Matthew
Me siento junto a la cama de hospital de Sarah, observando el constante subir y bajar de su pecho mientras duerme. Las máquinas emiten pitidos suaves, un recordatorio de que ella sigue aquí. Que tanto el bebé como ella están aquí, vivos.
Me arden los ojos por el agotamiento, pero no puedo obligarme a cerrarlos. Cada vez que lo hago, me la imagino cayendo, con el rostro pálido, esa mirada de puro terror en sus ojos. Escucho su voz, tan pequeña, diciéndome que estaba sangrando.
Cristo.
Pensé que iba a perderla.
Paso mi pulgar por el dorso de su mano, con cuidado de no molestar la vía intravenosa. Su piel está cálida ahora, no húmeda como cuando la llevé al coche. Nunca había tenido tanto miedo en toda mi vida.
Sarah se mueve en sueños, emitiendo un pequeño sonido. Me inclino hacia adelante, instantáneamente alerta, pero sus ojos permanecen cerrados. Un mechón de cabello ha caído sobre su rostro, y suavemente lo aparto, dejando que mis dedos se demoren contra su mejilla.