo por el estilo.
Lyra, que servía a unos soldados de paso, giró apenas el rostro al escuchar ese nombre. Sus manos temblaron un instante. Trusk la notó. Pero no dijo nada.
—Dicen que tienen el libro original —añadió el primero—. El Límite del Alba. Y que sus seguidores han comenzado a marchar hacia los reinos mayores, guiados por una profecía.
—¿Qué profecía?
—La que todos hemos escuchado alguna vez, Que aquel que nos creó se levantará de su asiento y vendrá a terminar lo que empezó hace 150 años, va a terminar con el juicio y que solo aquellos que los siguen serán salvados.
—¡Qué idioteces! —rio el tercero de nuevo, y luego bajó la voz—. Mira, hay algo más extraño. ¿Han oído de un tipo que se hace llamar Joker?
—¿El payaso?
—Ese mismo. Un exmiembro del “Curse Circus”. Aquel circo de lunáticos que los Sagrados masacraron hace dos años. Dicen que este sujeto sobrevivió… y ahora va por ahí pintado de blanco, con una gran sonrisa roja, diciendo que el día que aquel que la profecía dice que despertara, el lo acompañara y cuando el mundo este por morir, lo último que escucharan será su risa.
—Y que el fin viene según el libro —dijo el primero, más serio—. Y que ya están aquí… entre nosotros.
Un silencio tenso se apoderó de la mesa.
—¿Tú crees que existe ese libro? —preguntó el segundo con voz apenas audible—. ¿El Límite del Alba?
El primero solo miró su vaso, sin responder.
Del otro lado del bar, Lyra apretó los labios. La charola en sus manos vibró apenas. Una gota de sudor recorrió su mejilla.
—Oye, niña —gruñó un cliente borracho, alzando la voz—. ¡Tú! ¡La de las orejas bonitas! ¿Tú sabes algo del fin del mundo? ¿O solo sirves para sonreír?
El tono era burlón, pero cargado de malicia. Lyra giró con cuidado, intentando no quebrarse.
—Yo… solo trabajo aquí, señor —respondió con suavidad.
—¿Sí? Entonces tráeme otra ronda, bonita. Y si puedes, ven a sentarte un rato conmigo. Prometo no morderte.
La mesa se rio. Lyra palideció.
Antes de que pudiera decir algo, Maze apareció como un vendaval. Su voz cortó el bullicio como un filo de espada.
—No va a sentarse contigo. Y si quieres otra ronda, pídesela con respeto.
El cliente se levantó. Era más grande de lo que parecía. La risa en la mesa se desvaneció.
—¿Y tú quién eres? ¿Su guardaespaldas?
—Su compañera.
—¿Y si no me gusta eso?
Trusk llegó en silencio. Se plantó entre los dos, y por un instante, el ambiente se congeló.
—¿Sabes qué no me gusta a mí? —dijo el viejo—. La gente que confunde una cantina con un corral. Aquí se bebe, se ríe… y se respeta.
El cliente bufó… pero retrocedió. Trusk no gritó. No tuvo que hacerlo.
El hombre volvió a su mesa. Maze se mantuvo firme, pero Lyra… corrió a la parte trasera sin decir palabra.
Trusk suspiró.
—…no todos los demonios tienen cuernos —murmuró. Se giró. El bullicio volvió. Pero algo invisible, algo profundo, se había agrietado.
En el cuarto de arriba.
Brutus dormita a los pies de la ventana, la luz anaranjada del atardecer dándole un brillo dorado al pelaje. Sung Aegis, con vendas aún cubriéndole parte del torso y un vaso de agua en la mano, mira hacia la calle por entre los tablones de madera del ventanal. A su lado, Yaiba está acostado, una mano en el abdomen, la otra colgando fuera del catre mientras su mirada perdida observa el techo.
—Oye, Yaiba… —rompe el silencio Sung, sin girarse—. ¿Sabes lo que vas a encontrar allá en Xochira?
