—¿Qué crees que es? —gorjea Rebeca—. ¿Un niño o una niña?
La miro y sonrío radiante. No lo he pensado mucho porque sé que sin importar el género, amaré a este bebé con todo mi corazón.
—No lo sé —digo—. Creo que... tal vez un niño. Pero a veces tengo esta fuerte sensación de que es una niña.
—Bueno, no puedo esperar hasta que lo sepas. ¡Quiero empezar a comprar pequeños mamelucos y calcetines! ¡Oh! Y gorros! Ni me hagas empezar con los gorros —continúa divagando Rebeca.
Me río, el sonido ligero y airoso, lleno de una alegría que no pensé que volvería a sentir.
—Bueno, estaba pensando en mantenerlo como una sorpresa.
Rebeca jadea.
—¿Una sorpresa? ¿Hablas en serio, Sarah?
Asiento, todavía sonriendo.
—Hay algo hermoso en no saber. En conocerlos por primera vez y simplemente... saberlo.
Ella levanta las cejas.
—¿Pero cómo sabrás de qué color pintar la habitación del bebé?
Parpadeo. Oh Dios, la habitación del bebé. Necesito empezar a preparar una habitación para eso, ¿no?