El lunes por la mañana llegué a la secundaria con una necesidad casi física de ver a Josephine, aunque también sabía que tenía que hablar con mis amigos sobre lo que había pasado. Mi semblante, supongo, debía reflejar el torbellino de emociones que me sacudía, porque apenas me acerqué a nuestro grupo habitual bajo el árbol, Carlos fue el primero en hablar.
"¿Qué te pasa, tío? Estás hecho polvo."
Andrés me miró con preocupación. "¿Todo bien, Louie?"
Suspiré pesadamente, dejando caer mi mochila al suelo. "No, nada bien. Josephine... terminó conmigo el sábado."
El silencio que siguió fue denso, cargado de sorpresa y una especie de "te lo dijimos" tácito en sus miradas. Marcos fue el primero en romperlo. "¿Qué pasó?"
Les conté, con la voz entrecortada y la vergüenza quemándome las mejillas, la confrontación en casa de Brianna, mis estúpidas negaciones iniciales y finalmente, la frialdad en la mirada de Josephine al dar por terminada nuestra relación. Les describí mi desesperado intento de besarla y la firmeza con la que Brianna me había apartado.
Al terminar mi relato, un silencio incómodo se cernió sobre nosotros. Andrés fue el primero en hablar, con un tono de lástima en su voz. "Lo siento, tío. Sabíamos que esto iba a pasar."
Carlos asintió lentamente. "Ella te dio muchas oportunidades, Louie. No supiste aprovecharlas."
Marcos, con una expresión sombría, miró hacia la entrada de la escuela, donde Josephine acababa de aparecer, caminando lentamente junto a Brianna. Su rostro estaba pálido, sus ojos hinchados y su andar lento y pesado.
"Con razón Josephine llegó tan mal hoy," murmuró Marcos, su mirada fija en ella con una mezcla de tristeza y comprensión.
"La voy a recuperar, chicos," dije con una determinación repentina, una seguridad que en realidad no sentía pero que necesitaba proyectar. "Voy a hablar con ella, le voy a demostrar que puedo cambiar. Esto no se va a quedar así."
Antes de que pudieran responderme, me di la vuelta con una resolución fingida. "Y lo primero que voy a hacer es terminar con las demás chicas. Se acabó el juego. Josephine es la única que importa."
Me alejé de ellos con paso firme, aunque por dentro la incertidumbre me carcomía. La idea de enfrentarme a Josephine, de intentar reparar el daño que le había causado, me aterraba. Pero la perspectiva de perderla para siempre era aún más insoportable. Tenía que intentarlo. Tenía que luchar por ella. Aunque no supiera por dónde empezar.
Comencé por buscar a Vanessa, la chica a la que le había regalado los aretes. La encontré en el pasillo, charlando animadamente con unas amigas.
"Vanessa, ¿podemos hablar un momento?" le dije, mi voz más seria de lo habitual.
Ella me miró con sorpresa, luego sonrió con coquetería. "¿Ahora sí tienes tiempo para mí, Louie?"
"Lo siento si te di una impresión equivocada," respondí con sinceridad. "La verdad es que... estoy enamorado de Josephine. Y lo nuestro... lo que haya sido, no puede seguir."
Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de confusión y un ligero enfado. "¿Qué? ¿Estás terminando conmigo?"
"No éramos novios, Vanessa," aclaré con suavidad. "Pero sí, no puedo seguir viéndote. No es justo para ti, y no es justo para Josephine."
La conversación con Carla fue similar, aunque ella se mostró más decepcionada, incluso derramando algunas lágrimas. Con Jessica fue más directo, diciéndole que no podía seguir saliendo con ella porque mis sentimientos por Josephine eran demasiado fuertes. En cada caso, intenté ser honesto, aunque sabía que mis palabras no podían borrar el daño que les había causado.
Al terminar de hablar con todas, me sentí exhausto pero con una extraña sensación de alivio. Había dado el primer paso, aunque sabía que el camino para recuperar a Josephine sería mucho más difícil.
Esa noche, me encerré en mi habitación y escribí una carta para Josephine. No era una carta llena de excusas ni de promesas vacías. Era una carta donde intentaba expresar la profundidad de mi arrepentimiento, donde reconocía mis errores y donde le pedía, no que me perdonara de inmediato, sino que me diera la oportunidad de demostrarle que estaba dispuesto a cambiar, que estaba dispuesto a luchar por su amor.
