Casaio entró en la celda cuando escuchó a Zilia.
—No tengo nada que decirte. Deberías enviar a Gabriel. Quiero hablar con él.
—Él no vendrá aquí —dijo Casaio—. Te llevaré a la capital. Serás condenada a muerte por los cargos de espionaje —le informó.
Los ojos de Zilia se abrieron de par en par por la conmoción, pero ella había visto venir algo así. Sin embargo, lo que le molestaba era la mirada que Casaio llevaba. Ya no tenía ninguna suavidad ni esperanza. Ese fue el momento en que se dio cuenta: Casaio finalmente había dejado ir los sentimientos que mantenía incluso después de rechazarlo. El vínculo finalmente se había roto por completo.
—Bien, llévame a la capital, pero envía al Príncipe Gabriel. Quiero hablar con él —solicitó Zilia.
—Te amé más de lo que podrías imaginar —comenzó Casaio. Ya que esta era la última vez, quería decir todo lo que estaba enterrado en lo profundo de su corazón.