Capitulo 14 - La carta que te envié antes de partir

Dicen que todos los viajes comienzan con un primer paso. Pero a veces, ese paso no lo da el viajero… lo da quien se queda atrás.

En un rincón del mundo donde la luna aún brilla tímida y la noche no termina de retirarse, un viejo guerrero cura heridas en silencio. El chico que está en la cama no lo oye. Tal vez sueña. Tal vez se aferra a la voz que le susurra desde lo más profundo de su alma.

El viejo no dice mucho, pero sus manos tiemblan cuando toman vendas y su mirada se pierde entre recuerdos que ya no están. Porque cuando los hijos se van… algo dentro de uno también parte con ellos.

No hay adiós más difícil que aquel que no se dice. No hay carta más honesta que la que se escribe desde la soledad.

Y en esta madrugada, bajo el brillo lejano del monte Fuji, un anciano se sienta a escribir con la torpeza de quien nunca fue bueno con las palabras… pero con el corazón de quien nunca dejó de amar.

El humo del bar aún flotaba como si el tiempo se hubiera detenido en medio de la destrucción. Las astillas del suelo, los vidrios rotos y el aire chamuscado eran prueba del poder que Yaiba desató. Pero el anciano que lo cargaba no se inmutaba ante el caos. El viejo Yang caminaba lento, con el chico inconsciente en sus brazos, y en su rostro… había algo que ya no se veía en él desde hacía años: orgullo.

Entró a una habitación que alguna vez fue usada como bodega, y ahora parecía un improvisado refugio. Acomodó a Yaiba con cuidado sobre unos cobertores gastados. Su respiración era estable, pero su cuerpo… su cuerpo estaba hecho pedazos.

Yang se sentó a su lado y comenzó a limpiar sus heridas. Las vendas envolvían los cortes mientras su mente, por primera vez en años, se atrevía a bajar la guardia. A su manera, murmuró como si Yaiba pudiera escucharlo.

—Mocoso... me hubiera gustado que conocieras a mi hijo. Estoy seguro que él hubiera sido mucho mejor padre para ti... para ti y para Elliot también.

Sus manos, curtidas y temblorosas, siguieron trabajando. Entre cada nudo, entre cada venda, los recuerdos lo golpeaban con fuerza. El pequeño Yaiba de cinco años que no corría, no jugaba, no reía... que solo miraba el mundo desde las sombras de los pasillos, o desde el rincón más oscuro del bar. Que decía que le gustaba dormir porque en sus sueños había menos ruido.

—Siempre fuiste raro… —susurró con una sonrisa—. Pero siempre fuiste mío.

El silencio de la noche se rompió por una risa contenida. Yang se apoyó contra la pared, mirando el rostro dormido de Yaiba.

—Ese ataque tuyo… “Amanecer”. ¿De verdad así lo vas a llamar? —rio más fuerte—. Es un nombre estúpido para una técnica tan brutal.

Terminó de vendarlo. Se puso de pie. Caminó hacia su vieja habitación, y de un armario sacó una mochila de viaje: vieja, remendada, pero resistente. En ella comenzó a guardar un par de mudas de ropa, una cuerda, una linterna y cuando abrió un viejo cajón para tomar un puñal de repuesto, vio una fotografía.

La tomó con dedos temblorosos. Era una foto antigua, casi descolorida: Yaiba y Elliot, niños, con una sonrisa de medio diente y los ojos cerrados, siendo abrazados por un Yang más joven. Las lágrimas brotaron sin pedir permiso. Una por cada año perdido. Una por cada noche sin saber cómo decirles que los quería.

Guardó la foto también en la mochila.

Volvió a la habitación. La dejó junto al colchón y notó un pedazo de papel tirado. Dudó por un segundo, pero lo recogió, sacó una pluma, y comenzó a escribir. Lo hizo en silencio, con una mirada seria y pausada. No hubo tachaduras. No hubo reescrituras. Solo escribió con el corazón.

