capitulo 3: choque de voluntad

La tarde caía sobre el campo de entrenamiento, tiñendo el cielo con destellos dorados cuando Levi dio inicio al primer entrenamiento oficial.

—Nakashi, al centro de la arena —ordenó con voz firme.

El joven prodigio de los Shirojū avanzó con paso seguro. Su rostro mostraba serenidad, pero en sus ojos brillaba una determinación inquebrantable.

Levi observó a los presentes y, tras unos segundos, levantó el brazo y apuntó con el dedo a alguien entre la multitud.

—Tú. Serás quien lo enfrente… chico nuevo.

Hiro parpadeó, confundido.

—¿Yo? —murmuró, más para sí que para los demás.

Con una mezcla de nerviosismo e incredulidad, Hiro asintió y dio un paso al frente. Caminó hacia la arena mientras sentía las miradas clavadas en él como dagas. Su corazón latía con fuerza, pero sus pies no temblaban.

—¡¿Qué?! ¡El chico nuevo va a pelear contra Nakashi! ¡Esto es una locura! —gritó Frost Fuyuki, casi saltando de la emoción.

Desde lejos, Bell Strom observaba con su habitual sonrisa ladeada.

-veamos de que estas hecho-murmuró con tono divertido.

Levi entregó a cada uno una espada de madera. El peso era el justo, el mango rugoso en la palma, la tensión palpable.

—Será un duelo de esgrima. A tres puntos. Golpe limpio, punto ganado. El primero en llegar a tres, gana.

Se hizo el silencio.

—¡Comiencen!

Nakashi se movió como un rayo. Su primer ataque fue un tajo horizontal directo al costado de Hiro, buscando medirlo. Pero para sorpresa de todos, Hiro reaccionó a tiempo. Bloqueó el golpe con un giro de muñeca y empujó con fuerza, generando una breve separación.

—No está mal —murmuró Nakashi.

Hiro intentó un contraataque, una estocada al hombro, pero Nakashi se deslizó hacia un lado con agilidad felina. Su espada giró y golpeó el pecho de Hiro con fuerza, enviándolo al suelo con un golpe seco.

—¡Primer punto para Nakashi! —anunció Levi.

Hiro respiró hondo y se incorporó de inmediato. Su mirada ya no mostraba duda, sino concentración.

El segundo asalto comenzó con Hiro lanzando una serie de golpes rápidos, cada uno más preciso que el anterior. El eco de las espadas chocando resonaba por toda la arena. Nakashi se mantenía firme, bloqueando cada intento con gracia casi coreográfica.

Pero entonces, Hiro amagó un ataque directo y giró sobre su eje, esquivando una contra de Nakashi. Con la guardia abierta, Hiro golpeó el costado del estómago de su oponente con firmeza.

—¡Punto para Hiro! ¡Empate! —exclamó Levi, sorprendido.

—¿¡Qué fue eso!? —dijo Nakashi, desconcertado, retrocediendo un paso.

—¡Lo lograste! ¡El chico nuevo igualó a Nakashi! —Frost ya estaba grabando la pelea con su celular, incapaz de contener su emoción.

—¿En serio? ¿Estás grabando esto? —protestó Alice, cruzándose de brazos.

—¡Obvio! ¡Esto es historia! —respondió Frost con una sonrisa de oreja a oreja.

Ambos combatientes respiraban agitados. Hiro comenzaba a leer el ritmo de Nakashi, esquivando y atacando con cada vez más precisión. El sudor corría por sus frentes, pero ninguno bajaba la guardia. Era como si cada golpe encerrara más que solo entrenamiento: era un choque de orgullo, de destinos cruzados.

Las espadas colisionaban con tal fuerza que se escuchaban crujidos por todo el lugar.

Y entonces ocurrió.

En medio del intercambio, Nakashi cometió un error: bajó la guardia por una fracción de segundo.

Hiro no lo dudó.

Con un paso firme y rápido, esquivó un tajo, giró sobre sí mismo y lanzó un golpe ascendente directo al rostro de Nakashi.

El impacto fue brutal. La espada de madera chocó con la nariz de Nakashi, haciéndolo retroceder mientras un hilo de sangre comenzaba a bajar por su rostro.

El silencio se apoderó del campo. Incluso Frost dejó de grabar por un segundo.

