Por eso había tomado esa decisión.
Pero ahora, de pie frente a Raymond y su familia, la realización la golpeó como una ola estrellándose contra la orilla.
Debería haber acudido a él primero.
Debería haberlo discutido con él antes de tomar una decisión tan importante.
Pero no lo hizo.
Porque la ira había nublado su juicio.
Y ahora, tenía que enfrentar las consecuencias.
En ese momento sus dedos temblaron ligeramente, su corazón latía con fuerza mientras se obligaba a hablar.
—Lo siento —dijo finalmente, con una voz apenas audible—. Lo siento mucho, de verdad.
El padre de Raymond, que la había estado observando atentamente, finalmente habló, con voz tranquila pero firme.
—¿Qué está pasando? —preguntó, con mirada aguda, penetrante—. ¿Espero que no haya pasado nada en el trabajo?
Sus palabras enviaron una onda de tensión por toda la habitación.
Valentina sintió que se le cerraba la garganta, que se le oprimía el pecho.