Su presencia robó el aire de la habitación. Se veía impresionante, como el calor y la luz del sol después de una larga tormenta.
Agustín se puso de pie, una ola de emoción cruzando sus facciones—alivio, anhelo, amor.
—Agustín —llamó Ana con alegría y corrió hacia él, su felicidad desbordándose. En el siguiente latido, se lanzó a sus brazos—. Papá está despierto —respiró, rebosante de alegría—. No puedo creerlo... estoy tan feliz.
Su abrazo calmó la tormenta dentro de él, su presencia aliviando los temores que momentos antes lo habían agarrado con tanta fuerza.
Agustín la envolvió fuertemente con sus brazos.
Ella se apartó ligeramente, lo suficiente para mirar a sus ojos.
—Le hablé de ti. Y prometí llevarte a conocerlo. Está realmente feliz, Agustín... Está ansioso por verte. Iremos a verlo después de nuestra luna de miel.
Sus palabras apenas tuvieron tiempo de asimilarse.
Agustín le sostuvo la nuca y se inclinó, aplastando sus labios contra los de ella.