Quiero más, por favor

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María y el resto ya estaban esperando frente a la casa de la manada cuando el coche de Audrey y del Alfa Lago llegó.

Audrey vio a sus amigos esperándola preocupados y sonrió.

—Cuándo aprenderán a dejar de preocuparse por mí —dijo con un movimiento de cabeza.

—No es posible —Alfa Lago sostuvo su mano con fuerza—, eres preciosa —llevó su mano a sus labios y depositó un suave beso en ella.

Audrey sonrió, sintiéndose amada por la forma tierna en que Alfa Lago la había estado tratando desde que dejaron el almacén abandonado.

—¡Oh Dios mío! ¡Ese hombre loco, ¿qué te hizo?! —preguntó María en voz alta y preocupada mientras impacientemente abría la puerta de Audrey, sacándola del coche y envolviéndola en un fuerte abrazo.

—¡Oh, gracias a Dios! ¡Está bien! —Sandra y el resto corrieron para unirse al abrazo grupal.