Nakashi se cubrió la cara, atónito, mientras Hiro soltaba su espada al suelo.

—¡Lo siento! ¡No fue mi intención! —dijo Hiro, dando un paso atrás.

Levi se acercó con calma y levantó la mano de Hiro.

—¡Punto doble! ¡Victoria para Hiro!

Los murmullos comenzaron de inmediato. Algunos no podían creer lo que acababan de ver.

Nakashi, sin decir una palabra, se limpió la sangre y se alejó de la arena, el rostro oculto bajo una sombra de orgullo herido.

Hiro se quedó quieto, paralizado por la culpa, sin saber si debía celebrar o disculparse otra vez.

La luz del atardecer bañaba el campo, tiñendo de rojo la tierra y los rostros. El entrenamiento había terminado, pero algo había cambiado.

Ese día, Hiro dejó de ser simplemente "el chico nuevo".

Mientras los demás se retiraban del campo de entrenamiento, Hiro caminaba solo, con la espada aún colgando en su espalda como si pesara una tonelada. La victoria sabía amarga.

Desde una esquina, Frost Fuyuki lo observaba con atención. Con una sonrisa energética en el rostro, corrió hacia él y le lanzó un abrazo a medias, palmeándole la espalda con entusiasmo.

—¡Oye, chico nuevo! ¡Eso estuvo increíble! ¡Le ganaste a Nakashi! —dijo, como si no acabara de presenciar algo imposible.

Hiro esbozó una sonrisa tenue.

—Gracias... supongo.

—¡Vamos, no te pongas así! ¡Fue una gran pelea! Mira esto...

Frost sacó su celular y reprodujo el video: el momento exacto donde Hiro esquiva, gira y le lanza el golpe final a Nakashi, con la cámara temblando de emoción.

Hiro observó la pantalla sin reacción, sus ojos fijos pero apagados.

Entonces se apartó, empujando suavemente a Frost.

—Ya vi suficiente.

—¡Oye! ¡No te enojes! ¡Fue una gran pelea, de verdad! —exclamó Frost, desconcertado mientras Hiro se alejaba.

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La noche cayó sobre Neverland con una calma silenciosa. En el comedor, todos los alumnos estaban reunidos, conversando y cenando como cada noche… todos menos Nakashi.

Hiro no tocó su comida. Su plato seguía intacto frente a él, y su mirada estaba fija en la nada. Una mezcla de culpa y confusión lo envolvía como un manto oscuro.

Desde la otra esquina de la mesa, Alice Strone lo observaba fijamente. No dijo nada, pero sus ojos lo seguían, leyendo más de lo que Hiro quería mostrar.

Cuando la cena terminó, Hiro fue el primero en levantarse. Subió a su habitación y se dejó caer en la cama sin siquiera quitarse los zapatos. Su mirada se perdió en el techo por horas, repasando mentalmente el combate una y otra vez.

Y entonces… toc, toc.

Un sonido suave en la ventana rompió el silencio.

Hiro se incorporó, curioso. Se acercó, y al asomarse, vio a Alice afuera, de pie en el tejado, con su largo cabello ondeando bajo la brisa nocturna.

—¿Qué haces… en el techo? —preguntó Hiro, entre desconcertado y curioso.

—Ven. Quiero mostrarte algo —dijo Alice con una sonrisa tranquila.

Sin pensarlo mucho, Hiro trepó por la ventana y se unió a ella. La superficie del techo era fría, pero el cielo estaba despejado y la luna llena brillaba con fuerza sobre Neverland.

Alice estaba sentada en el centro, mirando fijamente al cielo.

—¿Y bien? ¿Qué querías mostrarme?

Sin apartar la vista de la luna, Alice habló con suavidad.

—¿No te parece hermosa la luna esta noche?

Hiro alzó la mirada y se quedó observando por un momento. La luna, redonda y brillante, parecía más cercana que nunca.

—Sí… es hermosa. Pero aún no entiendo el motivo de todo esto.

Alice se volvió hacia él, aún con una sonrisa serena.

—Hoy te vi muy desanimado, Hiro. No es solo por ganar. No te sentiste bien al hacerlo, ¿verdad?

Hiro bajó la mirada, apretando los puños sobre las tejas.

