Mi cuerpo se sentía pesado, como si cada movimiento fuera un esfuerzo titánico. La respiración me costaba, agitada, como si hubiera estado corriendo sin descanso. Lo único que recordaba con claridad era que estaba en casa. Me desmayé... o eso creo. Pero... ¿Dónde estoy ahora? Todo está oscuro. Poco a poco, siento que avanzo hacia una luz.
Jaja, ¿será una alucinación? Pensé. No será como dicen algunos, ¿la luz al final del túnel?
Eso era lo que me rondaba en la cabeza, hasta que finalmente llegué a la luz. Primero salió mi cabeza, luego mi cuerpo. Durante lo que pareció una eternidad, no pude ver nada. Al principio, todo fue oscuridad, pero al fin, logré enfocar algo. Una figura. Una cara. Y, para ser sincero, no me resultaba en lo más mínimo familiar.
—¿Quién era ese Hombre? —me preguntaba. Y agarrándome estaba una mujer.
Rápidamente entendí lo que estaba pasando, pero no podía creérmelo. Así que supuse que todo esto no era más que un sueño raro, o algo por el estilo.
Ugh... No sabes cómo me siento. Esto no es ningún sueño. Llevo aquí dos semanas, pero no lo puedo evitar, me siento atrapado en este cuerpo diminuto. Mi mente es consciente de todo lo que está pasando, pero mi cuerpo... mi cuerpo no responde. Apenas puedo moverme, apenas puedo controlarlo, y lo peor es que no puedo comunicarme. Mis padres, aunque tratan de hacer todo lo que pueden, no tienen idea de lo que está sucediendo en mi cabeza. Ellos ven a un bebé, a un niño pequeño, y me tratan como tal, con la ternura y el cuidado de quien aún no sabe lo que es la vida.
Todo esto... es como estar prisionero en mi propia mente.
Mi madre, Elyra, es la que más se preocupa por mí. Su voz suave me arrulla cada vez que me despierto o cuando me toma en sus brazos, pero me doy cuenta de lo poco que puede saber de lo que realmente siento. Yo, atrapado en este cuerpo frágil, no puedo hablar, ni moverme como quisiera, pero mi mente está tan alerta como siempre, más madura de lo que mis ojos pueden reflejar.
Elyra tiene una belleza serena. Su cabello castaño, largo y ligeramente ondulado, cae en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos, de un azul claro que parecen reflejar el cielo, siempre están llenos de una preocupación que no desaparece. mi padre, Rheon, recorría tierras lejanas, enfrentando peligros y desentrañando misterios. Pero ahora, parece que la vida hogareña le ha devuelto una tranquilidad que a veces me hace sentir que está dejando ir una parte importante de sí misma. Aunque su rostro sonríe cuando me mira, hay una sombra de melancolía en su mirada, algo que solo yo, con la distancia de mi mente adulta, puedo percibir.
Rheon, mi padre, es un hombre robusto, de gran presencia, pero con un carácter ligero y siempre dispuesto a sacar una sonrisa. Es un hombre que siempre tiene una broma lista, incluso cuando los tiempos son difíciles. Si bien antes fue un aventurero, su actitud ante la vida sigue siendo la misma, siempre con una sonrisa en el rostro y una actitud relajada. A veces hace chistes sin cesar, incluso cuando yo, atrapado en este cuerpo, no puedo comprender nada. Es como si estuviera jugando a ser el héroe de una historia que solo él entiende, pero no le importa.
Su barba rala, siempre un poco desordenada, y sus ojos grises, brillan con un espíritu alegre que no se apaga. De alguna manera, su manera de ser parece desconectada del pasado que llevó como aventurero. Aún así, no puedo dejar de pensar que, en lo profundo de su ser, sigue siendo ese hombre que recorría el mundo, viviendo de una manera libre. Aunque ahora, por alguna razón, se conforma con ser guardia en la ciudad, con su actitud relajada y su eterna sonrisa. En su rol como padre, más que como guardia, es una presencia reconfortante. Cuando está cerca de mí, todo parece más liviano.
La vida aquí, en este pequeño rincón del continente de Atheris, se desarrolla entre lo mundano y lo monótono. Cada día comienza igual, mi madre me alimenta, me acurruca, me canta en voz baja, mientras que mi padre... bueno, mi padre me mira y hace bromas que no entiendo, pero que de alguna manera me reconfortan. Sé que está tratando de aliviar la atmósfera, de darme una sonrisa que le haga pensar que todo está bien, aunque él tampoco sepa lo que realmente sucede.
Pero la verdad es que no encajo aquí. No solo porque mi cuerpo sea el de un niño, sino porque... porque sé que no soy un niño. Yo no pertenezco a esta vida, a este tiempo. Tengo la mente de un adulto, atrapada en un cuerpo que no responde. No sé cómo, ni por qué, pero estoy aquí, y no puedo dejar de preguntarme por qué. ¿Por qué este cuerpo? ¿Por qué mis padres no saben lo que está pasando en mi cabeza? No puedo hablar con ellos, no puedo pedirles respuestas, no puedo hacer nada más que observar, y esperar.
A pesar de estar atrapado, sigo aprendiendo sobre este mundo. Atherion es un planeta vasto y lleno de historia. Hay cuatro continentes, cada uno con su propia jerarquía y cultura. El continente en el que vivo, Atheris, es el más grande y poblado. Es un lugar de comercio, pero también de constantes tensiones políticas. Merion, al norte, es conocido por su magia antigua y las muchas tradiciones arcanas. Pyran, el desértico, está lleno de supervivientes y criaturas extrañas. Y Sylvain, cubierto por bosques densos y misteriosos, es prácticamente un lugar desconocido para muchos.
A medida que los días pasan, trato de adaptarme a este cuerpo, a esta vida. Pero no puedo evitar sentir que algo está mal. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Qué fue lo que ocurrió? Estas preguntas me rondan una y otra vez, pero no tengo respuestas. Solo tengo el tiempo, y lo único que sé es que debo seguir adelante.
Este mundo es extraño, pienso para mí mismo, aunque no puedo decirlo en voz alta. Cada día que pasa, siento que la distancia entre mi mente y este cuerpo crece un poco más. Pero tengo la esperanza de que algún día podré comprender lo que está sucediendo, aunque ahora, en este momento, solo puedo existir. Sólo puedo ser un espectador en esta nueva vida, esperando a que algo cambie.
En un plano completamente diferente, uno cuyo origen es incierto, donde la línea entre la realidad y la imaginación se desvanece, yace una figura. Su forma es humana, pero carece de cualquier textura o matiz, un blanco inmaculado que la envuelve por completo. En su rostro, un cuadrado negro cubre sus ojos, mientras una sonrisa macabra, de oreja a oreja, parece burlarse de todo lo que lo rodea, como si él mismo fuera el espectador del universo, disfrutando del caos. Está sentado en un sillón rojo chillón, desentonado con todo lo demás, y sostiene una bolsa de palomitas cuya etiqueta dice: "Sufrimiento Premium". Allí, en esa extraña dimensión, se encuentra Arthur, conocido por todos —y por nadie— como Art.
—¡Ahh, el telón se abre! ¡Qué emoción! —exclama con un tono lleno de sarcasmo y anticipación— Estoy tan impaciente por ver qué hace nuestro querido muchacho... ¡JAJAJA!