Cuando acabó, dobló la carta con cuidado y la metió en el fondo de la mochila. Se agachó junto a Yaiba y le acarició el cabello.

—¿Tu voluntad es encontrarlo, eh? ¿O solo quieres huir de este sucio pueblo?

Una sonrisa leve le curvó los labios. Justo en ese instante, Yaiba murmuró entre sueños:

—Viejo… Yang… Elliot… tiró la mermelada… castígalo a él…

Yang soltó una carcajada baja. Salió de la habitación y caminó los caminos destruidos del pueblo, bajo la luna. Llegó a la panadería, donde la señora Harume que siempre los consentía estaba barriendo la entrada.

—¿Se irá al fin el Yaiba? —preguntó la señora Harume, sabiendo sin saber.

—Al amanecer —respondió Yang—. Podría… ¿podría darle algo de pan?

—Claro. Por ellos, lo que sea. Son como los nietos que no tuve.

Yang agradeció, pero antes de irse se giró.

—Él volverá. Con Elliot. Entonces, haremos un gran festín.

Y siguió su camino. A las afueras del pueblo, el monte Fuji se erguía distante, sereno, pero con un aire ominoso.

Yang se quedó observándolo.

—Trusk… Ashtar… Silvia. —Dijo con voz temblorosa—. Mis nietos ya no son niños.

Y mientras sus lágrimas brillaban bajo la luz lunar… se quedó ahí, riendo en silencio, con el corazón latiendo como cuando todo apenas comenzaba.

Tecoyapan, presente.

El sol apenas terminaba de romper las últimas nubes de la mañana cuando Yaiba caminó por la calle principal de Tecoyapan. Llevaba una pequeña hoja doblada en su mano. Sus pasos eran lentos, no por cansancio, sino por peso. Un peso en el pecho que no sabía cómo explicar.

Al llegar al pequeño local de palomas mensajeras, empujó la puerta de madera y justo cuando entró, se topó con alguien más saliendo.

—¿Tú? —murmuró Eshu.

Ambos se miraron un segundo, y ella, bajando la mirada por un instante, alcanzó a ver la carta que Yaiba sostenía.

—¿Vas a enviar una? —preguntó con un tono casi casual, pero había algo en sus ojos. Como si quisiera saber más… y a la vez no.

—Sí. —respondió Yaiba—. ¿Tú también?

—Eso no te importa —dijo cruzándose de brazos.

—Ya veo… —Yaiba sonrió apenas, sin malicia.

—No es algo que se pregunta, ¿sabes? ¿Acaso tú me contarías si te escribiera algo personal? —replicó ella.

Yaiba se encogió de hombros. —Se la escribo al hombre que considero como mi padre.

Eshu parpadeó. El sol, justo en ese instante, iluminó parte del rostro de Yaiba. Sus facciones marcadas, el tono decidido de su voz, y esa sinceridad que se le escapaba sin que lo notara… algo en eso hizo que Eshu desviara la mirada, levemente sonrojada.

—¿Tu padre? ¿De verdad?

—No de sangre. —dijo Yaiba, ahora mirando al cielo—. Pero no hay hombre más terco, más huesudo, más difícil de tratar… y más fuerte de espíritu que ese viejo. Me fastidia a diario, me gritó toda la infancia… pero cada que pensaba que estaba solo… él siempre estuvo ahí. Siempre.

Su voz bajó un poco.

—Yang, Elliot… son lo más valioso que tengo en este mundo. Antes no lo veía. Pero cuando me enteré de lo de Elliot, fue como si me arrancaran algo de adentro… como si por fin entendiera lo que era sentirse vacío.

Eshu lo miraba en silencio. Ya no era por cortesía. Era porque no podía apartar la mirada. La luz seguía acariciando la mitad del rostro de Yaiba, mientras sus palabras… eran como fuego suave en el pecho.

—No me importa si tengo que morir y volver una y otra vez. Yo los voy a reunir. Vamos a sentarnos los tres. Vamos a brindar. Vamos a reírnos de todo esto.

