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Capítulo 13: 12 de septiembre de 2012

El miércoles amaneció con una brisa fresca que entraba por la ventana del orfanato. Dormí bien, profundo, sin sobresaltos. Las sesiones físicas empezaban a hacer efecto, no solo en el cuerpo, sino también en mi mente. Me sentía centrado.

Después del desayuno, el trayecto hasta el club lo hicimos con más charla que de costumbre. Marko venía especialmente inquieto, y hablaba de una chica del colegio que lo tenía loco.

—Te juro que si le hago un gol en el amistoso, le pido que sea mi novia —dijo entre risas.

—Si no lo haces, igual pedís que repitan el partido —le respondí, riéndome también.

La confianza entre nosotros se había consolidado. Lo necesitaba. Tener a alguien cerca que hiciera que todo no pareciera tan mecánico.

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La práctica arrancó fuerte. El técnico organizó ejercicios específicos por puestos. Me asignaron al grupo de delanteros y extremos. El trabajo fue técnico y exigente: definición rápida tras conducción, tiros de primera, desmarques al segundo palo. Me sentí cómodo, como si hubiera hecho eso toda la vida.

La zurda ya no era solo precisa. Ahora también tenía potencia. En uno de los ejercicios, el balón salió disparado tras un zurdazo cruzado que pegó en el ángulo. Ni el arquero, ni el entrenador, ni yo, dijimos nada. Solo se escuchó el impacto seco del cuero contra el metal. Sonreí.

El entrenador se me acercó en una pausa.

—Eso es lo que quiero ver. Pero también lo que vas a tener que hacer cuando alguien te marque pegado —me dijo.

Asentí. Sabía que no bastaba con tener técnica. Había que imponerla.

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Después del entrenamiento, nos reunieron a todos en la sala de video. El técnico encendió el proyector. Nos mostraría el esquema y el estilo del rival de Zadar. Me acomodé en una silla y presté atención. El video no era gran cosa, pero para mí, cualquier análisis de partidos era oro.

Noté que usaban una línea de 4 en defensa que se desordenaba fácilmente ante jugadores rápidos. Me imaginé entrando por izquierda, ganando la espalda al lateral, recortando hacia dentro. Lo había visualizado mil veces en mi vida anterior, pero ahora era tangible.

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Volvimos al orfanato con el cuerpo cansado pero la cabeza despierta. Me duché y comí ligero. Después, me encerré un rato en la habitación con la laptop. Abrí YouTube y busqué entrevistas.

Vi un programa corto en el que Sara Carbonero hablaba sobre cómo preparaba sus preguntas para los jugadores en los post-partido. La forma en que combinaba elegancia con inteligencia siempre me llamó la atención. Aún no era la estrella absoluta que sería en unos años, pero ya se notaba que tenía algo especial. Era otra pieza que, tarde o temprano, formaría parte de mi proyecto.

Luego pasé por Spotify y dejé sonar una lista croata. Sonó Lana Jurčević, esta vez con "Odlazis". Era una canción de desamor, pero la melodía tenía una fuerza que me atrapó. Lana tenía talento. Estaba convencido de que, en el futuro, estaría en escenarios mucho más grandes. Y quería acompañarla en ese ascenso.

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A las cinco salí a correr. Ya era parte de mi ritual. En vez de la playa, esta vez elegí una colina cercana, con vistas al mar. Subí y bajé durante media hora. Luego hice ejercicios explosivos en la cima: saltos, desplazamientos laterales, zancadas con peso corporal. El paisaje era hermoso, pero mi mente estaba en Madrid.

En ese instante, mientras me secaba el sudor con la camiseta, recordé una noche años más adelante, ya en la capital española, donde correría por las calles de la ciudad después de un partido de Champions. Esa visión me dio energía. Era un ancla a futuro.

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Al volver al orfanato, uno de los chicos del grupo menor se me acercó. Tendría 9 años.

—Luka, ¿jugás en la tele?

Me reí.

—Todavía no. Pero algún día vas a verme ahí.

El chico sonrió como si no tuviera dudas. Ni yo tampoco.

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Después de la cena, bajé un rato a la sala común. En la televisión pasaban un programa musical local. Había un dúo de chicas jóvenes que intentaban cantar un tema internacional. Uno de los cuidadores bufó:

—Nada como Gibonni en sus buenos años...

Me reí por dentro. En casa escuchaban eso todo el tiempo.

Ya en mi habitación, me tumbé con el móvil. Entré a Facebook. Era 2012, y aún era la red dominante. Busqué páginas de fútbol, videos virales de regates, clips de jugadores jóvenes. Me gustaba ver cómo la gente opinaba. También vi algunos comentarios sobre Luka Modrić, que acababa de llegar al Real Madrid hacía poco. Las opiniones estaban divididas.

«No saben lo que tienen», pensé. Lo va a romper.

Antes de dormir, puse una canción suave de Maya Kendrick —un tema indie que apenas tenía unas reproducciones en SoundCloud. En este tiempo, aún era una chica universitaria buscando su camino. Su voz tenía dulzura. Inocencia. Me dormí pensando en cómo todos estábamos en nuestros inicios, yo incluido.

Pero algunos sabíamos exactamente a dónde íbamos.

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