Al día siguiente, dudé en acercarme a ella directamente. Su frialdad en la escuela seguía siendo un muro infranqueable. Finalmente, decidí pedirle un favor a un compañero, alguien que no estuviera directamente involucrado en nuestro drama, alguien que pudiera entregarle la carta sin generar más confrontación. Elegí a Daniel, un chico tranquilo y discreto de nuestra clase de historia.
"Daniel, ¿podrías hacerme un favor?" le pregunté discretamente antes de que comenzara la clase. "Necesito que le entregues esta carta a Josephine. Es importante."
Daniel me miró con curiosidad, pero asintió sin preguntar. "Claro, Louie. Yo se la doy."
Le entregué el sobre doblado, mi corazón latiendo con una mezcla de esperanza y ansiedad. Ahora solo quedaba esperar. Esperar su reacción. Esperar una señal. Esperar una oportunidad para intentar reparar lo irreparable.
Los días que siguieron a la entrega de la carta se arrastraron con una lentitud exasperante. Cada mirada de Josephine en los pasillos, cada vez que la veía rodeada de sus amigos, era una tortura silenciosa. No había señales, ni un cambio en su actitud distante, ni un comentario de Daniel sobre su reacción. La incertidumbre me carcomía por dentro, alimentando mis inseguridades y haciéndome dudar de si alguna vez tendría una oportunidad de redimirme.
Mis amigos, aunque seguían algo distantes por mi comportamiento pasado, notaban mi cambio de actitud. Me veían más callado, más pensativo, evitando cualquier coqueteo con otras chicas. Incluso Marcos, el más crítico de todos, reconoció mi esfuerzo.
"Al menos estás intentándolo, Louie," me dijo un día mientras esperábamos que comenzara la clase de matemáticas. "Eso ya es más de lo que hiciste antes."
"Pero no es suficiente," respondí con amargura. "Ella ni siquiera me mira."
"Dale tiempo, tío," intervino Andrés. "Le hiciste mucho daño. Necesita tiempo para procesarlo."
La paciencia nunca había sido una de mis mayores virtudes, pero ahora no tenía otra opción. Observaba a Josephine desde la distancia, admirando su fortaleza y sintiéndome cada vez más culpable por haberla lastimado. La veía reír con sus amigos, participar en clase, y una punzada de dolor me atravesaba al saber que ya no era yo quien provocaba esa sonrisa.
Los días se convirtieron en semanas, y mi desesperación por comunicarme con Josephine crecía. Su muro de indiferencia parecía inquebrantable. Fue entonces cuando tuve una idea, una forma de intentar llegar a ella sin tener que enfrentarme a su rechazo directo. Empecé a usar a Daniel como mi mensajero personal.
Todos los días, escribía una carta para Josephine. No eran súplicas de perdón, al menos no directamente. Eran recuerdos de nuestros momentos juntos, dibujos, poemas. Empece a tabajar medio turno y a los fines de semana, y empece a mandarle pequeños regalos, que fueron creciendo con el paso de las semanas.
Daniel, ajeno a nuestra ruptura, aceptaba mis encargos con buena voluntad. Para él, solo estaba ayudando a dos compañeros a vivir un romance a la antigua, donde las cartas eran el principal medio de comunicación. Le contaba que yo quería sorprenderla con detalles especiales. Él asentía con una sonrisa cómplice, entregando mis mensajes sin hacer preguntas.
Cada vez que le daba una carta o un pequeño obsequio a Daniel, una punzada de esperanza se encendía en mi interior. Imaginaba a Josephine leyendo mis palabras, recordando esos momentos, quizás incluso esbozando una pequeña sonrisa. Pero los días pasaban y no había ninguna reacción, ninguna señal de que mis mensajes estuvieran llegando a su corazón. La incertidumbre seguía siendo mi constante compañera, pero al menos sentía que estaba haciendo algo, que no me había rendido por completo. Aunque el silencio de Josephine seguía siendo ensordecedor, la idea de que mis pequeños recuerdos pudieran estar sembrando una semilla en su corazón me daba una tenue razón para seguir intentándolo.
