No me ocultes cosas

Gabriel arrojó el arma al suelo y se dio la vuelta, solo para encontrar a diez u once cazadores de betas ya de rodillas, temblando y suplicando piedad.

Su mirada se dirigió a Karmen, quien parecía conmocionado pero ileso.

—Respondan a mis preguntas con sinceridad —ordenó Gabriel—, y quizás considere perdonarles la vida a todos, a diferencia de este —añadió, señalando con la cabeza el cuerpo sin vida tendido en el suelo.

El hombre en el centro tartamudeó:

—N-nosotros cazamos... betas.

Los ojos de Gabriel se estrecharon.

—¿Por qué? —preguntó bruscamente—. ¿No son todos ustedes lobos también?

El hombre tragó saliva con dificultad.

—Fuimos rechazados... considerados inútiles por nuestra manada. Así que nos unimos a una organización que caza betas. Por favor, Su Alteza, perdónenos. Juramos que nunca volveremos a hacer esto.

—¿Quién creó esta organización? —preguntó Gabriel.

El hombre de rodillas temblaba bajo la intensa mirada de Gabriel.