Sufrir el infierno y traer el caos

Casaio se dejó caer en la cama, con la cabeza apoyada contra el cabecero. Los mechones húmedos de su cabello, aún brillantes por su reciente ducha, captaban el cálido resplandor de la lámpara en la mesita de noche, proyectando suaves sombras en su rostro.

Zilia entró en la habitación con una bata de seda que abrazaba sus curvas, la tela brillando ligeramente mientras se movía. Llevaba dos copas de vino, sus pasos deliberados y lentos.

—Estuviste en San Ravendale por más de un día. Pensé que volverías antes. Gabriel no es exactamente el tipo que hospeda por mucho tiempo —dijo, entregándole una de las copas.

—No me quedé en su mansión —respondió Casaio, aceptando la copa. Tomó un sorbo lento antes de dejar que el tallo de la copa descansara entre sus dedos, aún perdido en sus pensamientos.

Zilia se subió a la cama desde el otro lado y se acomodó junto a él, inclinando la cabeza mientras observaba su rostro.

—¿Tuvo otro berrinche?

—Siempre los tiene —murmuró Casaio.