Con el pasar de los días, sin embargo, comencé a notar algo que encendió una pequeña chispa de esperanza en medio de mi desesperación. En los pasillos, en la cafetería, incluso en clase, sentía su mirada. Eran miradas fugaces, a veces casi imperceptibles, pero estaban ahí. Un instante en que sus ojos se cruzaban con los míos antes de que ella los desviara rápidamente, o una sensación de ser observado cuando levantaba la vista.
No eran miradas de odio ni de desprecio, sino más bien... curiosas, incluso un poco tristes. A veces, me pillaba observándola y ella no apartaba la mirada de inmediato, sino que sostenía mi contacto visual por un segundo más, con una expresión indescifrable antes de volver la atención a otra parte.
Estas pequeñas interacciones, aunque breves e inciertas, eran un rayo de luz en la oscuridad. ¿Significaba que mis cartas estaban llegando a ella? ¿Que los recuerdos estaban despertando algo en su interior? No lo sabía con certeza, pero la conciencia de que al menos no me ignoraba por completo alimentó una nueva oleada de determinación en mi corazón. Quizás, solo quizás, aún tenía una oportunidad. La brecha que se había abierto entre nosotros podría no ser tan insalvable como temía.
Esa noche, la inquietud me impidió conciliar el sueño. Las miradas de Josephine rondaban mi mente, alimentando una esperanza frágil pero persistente. ¿Qué significaban? ¿Simple curiosidad? ¿Un atisbo de que mis mensajes estaban llegando a ella? Ojalá pudiera descifrar el enigma detrás de sus ojos.
Al día siguiente, decidí arriesgarme un poco más. Le pedí a Daniel que le entregara a Josephine una de sus galletas favoritas, las de doble chocolate con chispas de menta que solo vendían en esa pequeña pastelería cerca de su casa. Adjunté una nota breve: "Recordé que te encantan estas."
La espera fue aún más angustiante de lo habitual. Cada vez que veía a Daniel, lo interrogaba silenciosamente con la mirada, buscando alguna señal. Finalmente, al final del día, Daniel se acercó a mí con una pequeña sonrisa en los labios.
"Me dijo gracias," susurró, casi como si fuera un secreto. "Solo eso, pero... parecía diferente hoy. Más tranquila, quizás."
Una oleada de alivio me inundó. ¡Había respondido! Aunque solo fuera un simple agradecimiento, era una grieta en el muro de hielo que nos separaba. Significaba que mis intentos no estaban cayendo en saco roto.
A partir de ese día, continué enviándole pequeños detalles a través de Daniel: una flor silvestre que recogí en el parque donde tuvimos nuestra primera cita, una copia de mi libro favorito marcado en los pasajes que siempre discutíamos, un dibujo de su gato durmiendo en una pose graciosa. Cada envío era un acto de fe, una plegaria silenciosa por una segunda oportunidad.
Y poco a poco, las miradas de Josephine comenzaron a cambiar. Ya no eran tan fugaces, sino que a veces se detenían un instante más, mostrando una curiosidad más abierta, incluso una sombra de una antigua ternura. Una vez, mientras caminaba por el pasillo, nuestros ojos se encontraron y ella no apartó la mirada de inmediato. Por un breve segundo, sentí una conexión, un eco de lo que habíamos sido.
Sabía que el camino hacia su perdón sería largo y arduo. Había roto su confianza y lastimado sus sentimientos profundamente. Pero por primera vez desde nuestra ruptura, sentía una pequeña luz al final del túnel. Las miradas de Josephine, esos pequeños destellos en la distancia, me daban la esperanza de que quizás, solo quizás, aún podía haber una oportunidad para reconstruir lo que había perdido. Estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario, a demostrar con mis acciones el arrepentimiento sincero que sentía en lo más profundo de mi corazón...
Siete meses ya habian pasado, desde que habia empezado a intentar conquistar a Josephine tal como lo hice la primera vez, me encontraba en la secundaria, las miradas con josephine cada vez mas largas, era mi mi cumpleaños y me encontraba conversando animadamente con mis amigos junto a los casilleros, de repente se quedaron callos, el cambio en sus expresiones causandome curiosidad.
"Que pasa?" pregunte con curiosidad
Andrés respondió con una sonrisa pícara, "Louie, creo que lo lograste."
