—Louis, ¿hay algo que nos estás ocultando? —preguntó Levi, con un tono de sospecha. Sus ojos eran penetrantes, estudiándome como si pudiera ver a través de mi piel. La inquietud me retorció el estómago, pero la enmascaré con un ceño fruncido.
—¿Qué demonios se supone que significa eso? —pregunté, fingiendo enojo, forzando mi voz para que sonara firme.
Levi ni se inmutó. Si acaso, su expresión se endureció.
—Llamé a Alfa Thor —dijo con calma—, le pregunté qué pasó en su fiesta. Se disculpó, me dijo que alguien drogó tu bebida. —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos—. Así que dime, Louis, ¿quién era la mujer que te desintoxicó? ¿De quién eran los dedos que te tocaron?
Sus palabras golpearon como un látigo. No estaba preguntando. Ya lo sabía, o creía saberlo.
—Fui yo —vino una voz desde detrás de nosotros.
Me giré, con el corazón hundiéndose mientras Anita entraba al campo, serena y sin disculpas, vestida en seda como si fuera dueña del maldito mundo.