Alex se estremeció cuando un agudo dolor se extendió por su mejilla. Presionó su palma contra ella, sus ojos oscureciéndose con ira. Pero ¿qué podía hacer? Contraatacar no era una opción. Gabriel era demasiado fuerte. Los rumores sobre él nunca habían sido exagerados.
Un repentino golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Alex, ¿por qué no has salido de tu habitación desde que regresaste? ¿Está todo bien? —La voz preocupada de Vinette Morgan vino desde el otro lado.
Alex se tensó al escuchar la voz de su madre. Si ella se enteraba, tendría que responder todo. Eso era lo último que quería.
—Sí, Mamá. Todo está bien —respondió, pero el dolor en su mejilla decía lo contrario. La herida estaba sanando más lento de lo que esperaba. Tomaría al menos otro día para desaparecer por completo.
Vinette no estaba convencida.
—Abre la puerta un momento. Déjame verte —insistió.