"¿A que te refieres" pregunté, sin entender, me di un poco la vuelta sin llegar a ver nada en concreto, cuando regrese mi mirada hacia ellos. Los chicos me estaban con una sonrisa y dijeron al unísono
"Buena suerte, hombre," y empezaron a alejarse de mí con sonrisas traviesas. No entendía qué pasaba hasta que escuché la suave voz de Josephine.
"Louie," dijo con una voz suave que apenas superaba el murmullo del pasillo.
Me di la vuelta sorprendido, mis ojos iluminándose ligeramente con una mezcla de expectación nerviosa y una pizca de confusión. "¿Josephine?" pregunté en voz suave, casi en un susurro.
"Feliz cumpleaños," dijo, ofreciéndome una linda sonrisa. Abrí los ojos sorprendido; estaba muy conmovido. Nunca esperé que se acercara a mí. "Josephine... gracias." En eso, ella habló en tono casual, "Quería... quería invitarte a comer, para celebrar tu cumpleaños."
Una sorpresa genuina cruzó por mi rostro, pero enseguida sonreí con esperanza. "¿En serio? ¿Te gustaría comer conmigo?" pregunté.
"Sí," me confirmó, con una calidez en sus ojos que intentaba no analizar demasiado. "Y Brianna vendrá también." Me sorprendí primero porque se había acercado a mí, aunque la mención de Brianna me había desalentado un poco; de igual manera, mi sonrisa se hinchó. "Me encantaría. ¿Dónde y cuándo?"
"¿Qué te parece ahora?" respondió Josephine, con una sonrisa. "Hay un pequeño café cerca de la escuela que me gusta." La alegría me estaba invadiendo.
"Perfecto," respondí.
Empezamos a caminar hacia la salida, y antes de dar la vuelta, miré a mis amigos e hice un pequeño gesto de triunfo con las manos. La alegría me estaba consumiendo. Justo cuando pasamos al lado de ellos, empezaron a victorear en voz baja, "¡Sí se puede! ¡Sí se puede!" mientras brincaban disimuladamente en su lugar con las manos en alto. En ese momento, la pequeña risa de Josephine llenó mis oídos, un sonido que había anhelado escuchar durante tanto tiempo.
Al salir de la escuela, el imponente coche negro con el chófer uniformado y el guardaespaldas corpulento nos esperaba junto a la acera. Algunas cosas, nunca cambian. Y para mi sorpresa, una punzada de familiaridad, incluso una extraña sensación de haberlo echado de menos, me invadió al ver la escena. Era parte del mundo de Josephine, un mundo que había compartido y que ahora se sentía distante y a la vez... ligeramente reconfortante en su consistencia.
Al llegar a la entrada, allí estaba Brianna, esperándonos como un fiel escudero. Subimos los tres al imponente coche negro que esperaba a Josephine, mi mente aún dando vueltas por su inesperada invitación. Durante el corto trayecto a la cafetería, intenté relajarme, escuchando a Brianna hablar animadamente mientras Josephine permanecía en silencio, observando el paisaje pasar.
En el pequeño café, Josephine tomo la iniciativa y pidió por los tres. Mientras esperábamos la comida, la conversación fluyó con una torpeza inicial, pero la presencia de Brianna ayudó a aligerar el ambiente. Luego, llegó el pequeño pastel con las velas, y escuchar a Josephine cantar "Feliz cumpleaños" con esa dulzura en su voz... fue un regalo inesperado.
Después de comer, me levante para ir al baño. Al regresar a la mesa, la conversación continuó de manera más relajada. Cuando llegó el momento de despedirnos y Josephine me agradeció por la comida y el pastel, sentí una punzada de tristeza al verla alejarse en su coche.
Era de Josephine.
Mis manos sudaban mientras abría el sobre con cuidado, como si temiera romper algo precioso y frágil. Desdoblé la hoja de papel, y las palabras escritas con una tinta azul suave me saltaron a la vista.
Mis ojos recorrían las palabras de Josephine, cada una de ellas grabándose en mi mente como una punzada de dolor. El peso de mis acciones se hizo aún más palpable al leer su honestidad cruda y vulnerable.
*Feliz cumpleaños,* comenzaba la carta, y esa simple frase, escrita con su letra inconfundible, ya era un nudo en mi garganta.
