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Capítulo 18: Del 26 al 29 de septiembre de 2012
Miércoles 26 de septiembre de 2012.
El aire olía a césped húmedo y mar. Esa mezcla extraña que ya empezaba a identificar con casa. Aquel miércoles amanecí antes del alba, el cuerpo más despierto que mi mente. No sabía por qué, pero sentía que algo estaba a punto de cambiar. No algo inmenso, no todavía, pero sí una vibración en el aire. Como si la vida me estuviera preparando para una nueva prueba.
Tras un desayuno rápido —el mismo té diluido y pan que casi podía tostar con el sol de tanto repetirlo— me fui al campo. Aún no había nadie, así que aproveché para correr solo, sentir el silencio del lugar. La cancha vacía, con el rocío brillando sobre la hierba, me daba paz.
Cuando llegó el resto del equipo, me encontré con Jure y nos pusimos a entrenar juntos antes de la práctica formal. Enfrentarme a él me obligaba a dar lo mejor: rápido, ágil, siempre listo para anticiparse. Si lograba superarlo, era porque algo estaba haciendo bien.
Durante el entrenamiento oficial, noté algo curioso: ese asistente nuevo, el del cuaderno, volvió a aparecer. No hablaba con nadie, apenas se acercaba al cuerpo técnico. Pero cuando me tocó intervenir en los ejercicios, sus ojos me seguían como si fuera un experimento que debía evaluar. A cada pase, a cada regate, a cada gol en los reducidos… anotaba algo. No dije nada, solo lo registré.
Esa noche, en el orfanato, escribí en mi cuaderno: "Hay alguien que me observa. Y no como un rival. Como un futuro."
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Jueves 27 de septiembre de 2012.
A la mañana siguiente, decidí no ir directamente al campo. En su lugar, subí una colina cercana al orfanato desde donde podía ver el mar y el estadio del Hajduk a lo lejos. Llevaba mi cuaderno y una botella de agua. Me senté bajo un pino torcido por el viento y empecé a escribir. Frases sueltas, ideas, cosas que me decían los entrenadores o que escuchaba en los entrenamientos. Códigos tácticos, giros técnicos. Me obsesionaba con registrar todo.
Después bajé y entrené por mi cuenta. Esta vez con ejercicios de fuerza y coordinación. Utilicé las escaleras del orfanato para hacer series. El portero del centro me miró como si estuviera loco, pero no dijo nada. Por la tarde, en el entrenamiento, metí dos goles en el partido final. Uno tras una pared y otro con un disparo cruzado desde fuera del área.
El asistente volvió a estar ahí.
Lo vi apuntar algo más largo después de mi segundo gol.
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Viernes 28 de septiembre de 2012.
Esa mañana, Stipe nos reunió antes de empezar.
—Mañana hay partido amistoso. No es oficial, pero habrá ojos mirando. No quiero estrellas, quiero compromiso.
Miré a Jure. Me devolvió una sonrisa cómplice.
Durante el entrenamiento, me dediqué más a la parte táctica: cuándo presionar, cómo retrasar al lateral rival, cómo temporizar el pase cuando me doblaban. Empezaba a sentir que entendía mejor el juego. Como si cada semana me diera más claridad.
Esa tarde subí un video a YouTube. Nada del otro mundo: un montaje simple de mis regates en los entrenamientos. Música de fondo, cortes rápidos. Lo edité yo mismo con un programa viejo del orfanato. También lo compartí desde una cuenta de Twitter que acababa de crear: @LukaV_11. Nadie lo vería por ahora, pero lo hice igual. Como un paso hacia algo más grande.
Instagram y Twitch aún no. Pero ya estaban en la lista.
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Sábado 29 de septiembre de 2012.
Partido amistoso. Contra un equipo juvenil de una localidad vecina. Nada importante, pero en mi cabeza era una final.
En el vestuario, me até los botines con más fuerza de la necesaria. En el campo, me obligué a mantener la calma. Jugué como si estuviera en el Bernabéu. Golpeé, pasé, corté, tiré diagonales. Metí un gol de cabeza y di dos asistencias.
Y sí. El asistente estaba ahí. Esta vez, con alguien más a su lado. Un hombre de mediana edad, pelo oscuro y gafas de sol. No vestía ropa de entrenador. Más bien parecía… alguien importante.
Después del partido, los vi hablar brevemente mientras me hidrataba en la banda. El del cuaderno señaló hacia donde yo estaba. El otro simplemente asintió.
Ese fue el momento exacto en que supe que algo venía. Todavía no sabía qué. Pero estaba cerca.
Esa noche, volví al cuaderno. Escribí solo una línea:
"Estoy tocando la puerta."
Y ya no pienso soltar el pomo.
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