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Capítulo 4 – Primer gol, primer impacto

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Capítulo 4 – Primer gol, primer impacto

El día había llegado. Tras semanas de preparación, no solo física, sino mental, mi cuerpo estaba listo. Era el 17 de enero de 2006, y el Estadio Luis Alfonso Giagni de Barrio Obrero se llenaba con la multitud que siempre asistía a ver a los equipos de reserva. Como siempre, los gritos de los hinchas se escuchaban a lo lejos, la rivalidad con Sol de América era palpable, incluso entre los equipos de reservas.

Para mí, ese partido significaba todo. No era solo el debut de un chico más en el segundo equipo de Cerro Porteño. Era el primer paso hacia algo más grande. Era mi oportunidad de mostrarle al mundo lo que podía hacer.

El calor del mediodía paraguayo no perdonaba, y el aroma a pasto recién cortado se impregnaba en el aire. Al salir al campo, miré a mi alrededor. A pesar de que no había la multitud que se veía en los partidos del primer equipo, la pequeña tribuna llena de familiares y algunos curiosos me dio un toque de nervios que rápidamente controlé. El sol picaba y las piernas parecían más pesadas de lo habitual, pero mi mente estaba en blanco. Solo existía el balón, el espacio en el que me encontraba y el sueño que llevaba años cultivando.

—¡Vamos, Matí! —me gritó Roque desde el centro del campo, con esa voz que siempre lograba calmarme. Tenía el balón en los pies, y el árbitro ya estaba por dar el pitazo inicial.

La primera mitad pasó rápido. A pesar de que no anotamos, el equipo mostraba mucha calidad. Yo, en particular, estaba tratando de encontrar mi lugar en el campo. Mi ambidestreza me había permitido manejar el balón tanto con la izquierda como con la derecha sin pensar demasiado, y las jugadas fluían con naturalidad. Pero faltaba algo: el gol, la definición. No podía dejar pasar esa oportunidad.

Finalmente, a los 56 minutos del segundo tiempo, tuvimos una jugada de esquina a favor. El balón fue lanzado al centro del área, justo donde yo me encontraba, esperando el rebote. El defensa de Sol de América intentó despejar con un cabezazo, pero el balón quedó flotando a unos metros. Lo vi en el aire. En segundos, me lancé con la pierna izquierda y conecté de lleno, mandando el balón directo al ángulo superior izquierdo de la portería.

—¡Goooool! —gritaron los compañeros, y el estadio estalló con los pocos hinchas que estaban allí. Mi corazón latía al ritmo del gol, y el rugido de la pequeña hinchada me dio una energía que nunca antes había sentido.

Pero fue algo más lo que pasó en ese momento. Mientras celebraba con mis compañeros, algo en la grada llamó mi atención. En medio de la multitud, vi a una mujer que me observaba fijamente. No era una de las chicas del barrio, ni una chica común que se acercaba solo por curiosidad. Su mirada era penetrante, llena de algo que no pude identificar en ese momento. Y lo más extraño: la reconocí al instante. Había visto a esa mujer antes. En la televisión, en mi otra vida. Malala Olitte.

Era imposible, lo sabía. Pero ahí estaba, viéndome, como si el destino hubiese querido reunirnos en ese preciso momento. La vi sonreír brevemente, y entonces mi corazón dio un vuelco. No me importó que fuera mayor que yo, que pareciera estar allí por casualidad. Mi instinto me decía que algo importante sucedería.

Al terminar la jugada, y mientras mis compañeros seguían celebrando, no pude evitar darle una última mirada a esa mujer en la grada. Entonces, en un impulso que ni yo mismo entendí, me acerqué al borde del campo. Miré hacia ella, con el corazón acelerado, y antes de darme cuenta, levanté los dedos de la mano, haciendo un pequeño corazón con ellos. La vi sonreír y, de alguna manera, sentí que había dejado mi huella en ella.

Era un gesto simple, pero fue lo más natural del mundo. En un segundo, se convirtió en algo simbólico. El primer gol, la primera vez que alguien en las gradas me observaba de una manera distinta, y mi primer acercamiento a alguien que, en mi otra vida, había sido un rostro lejano.

El pitido final llegó poco después, y aunque el equipo ganó por 2-0, no pude dejar de pensar en ella. Malala Olitte. En mi mente, algo me decía que en el futuro tendríamos más de un cruce. Aunque no lo sabía en ese momento, la sensación de que había comenzado algo que trascendía el fútbol me dejó intranquilo, pero al mismo tiempo, emocionado.

Y así, el primer partido pasó. Con un gol que quedaría en mi memoria como el comienzo de todo. Y con una mujer en la grada que, de alguna manera, ya era parte de mi historia.

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