*Tengo tantas cosas que decir que no sé por dónde empezar. Han pasado unos meses desde que terminamos, y quiero que sepas que me dolió, me dolió dejarte, pero me dolió más tu traición, la traición a nuestras promesas de un futuro juntos, nuestras promesas de lealtad.*
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Sus palabras eran un eco de mis propios remordimientos, pero dichas con la fuerza de quien había sido herida profundamente.
*Me dolió ver cómo poco a poco te fuiste alejando de mí, cómo en las pocas veces que nos podíamos ver ponías excusas para no asistir. Me dolía escuchar en los pasillos sobre ti con otras chicas, pero me negaba a aceptarlo porque no te quería perder. Eres mi primer amor, mi primera ilusión, y ambos sabemos la conexión que teníamos, todo lo que pasamos para poder estar juntos, por eso me dolió tanto.*
Cerré los ojos por un instante, la imagen de su rostro triste grabada en mi memoria. Cada una de sus palabras era un recordatorio de mi estupidez, de la joya que había tenido en mis manos y que había dejado escapar por mi propia vanidad e inseguridad. La осознание de la magnitud de mi pérdida me abrumó.
Abrí los ojos y continué leyendo, sintiendo una punzada de esperanza mezclada con una profunda vergüenza.
*Aun así, no puedo negar que he notado tu cambio. Sé que terminaste con cada una de las chicas con las que me engañaste y sé que desde hace meses no te acercas a ninguna otra mujer, y sé por qué lo haces.*
Una punzada de alivio me recorrió. Ella lo había notado. Mis esfuerzos, aunque torpes e insuficientes, no habían pasado desapercibidos.
*También volviste a recordar y a tener conmigo esos pequeños detalles que me encantaban de ti, esas cartas recordando nuestras anécdotas, los dulces que me gustaban, las flores... porque yo me enamoré de mi chico tierno, detallista y real, sobre todo real en mi mundo que es tan falso, lleno de apariencias. Tú eras real conmigo.*
Un calor se extendió por mi pecho. Ella recordaba esas cosas. Recordaba al chico que yo era antes de mi estúpida deriva.
*Recuerdo nuestras primeras citas a escondidas, las risas nerviosas, los planes que hacíamos para un futuro que parecía tan lejano pero tan nuestro. Recuerdo cómo me defendías de las críticas de los demás, cómo entendías mis silencios y cómo celebrabas mis pequeños triunfos. Eras mi refugio, mi confidente, mi ancla en medio de la tormenta.*
Las lágrimas comenzaron a empañar mi vista. Sus palabras eran un espejo de lo que habíamos construido juntos, de lo que yo, con mi idiotez, había puesto en riesgo.
*Y aunque la herida aún duele, aunque todavía hay días en que la rabia y la tristeza me invaden, no puedo negar que una parte de mí siempre te amara, Louie. Porque fuiste mi primer amor, y eso... eso nunca se olvida.*
Mi corazón latía con fuerza, aferrándose a cada una de sus palabras. ¿Había una posibilidad? ¿Podría haber un futuro para nosotros después de todo?
*He pensado mucho en todo este tiempo. En lo que fuimos, en lo que perdimos, y en lo que quizás... podríamos volver a ser. No será fácil, Louie. La confianza se rompe como el cristal y cuesta mucho, muchísimo volver a unir los pedazos. Pero... estoy dispuesta a intentarlo. Estoy dispuesta a ver si ese chico tierno y real del que me enamoré sigue ahí, debajo de todas esas inseguridades y errores.*
Una oleada de esperanza me inundó, tan intensa que casi me hizo tambalear. ¿Estaba diciendo...?
*Quiero que sepas, que recuerdo nuestra promesa, encontrar la manera de regresar siempre al otro, de luchar pero siempre juntos, y por esa promesa, por mi amor por ti, y por el cambio que eh notado, te perdono Louie*
Un torrente de emociones me invadió. Alivio, incredulidad, una inmensa gratitud y, sobre todo, una renovada esperanza. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente se derramaron, resbalando por mis mejillas mientras releía la última frase una y otra vez, como si necesitara la confirmación visual de esas dos palabras tan poderosas.
*Te perdono.*
No podía creerlo. Después de todo el daño que le había causado, de mi traición, de mi estupidez, ella... me perdonaba. Era un regalo inmerecido, una segunda oportunidad que no creía merecer.