Yaiba entrecierra los ojos, con la voz ronca responde:
—A mi hermano. Eso es lo que voy a encontrar.
Sung suelta una risa seca.
—No. Me refiero a la ciudad. No es el lugar idealista que crees. Está lleno de ojos. No importa dónde te escondas, siempre hay alguien mirando. Siempre hay alguien tomando nota. Si quieres encontrar algo ahí… vas a tener que luchar por verlo siquiera.
Yaiba ladea apenas el rostro.
—¿Tú has estado ahí?
—Sí, hace un año. Haciendo lo que hago, no me quedo mucho en un solo sitio. Fui por que escuché de unos demonios cerca, pero al final todo acabó mal. La tecnología que manejan... los drones, los vigías, los registros… es un mundo de cristal. Crees que ves todo, pero en realidad, solo ves lo que ellos quieren mostrarte. Y eso que yo no iba a buscar un fantasma.
Yaiba cierra los ojos por un momento. Y luego, dice:
—Me da igual todo eso. Le hice una promesa al viejo Yang. Que encontraría a Elliot. Y no pienso fallarle. Es mi voluntad y lo haré cueste lo que cueste.
Sung finalmente se gira para mirarlo. Su tono cambia, más serio:
—Yaiba… No me mires con esa cara de héroe desbordado. No tienes idea de lo que estás despertando dentro de ti. ¿En serio crees que tomaste esa decisión tú solo?
Yaiba se sienta lentamente en la cama. Baja la mirada.
—No lo sé. No estoy seguro de nada últimamente…
—¿Entonces?
El silencio se alarga. Y luego, Yaiba lo dice, como si escarbara en su interior por la primera vez en voz alta:
—Fue una voz.
Sung parpadea. Confundido.
—¿Una voz?
Yaiba asiente.
—Esta voz no me hablaba a cómo solía escuchar que me hablaran desde que era pequeño. Esta era distinta. No me gritó. No me ordenó. Solo… lo dijo como si confiara en mí. Como si ya supiera quién era. “Ve a buscarlo”, eso dijo. Y cuando escuché eso… no tuve dudas.
Sung se sienta en el marco de la cama, con los brazos cruzados. Lo observa en silencio. Brutus abre un ojo y levanta las orejas.
—¿Y ahora? —pregunta Sung finalmente—. ¿Esa voz sigue ahí?
Yaiba lo mira directo, por primera vez en la conversación. No responde.
Solo se recuesta de nuevo, esta vez de costado, mirando hacia la ventana donde el mundo sigue girando, ajeno a todo.
Sung se encoge de hombros.
—Bah. Supongo que todos al final del día cargamos con nuestros demonios.
El silencio vuelve. Pero ya no es cómodo. Es como si una tensión invisible flotara entre los dos.
Yaiba, mirando hacia la ventana donde el mundo sigue girando, ajeno a todo.
Pero no ve la calle.
Ve un árbol. Alto, imposible. Sus ramas se extienden como huesos secos al cielo. Está envuelto en niebla. Oscuro.
El sonido de niños riendo lo rodea. Sus voces se mezclan, se funden, se distorsionan.
—Ven a jugar con nosotros…
—¡Yaiba!
—No dejes que ella despierte…
Mientras le encajaban una espada en el pecho, siendo la sonrisa de los niños lo último que vería-
—¡No! —grita Yaiba.
—¡imbécil! —la voz real lo arrastra de vuelta.
Yaiba parpadea. Sung lo está mirando, con el ceño fruncido.
—¿Otra vez te quedaste dormido? Te lo juro que roncas muy fuerte.
Yaiba jadea. Suda. Lleva una mano a su pecho vendado. No hay herida. No hay niños. Pero la voz aún le retumba en los oídos.
Sung lo mira con una mezcla de desdén y preocupación.
