—Muerte.
Eso era algo que compartía con ellos. Un estado natural que eventualmente sucedería y que nadie podría evitar. Algo inevitable. Aunque, para todos los que estaban ese día en la iglesia, parecía una injusticia.
***
Todo a mi alrededor se hallaba en completo silencio. O al menos eso creía. No podía ver, sentir ni escuchar nada, pero de alguna manera aun me mantenía consiente. Consiente de mi propia inexistencia.
Estaba confundido, nuevamente lo intente. La idea de mover mis manos estaba hay, pero al mismo tiempo no, era cuan dómenos curioso.
Finalmente, logre abrir lentamente mis ojos.
Recuperando poco a poco mi adormilada conciencia. Fue cuando un distintivo brillo amarillento se filtro atravez de mi vista, acompañado por el inconfundible sonido de astas de madera siendo consumidas por el fuego.
Mi cabeza latía con dolor, recordándome vívidamente aquel golpe que me había dejado inconsciente, además de aquellos siniestros ojos negros.
Lleve una de mis manos sobre mi cuello, masajeándolo delicadamente. Fue entonces cuando me percate del donde me encontraba. Estaba sentado sobre un largo sofá de cuero rojiso. Era sencillo, un poco desgastado por los años. O quizá eso sería decir demasiado... o muy poco.
— Cras- Cris- Cras —
El crepitar del fuego de la chimenea frente a mi me hizo reaccionar, sacándome de mis pensamiento. Lo ultimo que tenia en mente era aquel golpe, nada mas.
Mire de forma deliberada a mi alrededor, intentando captar cada detalle presente, las paredes de la habitación parecían estar echas de madera en su mayoría, cubiertas por un fino papel tapiz de color crema, con patrones de rosas carmesí, exhibidos sobre estas habían algunos cuadros con viejas fotografías en blanco y negro.
Frente a donde me encontraba una prominente chimenea se hallaba, pero había algo extraño. Pues no podía sentir su calor, como si aquellas brasas en su interior fueran solo una falsa imitación de lo que deberían ser.
"Oh, por fin despertaste". Un suave murmullo casi melódico me sobresalto. Era la voz de una mujer, delicada, dulce incluso. Casi como si fuera de otro mundo. No se parecía a la de la mujer con la que me había topado en el bosque al menos no con la que había mediado palabra.
Observe a mis costados en busca del origen de aquella voz. Pero no había nada, fue cuando mire un lugar al otro lado de la habitación. Exhibidos sobre la pared se podían apreciar lo que me parecían ser trofeos de caza, en su mayoría ciervos de distintos pelajes. Hermosas, eran una muestra de dedicación y habilidad.
Y al mismo tiempo una señal de advertencia para mi.
"Tranquilo, todo va estar bien querido".
Sentada debajo de aquellos trofeos había una extraña figura, erguida con gracia sobre un gran sillón violeta. Observando. Al igual que yo a ella. Vestía un largo vestido purpura que parecía complementarse con la decoración de la habitación, la tela parecía cobrar vida con el simple pero vistoso relieve de color negro, el cual formaba patrones alrededor de todo el vestido.
Alrededor de sus extremidades y su torso podía admirar lo que supuse que eran grilletes, con extraños garabatos en un leguaje que desconocía por completo.
A pesar de que nos encontráramos en una habitación cerrada "ella" llevaba puesto un distinguido sombrero de copa, el ala del sombrero era largo. Adornado con plumas grises y un pequeño arreglo florar en su costado.
Al mirarla con mayor atención, me di cuenta de algo. Su rostro no existía, no tenia. Era lizo, como el de un maniquí esa cosa era un maniquí, estaba confundido. Justo cuando pude percatarme que esta se había levantado y caminado hacia mi por puro instinto me puse de pie y comencé a retroceder lentamente. Por cada paso que daba hacia atrás, el maniquí avanzaba dos.
"No tengas miedo querido". Hablo el maniquí con una suave voz serena cargada de curiosidad. Alzo una de sus manos y realizo un pequeño ademan con desdén.
"Podrías decirme que hacías en el bosque. Deberías de saber que es muy peligroso entrar sin compañía, o al menos con algo con lo que protegerte".
Que estaba pasando.
Aun no podía procesar lo que estaba frente a mi. El tiempo estaba pasando y yo aun me mantenía frente aquella dama sin rostro, la cual parecía estar diseccionarme con la mirada. No parecía querer hacerme algo de ninguna manera, pero ver un maniquí, algo usualmente inerte moverse de tal manera era inquietante.
Mas que aquella mujer en el bosque y ese raro tronco con rostros humanos. Lleve ambas manos a mi rostro, intentando ocultarme del agotamiento mental que estaba comenzando a cobrarme factura, solo quería descansar y volver a casa.
Donde sea que fuera eso.
Podría escucharla hablar, pero no le estaba prestando atención. Descubrí mi rostro lentamente, ella dijo unas cuantas palabras mas, sin embargo, me daba la ligera idea de que se encontraba ablando mas con sigo misma, que con migo. Se dio un par de palmaditas en su rostro de porcelana suspirando de alguna manera, murmurando algo en lo que parecía otro idioma.
"Bien, disculpa por eso. Hace años que no contábamos con un invitado". Dijo alegremente, a cómodo su sombrero y comenzó a caminar hasta una pequeña mesita en la que se hallaba una singular campana de mano chapada en plata.
"Debes de tener muchas preguntas, no? Pero primero, te parece si comemos un pequeño aperitivo". Tomo la campana y comenzó a agitarla tranquilamente, como si de un abanico se tratara.
"Claro, si es que puedes comer jaja, algo en particular que se te antoje querido?". Termino de hablar retrayendo su mano hasta la altura de su cuello, como si fuera un gato. Dejando la campana en su lugar, volteando y centrando toda su atención sobre mi.
Mirándome expectante mente ladeando levemente la cabeza y entrelazando sus dedos al final. Que se supone que debía hacer en este momento. Tenia que irme de este lugar, mire a un costado mío, una gran puerta de roble oscuro.
"HE... E-e tengo que ir al baño, espero no le moleste". Hable rápidamente y a paso veloz tome la manija con fuerza, girándola y abriendo la puerta con simpleza.
Escuche como me dijo que esperara pero no tenia la intención de hacerle caso.
Del otro lado de la puerta se hallaba una extraña silueta, un ser de penumbra que permanecía estático frente a mi. Era alto, mas que yo. Una apariencia delgada que parecía rosar con lo enfermizo, contuve el aliento por la sorpresa, intentando cerrar la puerta.
Fue cuando la sombra avanzo hacia mi convirtiéndose en nada mas que polvo. Humo, que paso atravez de mi, como si de un fantasma atravesando una pared se tratara.
Agudo, constante y profundo, ese era el dolor que recorría mi cuerpo. Un nudo en mi garganta que me impedía respirar, sentía que por mas que intentara el aire se escapara aun mas de mis pulmones, exhale con fuerza, pero no podía respirar.
Solo podía correr.