La carta continuaba, aunque mis ojos nublados por las lágrimas dificultaban la lectura.
*Pero este perdón no borra lo que pasó, Louie. No significa que todo volverá a ser como antes de la noche a la mañana. La confianza se reconstruye con tiempo, con acciones sinceras y constantes. Tendrás que seguirme demostrando con hechos que has cambiado de verdad, que ese chico del que me enamoré sigue ahí y que esta vez, vas a luchar por nosotros de la manera correcta.*
Sus palabras eran un recordatorio claro de que el camino hacia la reconciliación sería largo y arduo. El perdón era el primer paso, pero la reconstrucción de la confianza requeriría tiempo, paciencia y un esfuerzo genuino de mi parte.
*Estoy dispuesta a intentarlo, Louie. Estoy dispuesta a darte una oportunidad para demostrarme que has aprendido de tus errores. Pero también necesito que sepas que no voy a tolerar más engaños ni más juegos. Si volvemos a intentarlo, será con honestidad y respeto mutuo. ¿Estás dispuesto a eso?*
La pregunta final resonó en mi mente con una claridad meridiana. ¿Estaba dispuesto? Más que dispuesto. Estaba desesperado por tener otra oportunidad, por demostrarle que había aprendido mi lección, que ella era lo más importante en mi vida y que haría lo que fuera necesario para recuperar su amor y su confianza.
Tomé una respiración profunda, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano. La carta de Josephine era un faro de esperanza, una luz que me guiaba hacia un futuro que creía perdido. Y estaba dispuesto a seguir esa luz, sin importar los obstáculos que encontrara en el camino.
Tomé mi teléfono, mis dedos temblaban ligeramente mientras buscaba su contacto. Dudé por un instante, repasando mentalmente las palabras que quería decirle. No quería arruinar este momento con torpezas o promesas vacías.
Finalmente, pulsé el botón de llamar y esperé, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, a escuchar su voz al otro lado de la línea. La oportunidad de enmendar mis errores había llegado. Y no pensaba desperdiciarla.
"Josie," logré decir, mi voz ligeramente ronca por la emoción. "Recibí tu carta. Gracias."
Un breve silencio se extendió entre nosotros, un espacio cargado de la historia compartida y el incierto futuro que ahora se abría ante nosotros.
"¿Y bien?" preguntó ella finalmente, su tono expectante.
Tomé una respiración profunda, tratando de ordenar mis pensamientos y encontrar las palabras adecuadas. "Estoy dispuesto, Josephine. Más que dispuesto. Sé que la cagué, sé que te lastimé profundamente, y lo siento más de lo que puedo expresar. Pero te amo. Te amo de verdad, y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para recuperar tu confianza. Te demostraré con mis acciones que he cambiado, que ese chico tierno y real del que te enamoraste sigue aquí. Dame una oportunidad, Josie. Por favor."
Hubo otro silencio, más largo y tenso que el anterior. Podía escuchar su respiración agitada al otro lado de la línea.
"Necesito verte, Louie," dijo finalmente, su voz apenas un susurro. "Necesito ver en tus ojos si lo que dices es verdad."
Mi corazón dio un vuelco. Era una oportunidad. La oportunidad que tanto había anhelado.
"No sé cómo, pero me voy a colar en tu mansión," dije con una determinación repentina, recordando un recuerdo precioso. "Tal como hice hace dos años, ¿recuerdas? Cuando pasamos esa semana juntos, a escondidas de tus padres."
Un pequeño suspiro, cargado de sorpresa y quizás una sombra de una vieja sonrisa, se escuchó al otro lado de la línea. "Louie..."
"Estaré ahí," interrumpí con firmeza. "Esta noche. Espérame."
Colgué antes de que pudiera responder, mi corazón latiendo con una mezcla de audacia y nerviosismo. Era arriesgado, quizás incluso estúpido, pero la necesidad de verla, de demostrarle la sinceridad de mis palabras cara a cara, era demasiado fuerte como para ignorarla. La historia que compartíamos, esos momentos robados en su mansión, era un lazo poderoso, un recordatorio de la conexión genuina que habíamos tenido. Y estaba dispuesto a arriesgarlo todo para reavivar esa llama.