—Deberías dejar de comer cosas raras antes de dormir.
Brutus, que se había despertado con el grito, se acerca y apoya la cabeza en la pierna de Yaiba. Este lo acaricia sin mirar.
—No fue un sueño… —susurra Yaiba, apenas audible.
Sung lo oye. Pero no dice nada. Solo se recuesta de nuevo.
Y así, en esa habitación, los dos descansan… o al menos intentan hacerlo. Porque el descanso es un lujo. Y la paz… es cada vez más escasa.
Regresando al bar
La parte trasera del bar estaba en silencio.
Lejos del bullicio, del tintinear de vasos y las risas desentonadas de los parroquianos, solo se escuchaba el tenue zumbido del viento contra las contraventanas de madera.
Lyra estaba sentada sobre un pequeño barril, con las manos sobre el regazo y la cabeza baja. Sus orejas temblaban ligeramente. Cada tanto, se limpiaba con disimulo una lágrima que se negaba a caer del todo.
Maze se acercó sin decir palabra. Cerró la puerta con cuidado. Caminó hasta ella, y se acuclilló frente a la chica. Durante unos segundos, no dijo nada.
Solo la miró.
—¿Estás bien? —preguntó al fin, con voz suave.
Lyra asintió, pero su rostro decía lo contrario.
—Lo siento… —dijo en un hilo de voz—. Fui muy tonta.
Maze negó con la cabeza.
—No lo fuiste. Ser buena no es lo mismo que ser tonta.
Lyra apretó los labios, conteniendo el temblor.
—Es solo que… me cuesta. A veces, no entiendo por qué la gente es así. Por qué tienen que herir a los demás solo porque pueden. Es como si… si todo el mundo hubiera olvidado lo que significa cuidar a alguien más.
Maze la miró en silencio. Luego tomó asiento a su lado.
—No todos lo han olvidado —dijo con calma—. Solo que en este mundo… recordar cuesta. Cuesta dolor, cicatrices, y muchas veces, estar sola.
Lyra bajó la cabeza aún más.
—¿Qué va a pasar cuando lleguemos a Xochira? —preguntó, titubeando—. Tú… ¿tú te vas a quedar con Yaiba para siempre?
La pregunta quedó suspendida en el aire. Maze la contempló un momento, luego sonrió. No una sonrisa de burla o superioridad. Una sincera. Una que nacía de lo profundo.
—No lo sé —respondió con honestidad—. No sé si el destino quiera que me quede con él… o si él siquiera quiera eso. Pero sí sé algo.
Tomó la mano de Lyra con suavidad.
—Cada vez que él se lance de cabeza al precipicio, yo voy tras él. A veces para ayudarlo… otras, para gritarle lo tonto que fue. Supongo que eso es lo que nos hace un equipo.
Lyra la miró, los ojos húmedos.
—¿Y sobre Xochira…?
Maze suspiró.
—No tengo idea de lo que nos espera allá. Pero sí sé que tengo que estar atenta. No solo por mí… también por Elliot, por Yaiba… y, quizás, por ti también.
Lyra se quedó en silencio un instante. Luego, sonrió apenas. No era una sonrisa fingida. Era frágil, pero verdadera.
—Gracias… por no tratarme como una carga.
Maze apretó su mano.
—Gracias a ti por confiar en nosotras.
Desde la puerta entreabierta, se escuchó la voz ronca de Trusk:
—¡Vamos, chicas! Esto recién empieza.
Lyra se secó los ojos. Maze se puso de pie. Y, por un momento, ambas caminaron de vuelta al bullicio… un poco menos solas que antes.
Trusk las ve entrar de vuelta y sin querer le sale un pensamiento en voz alta
—Al final, no son un desastre de grupo—diría Trusk con una ligera sonrisa.
—
—
—
Porque a veces, el verdadero inicio de una aventura no está en el viaje… sino en la primera persona con la que decides caminar.