Audrey yacía junto al río, mirando al cielo. La luna estaba casi llena y era la más brillante que jamás había visto resplandecer.
—¿Qué tal si vas a nadar? —la estatua le habló.
—Nah, paso. Me quedaré aquí acostada hasta que todo termine —suspiró Audrey y puso una mano detrás de su cabeza como apoyo.
—Cuando estés lista, Audrey —respondió la estatua.
Audrey percibió un presagio en la voz de la estatua pero lo ignoró, era su forma de hablar de todos modos, siempre sonando misteriosa.
Audrey acababa de cerrar los ojos cuando escuchó la voz de Avery dentro de su cabeza.
«¡Necesitamos encontrarlo!», dijo Avery desesperadamente.
Audrey inmediatamente se sobresaltó y se sentó en el suelo.
—Avery, no, no vamos a encontrar a nadie esta noche —dijo Audrey con vehemencia.
Pensaba que tenía a Avery bajo control, ¿cómo había pasado el umbral de su mente?
«Olvidas que posees al lobo de la diosa de la luna, no hay forma de controlar a Avery esta noche, Audrey», recordó Selena suavemente.