Capítulo 2 - La guerrera y el encantador desconocido

El galope resonaba como un tambor de guerra mientras Athena se abría paso entre los árboles. Su caballo, un corcel negro entrenado para la velocidad y el combate, cortaba el bosque como una sombra viviente. A lo lejos, distinguía al ladrón a caballo, y sobre el lomo de la bestia, el joven de cabello blanco, aún atado, comenzaba a recobrar la conciencia.

La comandante no dudó.

Espoleó con fuerza, alcanzando al secuestrador. Se lanzó con todo el peso de su cuerpo y lo tumbó del caballo. Ambos rodaron por el suelo levantando una nube de polvo. Athena rodó y se incorporó de inmediato, espada desenfundada. Pero el ladrón no se rindió: soltó una carcajada al verla.

—Tsk. No eres más que una mujer.

Athena no respondía. Avanzó con un puñetazo directo al rostro. El ladrón cayó de espaldas, pero se reincorporó con rapidez y sacó un cuchillo oculto. Logró cortarla superficialmente en el antebrazo, apenas un rasguño, antes de que Athena le torciera la muñeca con una llave precisa y le arrebatara el arma. Sin dudar, le cortó la garganta. Cayó de rodillas, con la sangre tiñendo la tierra.

Athena se giró hacia el joven que aún estaba atado sobre el caballo. Lo sujetó con fuerza, como si fuera un saco de trigo, y lo bajó al suelo con cuidado sorprendente. Con unos pocos movimientos certeros, cortó las cuerdas que lo sujetaban.

—M-muchas gracias... —balbuceó él, los ojos fijos en ella—. ¿A qué le debo mi gratitud?

—Athena. Comandante en jefe de las fuerzas reales de Flaria —se presentó con orgullo. —¿Qué hace un noble como usted por este camino? ¿Su escolta no sabía que era peligroso? — pregunto inquisidora.

Caelum dudó. No podía revelarle su verdadera identidad. No quería que lo mirara diferente.

—Soy un representante extranjero. El marqués de Alvarien —mintió, fingiendo ser uno de sus acompañantes.

—Alvarien... El reino vecino. Escuché que vendría el príncipe también. ¿Habrá llegado sano a la capital?

—Sí. Su Alteza ya debe estar allá —respondé con una sonrisa nerviosa.

—Permítame escoltarlo, señor marqués.

Caelum aceptó encantado. Subió de nuevo al caballo, y Athena lo guió hasta el punto donde su caravana esperaba.

—¡Comandante! —gritó Iris al verla aparecer entre los árboles—. ¿Logró atraparlos con vida?

—No. Lamentablemente me hizo enfadar, así que acabé con ese idiota. Te presento al marqués de Alvarien.

Caelum saludó con elegancia. Iris, al ver sus rasgos delicados y etéreos, quedó completamente encantada.

—Mucho gusto, marqués. Soy Iris, escudera de la comandante Athena.

—Es un honor, escudera Iris —dijo Caelum con una sonrisa tan encantadora que parecía capaz de conquistar una nación.

Athena no le dio mayor importancia a la reacción de su escudera. Poco después, algunos de los pocos caballeros de Alvarien que habían sobrevivido al ataque llegaron. Al ver al príncipe, él les hizo una señal silenciosa para que no revelaran su identidad.

—Comandante Athena, tengo entendido que el banquete de esta noche es en honor a la victoria contra los bárbaros. Me imagino que usted es la responsable —comentó Caelum.

—Así es, marqués —respondió con una sonrisa victoriosa—. Fueron un par de semanas intensas, pero después de un arduo trabajo, Su Alteza Real, el príncipe Leandros, y yo los derrotamos. Él ya se encuentra en la capital; yo me tomé un breve descanso antes de partir de vuelta.

Suspiró, sintiendo el dulce sabor de la victoria.

—Había oído hablar de las grandes hazañas militares de Flaria. Incluso del poderoso comandante... pero jamás imaginé que esa figura temida fuese una mujer tan bella —dijo Caelum con su tono más seductor.

Athena se sonrojó de inmediato. Nadie, más allá de su familia, había utilizado jamás ese término para describirla. Guerrera, estratega, inflexible, letal... pero nunca "hermosa".

¿Se estaría burlando?

—Yo...

—Mi comandante es tan bella como inteligente y capaz en el campo de batalla —interrumpió Iris con fervor—. Nadie puede vencerla o igualarla.

Caelum la miró con una sonrisa suave.

—Sin duda, sus palabras son ciertas, Lady Iris —dijo, y su sonrisa parecía iluminar el bosque entero.

Cuando llegaron a las puertas del castillo, Athena desmontó primero.

—Espero verlo en el banquete, marqués —dijo con formalidad, haciendo una leve inclinación de cabeza.

—Sin duda lo hará, comandante —respondió Caelum, y se quedó observándola mientras se alejaba.

Algo en ella lo dejaba intrigado. No lo había mirado con deseo, ni con curiosidad. Ni una pizca de interés.

El príncipe Caelum de Alvarien estaba acostumbrado a que las mujeres lo admiraran. Su rostro de facciones finas, su cabellera blanca como la nieve, sus ojos celestes como el hielo... Había escuchado cientos de cumplidos. Incluso algunos hombres se sentían atraídos por él. Pero Athena no. Ella lo había observado con la misma firmeza con la que se enfrentaba a un enemigo. Y eso lo desconcertaba... y le gustaba.

Athena, por su parte, fue recibida con los brazos abiertos por su padre, el rey Tharion, que la abrazó con fuerza.

—Has hecho un trabajo extraordinario, hija mía. Estoy orgulloso de ti.

Poco después, Leandros apareció con una gran sonrisa.

—Hermana, tu regreso es la mejor noticia de la semana —dijo, abrazándola con entusiasmo.

—Ve a asearte y prepárate para el banquete. Todos esperan verte —dijo el rey con afecto.

Athena asintió y se retiró a sus aposentos. Sus sirvientas ya la esperaban.

Se despojó de su armadura y se sumergió en una gran bañera llena de agua caliente y burbujas. Era un lujo que sólo se permitía tras una victoria.

Mientras sus sirvientas lavaban su largo cabello y curaban con delicadeza la herida en su brazo, Athena cerró los ojos. Aplicaron ungüentos y aceites con aromas florales. Jazmín. Su favorito.

Al quedar sola permaneció en silencio unos minutos, hasta que, sin querer, recordó esos ojos de aguamarina y aquella voz suave que la había llamado "hermosa".

Se sobresaltó.

—No, no. Mejor sacarse esas ideas de la cabeza —murmuró.

Cuando salió del agua, ya la esperaban con su vestido de gala. Rojo con detalles dorados, ceñido al cuerpo y después cae en estilo princesa, con mangas largas y escote en V. Sus doncellas insistían en que favorecía su figura, ocultando parte de sus brazos fornidos. Ella suspiró.

No le molestaba usar vestidos. Simplemente no creía que le quedaran bien. Estaba acostumbrada al cuero, al metal, al peso de una espada.

La peinaron con un elegante recogido trenzado y adornaron su cabello con un tocado dorado. Le colocaron joyas de diamantes amarillos que resaltaban el color de sus ojos.

Estaba lista para la peor parte.

Enfrentar a un montón de nobles y políticos en su casa.