capitulo 8

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Capítulo 8: 6 de septiembre de 2012

No me hizo falta despertador. Abrí los ojos unos minutos antes de que amaneciera, todavía con la luz tenue colándose entre los postigos. El cuerpo me dolía, no por el cansancio, sino por el entrenamiento del día anterior. Músculos tensos, pero en buena forma. Me sentía más fuerte, más ágil. El trabajo comenzaba a notarse.

Bajé al baño compartido, aún vacío a esa hora. Me lavé la cara con agua fría y me observé en el espejo. La mandíbula más marcada. Las ojeras se mantenían, pero ya no eran tan oscuras. Incluso el cabello parecía más brillante desde que usaba aquel shampoo robado del armario del encargado. Sonreí. Estaba dejando de parecer un crío.

Me vestí con el conjunto del NK Adriatic. No era oficial, pero los entrenadores nos habían dejado un juego de entrenamiento para quienes estaban en la etapa de seguimiento. Una camiseta azul con el escudo del club bordado, pantalones cortos y medias blancas. Me ponía esos colores con una seriedad religiosa.

Salí hacia el campo caminando. El sol recién asomaba por el horizonte, tiñendo Split de tonos dorados. El aire era fresco, con olor a mar. Llegué a la cancha veinte minutos antes del inicio oficial. Algunos chicos ya estaban calentando.

Los saludé con un gesto de cabeza. La mayoría ahora me reconocía, aunque seguía siendo el que menos hablaba. No me importaba. Prefería demostrar con el balón.

El entrenamiento comenzó con ejercicios físicos: carrera continua, cambios de ritmo, saltos y circuitos de agilidad. Mi cuerpo respondía mejor que hace una semana. Notaba cómo los músculos se adaptaban, cómo los pulmones dolían menos. El entrenador, siempre atento, me observó con disimulo. Lo sentía.

Luego pasamos a rondos, trabajo de control y pase. Me tocó con el chico rubio que jugaba de lateral derecho —Toni, según escuché— y otros tres mediocampistas. Me esforzaba por moverme rápido, ofrecer líneas de pase, presionar con inteligencia. Toni me lanzó una sonrisa después de una recuperación limpia.

—Estás más rápido que ayer —comentó mientras dábamos vueltas al campo para recuperar.

—Dormí bien.

—Y entrenás mejor. Eso ayuda.

—No vine a pasear —respondí, seco pero no hostil.

El entrenamiento siguió con trabajo específico por posiciones. Los delanteros nos separamos en un grupo reducido. Trabajamos definición dentro del área, desmarques cortos, giros con control orientado. Me sentía cómodo. Jugaba por la izquierda, perfil natural. En una secuencia, recibí un pase cruzado, lo controlé de primera con el muslo y definí cruzado, fuerte, al segundo palo. Gol limpio.

El asistente que dirigía esa parte silbó con aprobación.

—¡Eso es! ¡Otra vez, Vuković!

Repetí el movimiento dos veces más, cambiando la dirección. Un disparo al primer palo, otro con el interior para picarla. El balón entró suave, casi sin esfuerzo.

Terminamos con una práctica táctica: medio campo, 7 contra 7, con apoyos externos. Me ubicaron como extremo izquierdo, pero con libertad para cerrar hacia el centro. Justo como me gustaba. No necesitaba pensar demasiado: los movimientos me salían naturales. Una diagonal al espacio, un pase filtrado, y llegué solo ante el portero. Amagué con el cuerpo y definí con la zurda, raso.

—¡Gol de Luka! —gritó Toni desde atrás. Algunos aplaudieron.

Por primera vez, levanté la vista con cierto orgullo.

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Al terminar el entrenamiento, nos dieron una charla corta en la sombra de la grada. El entrenador principal nos habló sobre actitud, respeto, y constancia. Pocas palabras, pero claras. Nos recordó que aún no éramos parte oficial del equipo. Que se seguían evaluando perfiles y que cada día contaba.

Nos despidieron antes del mediodía. Caminé de regreso al orfanato con la camiseta aún empapada de sudor, pero sin una pizca de cansancio emocional. Me sentía pleno.

Al llegar, pasé directo a la ducha. Agua fría, como siempre. Después me vestí con ropa cómoda, revisé que nadie estuviera en la sala común y me senté frente al viejo televisor con reproductor de DVD. Inserté un disco que me había prestado un chico mayor del orfanato: un recopilatorio de goles de la Champions League entre 2005 y 2011.

Cristiano Ronaldo, Messi, Henry, Kaká… pero sobre todo Cristiano. Observaba sus movimientos con atención. Los giros, los amagues, los desmarques. Lo conocía bien. Era mi ídolo desde antes de llegar a este mundo. Sabía cómo jugaba en 2012, pero igual estudiaba cada detalle, como si fuera nuevo. Porque siempre se puede aprender algo más.

A la tarde, cuando ya había almorzado y descansado un poco, subí a mi habitación. Me tumbé en la cama con mi viejo reproductor MP3. No tenía muchos temas, pero entre ellos estaba uno de Lana Jurčević. "Kopija", una de las que más sonaban ese año.

Cerré los ojos y dejé que su voz llenara el espacio. Sabía que en unos años ella se volvería aún más famosa. Quizá la conocería en persona. Quizá más que eso. Pero no quería correr. Todo debía llegar en su momento.

También abrí el navegador del ordenador del orfanato. Revisé por curiosidad algunos canales de televisión croata. Vi un fragmento de un programa donde una reportera joven —no recordaba su nombre aún— entrevistaba a deportistas en la costa. Lo dejé de fondo mientras repasaba mentalmente los ejercicios del día. Tal vez en unos años ella también apareciera en mi vida.

Antes de que anocheciera, bajé al patio trasero. Nadie lo usaba a esa hora. Con una pelota desgastada que me había apropiado sin permiso, me puse a practicar tiros contra una pared. Izquierda. Derecha. Control y disparo. Sin parar.

El sonido del balón rebotando era música para mí.

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A la noche, Marko me miró raro cuando volví todo sudado y feliz. Me preguntó si estaba loco.

—Un poco, sí —respondí, sin dejar de sonreír.

Me metí a la cama temprano. El cuerpo dolía, pero el alma flotaba.

Y mientras me acomodaba bajo las mantas, pensé en todo lo que venía. En los entrenamientos. En los partidos. En Split. En Madrid.

Pero también en las mujeres que veía de reojo en la tele, en las canciones que me hacían compañía, en lo que se iría tejiendo con el tiempo. Sin prisas. Pero con intención.

No era un niño cualquiera. Ni un jugador más. Era Luka Vuković. Y estaba empezando a escribir mi historia.

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