—La verdad... creo que me pasé. No quise humillarlo frente a todos. Fue demasiado.

—No lo hiciste —dijo Alice, colocándole una mano suave en el hombro—. Fue una pelea justa. Aunque... bueno, le rompiste la nariz —agregó, intentando aligerar el ambiente con una sonrisa ladeada—. Pero Nakashi no lo tomará personal.

—¿Y entonces por qué no apareció en la cena? —preguntó Hiro, con una mezcla de culpa y duda.

—¿Eso? Nakashi es así. Casi nunca aparece en la cena —respondió Alice, encogiéndose de hombros—. Le gusta comer solo. O a veces ni eso. Él tiene sus manías.

Hiro soltó un suspiro de alivio, aunque la preocupación aún no desaparecía del todo.

Alice lo miró por un segundo y luego volvió a dirigir la vista al cielo.

—No todos aquí tienen las mismas razones para volverse fuertes. Algunos luchan por orgullo, otros por legado… y algunos simplemente porque no tienen otra opción. Tú... tú peleaste con el corazón.

—¿Y tú? —preguntó Hiro, intrigado.

Alice sonrió sin responder. Solo se recostó sobre el techo y cerró los ojos, dejando que el viento jugara con su cabello.

Hiro se recostó a su lado. Y por unos minutos, solo el silencio, la luna y el cielo estrellado los acompañaron.

Esa noche, por primera vez, Hiro sintió que estaba en el lugar correcto.

Mientras tanto, en las oficinas de la mansión...

Bell Strom se encontraba de pie junto a su escritorio, con el teléfono en una mano y la mirada fija en el ventanal que daba al jardín interior. La noche estaba despejada, y la luz de la luna bañaba la estancia con un brillo frío y plateado.

—Así es... —decía Bell con una sonrisa leve—. El entrenamiento de hoy fue asombroso. Creo que tiene un potencial enorme.

La voz al otro lado de la línea era firme, aunque ininteligible desde fuera. Bell asintió ligeramente mientras escuchaba.

—Sí, la verdad es que es idéntico a él… Me trae muchos recuerdos —añadió, con una expresión nostálgica en el rostro—. Pero bueno, hablaremos después.

Colgó la llamada con tranquilidad, dejando el celular sobre el escritorio con cuidado. Luego se acercó a la ventana, cruzando los brazos mientras observaba el reflejo de la luna en el vidrio.

El silencio de la habitación fue roto por una voz grave y calmada que emergió desde la oscuridad del rincón más sombrío del despacho.

—A veces no dejas de sorprenderme...

Bell no se sobresaltó. Solo giró la cabeza un poco.

—¿Estuviste escuchando mi llamada?

De entre las sombras emergió un hombre alto, de presencia imponente. Vestía un traje negro perfectamente ajustado, y sus ojos rojos brillaban con intensidad sobrenatural. Su elegancia solo era opacada por el aura de amenaza que lo rodeaba.

—Vi al chico... al muchacho. La verdad, no pensé que siguiera con vida —dijo el hombre, avanzando lentamente.

Bell frunció levemente el ceño.

—¿A qué viene ese comentario?

—Solo digo... por todo lo que tuvo que pasar, por lo que vivió. —El desconocido sonrió con cinismo—. Sobrevivir a eso… es raro.

Bell bajó un poco la mirada y asintió.

—La verdad, es un chico fuerte.

El visitante se acercó unos pasos más, hasta quedar frente a Bell.

—¿Y tú? —preguntó con un dejo de reproche en la voz—. ¿Aún sigues alineado con los Forger, después de toda la mierda que te hicieron pasar?

Bell lo miró con firmeza, luego regresó a su silla y se sentó, cruzando una pierna sobre la otra con tranquilidad.

—Eso quedó en el pasado. Además… sabes bien que, gracias a uno de ellos, soy quien soy hoy.

El hombre rió por lo bajo, una risa seca, condescendiente. Luego desvió la mirada hacia la ventana.

—Hoy la luna está hermosa —murmuró, antes de desvanecerse lentamente en las sombras, como si nunca hubiera estado allí.

Bell permaneció unos segundos en silencio. Luego, con una media sonrisa, repitió en voz baja:

—Sí… muy hermosa, en verdad.

Fin del capítulo.