Entonces Yaiba se giró, la miró con esa media sonrisa suya.

—Porque quiero volver a casa. A la verdadera.

Eshu se sonrojó aún más y volteó el rostro rápidamente.

“Idiota… ¿por qué tienes que tener un corazón tan… tan así…?” pensó, mientras fingía que solo miraba el cielo.

Yaiba soltó un leve silbido mientras entraba al local. Minutos después, salió y caminó junto a Eshu. No hablaron. Pero esta vez, no hacía falta. Sus pasos eran ligeros, y el silencio… cómodo.

A lo lejos, cerca del bar, se escuchó la voz alegre de Lyra.

—¡Apúrense, tortolitos! ¡Ya va siendo hora!

Un aullido familiar —el de Brutus— acompañó el llamado. Y Yaiba, por primera vez en muchos días, rió sin contenerse.

Alacrya — Bar de Yang

La mañana era tranquila. Tan tranquila como podían serlo los días sin Yaiba.

Yang bajaba por las escaleras de madera con su eterna taza en mano, dispuesto a abrir el bar una vez más, como cada día.

Cuando se acercó a la puerta, notó un pequeño aleteo. Una paloma mensajera se posó en la ventana, con una pequeña tira de cuero en la pata.

—¿Eh? —Yang arqueó una ceja, tomando el mensaje.

No tenía sello real ni logotipo oficial. Solo una letra firme, torpe… y muy familiar.

Abrió el pergamino y comenzó a leer.

“Viejo…

Hola.

Soy un poco estúpido para expresar lo que ocurre y tal vez eso lo tomé de ti.

Ha pasado poco más de una semana desde que partí del bar, y aunque sea poco tiempo… he visto cosas increíbles. Y otras… un poco extrañas.

He hecho grandes amistades, viejo. Unas raras y otras mas normales, ahorita estoy en Tecoyapan. De hecho hay un viejo con cara de enojado que también tiene un bar —se llama Trusk—, me recuerda a ti. Un tipo muy especial. Me hice amigo de una cambion llamada Maze. Es fuerte, un poco gruñona y otras veces muy amable, ella es conocida de Elliot y la encontré cuando partí. Pero la verdad viejo, Maze también… me cuida mucho.

Hay otro sujeto más raro aún. Se llama Sung. Tiene un lobo gigante, Brutus. Creo que son familia o algo asi, son muy fuertes También está Eshu… es medio agresiva, pero creo que tiene buen corazón y Lyra… una chica muy buena. Con una sonrisa cálida.

Ya maté a mis primeros Umps y Ukobacks, Apenas comienza el camino, pero… no quería desaprovechar la oportunidad de enviarte esta carta antes de partir.

No sé cuándo vuelva a escribir. Solo quiero que sepas que estoy bien y que… no importa lo que pase, siempre voy a estar agradecido contigo.

Ya no bebas tanto, anciano y come bien, por favor.

Nos vemos luego.

Yaiba

Yang cerró los ojos. Y durante unos segundos, no dijo nada.

Solo se quedó ahí, de pie, con el pergamino en la mano, y la sonrisa más sincera que había mostrado en mucho tiempo.

Entonces, Mei —su nueva ayudante— bajó las escaleras con una escoba en la mano.

—¿Por qué sonríes tanto, viejo? —preguntó con curiosidad.

Yang no respondió. Solo sacó un pequeño cartel, lo colgó en la entrada y, con voz grave, dijo:

—Porque leí algo que me dio gracia.

Giró el letrero que colgaba en la puerta. En letras firmes se leía:

"ABIERTO"

Y mientras el sol se colaba por los ventanales, Yang hablando para sí mismo:

—Así que tu aventura apenas empieza… Yaiba. Me pregunto, ¿Qué es lo que te espera allá afuera?, estaré expectante a lo que hagas, Yaiba.

El inicio del viaje al Reino Xochira comienza.