Seguir amándola

Amelie y Gabriel vieron que el restaurante por dentro parecía decente. Una pareja de ancianos estaba limpiando las mesas, quienes les dieron la bienvenida. El anciano reconoció a Gabriel después de mirarlo más de cerca y exclamó sorprendido.

—¡Su Alteza!

Su esposa y nieto también se sorprendieron al escuchar eso.

—¿Su Alteza? ¡Príncipe Gabriel! —exclamó el joven.

Amelie miró a Gabriel, preguntándose cómo reaccionaría ante esto.

—Lo siento por insistir en que entraran —el joven se disculpó por su error.

—¿La azotea ofrece una buena vista como afirmabas antes? —preguntó Gabriel, en lugar de responder a la pregunta.

—Sí-sí —tartamudeó el chico.

—Entonces, mi compañera y yo quisiéramos cenar allí —ordenó Gabriel.

—Su Alteza, el servicio de este lugar puede no estar a su nivel. Le sugiero a Su Alteza que pruebe otro restaurante en las cercanías —solicitó el anciano, no queriendo causar ninguna incomodidad a Gabriel mientras cenaba con Amelie.