CAPÍTULO 161

En ese momento la tensión en la habitación se hizo densa en cuanto los tres hombres entraron. Cada uno llevaba un maletín negro —idénticos, pulidos, y cargados de intención. No hablaron. Sus pasos resonaban suavemente en el suelo de mármol mientras se movían como un mecanismo de relojería.

Inmediatamente la sonrisa arrogante de Edward se desvaneció. Intercambió una mirada con Liam, cuyas cejas se juntaron en una mezcla de confusión y sospecha. Avery se tensó junto a ellos, con las manos fuertemente apretadas en su regazo.

Nadie se atrevió a hacer una pregunta. Entonces la puerta se abrió de nuevo, esta vez, el ambiente cambió.

El cuarto hombre entró —alto, joven, y perturbadoramente sereno. Su presencia no era ruidosa, pero exigía atención. Traje impecable, líneas limpias, un reloj costoso que brillaba bajo la suave iluminación. Sus ojos recorrieron la habitación con confianza casual, y cuando se posaron en Raymond, siguió un pequeño asentimiento.