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Capítulo 15: del 13 al 20 de septiembre de 2012

Desde que comencé a entrenar con el equipo del NK Adriatic, cada día se convirtió en una repetición exigente y hermosa: clases por la mañana, comida rápida al mediodía, y luego fútbol hasta que el sol desaparecía tras los tejados de Split. El cuerpo se acostumbraba, pero el alma se encendía cada vez más.

El 13 de septiembre fue un jueves como cualquier otro. Bueno, casi.

Después del entrenamiento, el míster nos reunió cerca del banco de suplentes, con esa seriedad suya que siempre parecía estar un poco más allá del partido.

—Mañana vendrán a grabar un video institucional del club —dijo—. Unas tomas de entrenamiento, entrevistas a los entrenadores… y quizás a algunos jugadores.

Algunos se miraron emocionados. Otros intentaban disimular la ansiedad. Yo simplemente asentí, aunque una parte de mí se tensó. Siempre había sido más cómodo en las sombras, pero entendía que eso se acabó el día que decidí convertirme en el mejor.

Al día siguiente, el 14, aparecieron dos tipos con cámaras modestas, pero profesionales. Uno se centraba en planos generales, el otro grababa movimientos más cercanos. Me limité a hacer mi trabajo: presión, desmarques, diagonales y remates.

En una jugada de posesión ofensiva, recibí entre líneas, giré rápido y solté un zurdazo cruzado que se coló por la escuadra. Escuché un leve "Wow" que no vino de ninguno de mis compañeros.

El hombre con la cámara lo había dicho.

No me miró directamente, pero durante el resto del entrenamiento sentí su lente siguiéndome más que al resto. No supe por qué… pero algo me dijo que no era solo un camarógrafo.

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El fin de semana del 15 y 16 de septiembre, tuvimos descanso. Bueno, oficial. Yo no sabía lo que era eso.

El sábado temprano, bajé a la playa de Bačvice con un balón y corrí en la arena mojada durante más de una hora. Practiqué cambios de ritmo, saltos, remates al aire. Luego me senté en una roca con los botines en la mano, mirando el Adriático y escuchando algo de música croata en mi viejo móvil. Una canción de Lana Jurčević sonaba con esa energía que me cargaba el pecho, y sin darme cuenta, acabé buscándola en YouTube. Me encontré con un videoclip suyo, reciente, y pensé: Si algún día llego lejos… quiero conocerla en persona.

El domingo, entrené tiros en una cancha pública. Un grupo de niños se acercó a mirar. Uno de ellos, con acento extranjero, me preguntó si jugaba en algún equipo profesional. Le respondí con una sonrisa.

—Todavía no.

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La semana del 17 al 20 fue distinta.

Hubo una intensidad extra en los entrenamientos. Algunos chicos comentaban que un "representante" de un club importante había pasado a vernos. Nadie sabía de qué equipo. El míster no decía nada, pero se notaba más exigente conmigo. Más atento.

El martes 18, me hizo quedarme diez minutos extra después del entrenamiento para trabajar finalización. Le pregunté si había hecho algo mal.

—Al contrario —me respondió—. Quiero que cada vez que dispares, lo hagas como si fuera el minuto 90 de una final.

Me gustó esa frase. Me la repetí en la ducha, en el camino a casa, al acostarme.

El miércoles 19, antes de salir del vestuario, uno de los asistentes me palmeó el hombro.

—Hoy hay gente importante mirando. Sé tú mismo.

Y lo fui. Gol de volea tras centro desde la derecha, asistencia de taco en una contra, y una recuperación defensiva corriendo 30 metros hacia atrás.

El jueves 20, en la entrada del campo, vi al camarógrafo de la semana pasada hablando con el míster. Esta vez no traía la cámara. Llevaba una carpeta.

No se acercaron a mí. Ni siquiera me miraron. Pero cuando me fui del entrenamiento, los vi en la distancia, apuntando hacia el campo y luego hacia mí.

No sabía quién era ese hombre.

Pero algo dentro de mí ya lo presentía.

Estaba ocurriendo.

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