capitulo 1

Les contaré cómo pasé de ser parte de la seguridad personal de la familia Castillo a ser parte de la familia. Pasé 20 años viviendo en España, todo ese tiempo sin conocer a mi propia madre. El día que nací, fui separada de ella y traída a este país porque podría ser una carga para la familia de mi madre. Ya que mi padre era de familia humilde, mientras que mi madre era parte de una de las familias más poderosas de Colombia. Si ella me hubiera tenido, habría sido un gran escándalo para su familia. Por eso, jamás la conocí.

Durante mi niñez, lo único que me decía mi padre era que mi madre había muerto. Pero yo siempre supe que me ocultaba algo. En la escuela, veía cómo mis amigas eran recogidas por sus madres a la hora de la salida. Siempre me preguntaban dónde estaba mi madre, y yo les decía que estaba en el cielo. A mis 10 años, tomé la decisión de exigirle a mi padre que me dijera la verdad. Ya estaba cansada de mentirles a mis amigas.

—Padre, quiero que me digas la verdad sobre mi madre. ¿No me quiso y por eso se fue? No me mientas, por favor, te lo pido —dije con lágrimas en los ojos.

—Está bien, te contaré la verdad, hija —respondió mi padre con voz temblorosa.

—Dime ya —insistí.

—Tu madre no está muerta. Ella está viva —confesó.

Cuando escuché esas palabras, quise salir corriendo. No entendía por qué mi propia madre no me había querido. Mi padre me tomó en sus brazos y me sentó sobre la cama. Se arrodilló frente a mí, a mi altura, y con sus manos me secó las lágrimas.

—Tu madre cree que naciste muerta. Su familia le hizo creer eso —explicó.

—¿Pero por qué lo hicieron? ¿Y por qué me mentiste diciendo que ella estaba muerta? —pregunté entre sollozos.

—Te contaré lo que pasó, hija. Cuando tu madre me contó que estaba embarazada, salí corriendo. Ella tuvo una crisis que la llevó a dar a luz a los ocho meses. No sabía cómo había ocultado el embarazo tanto tiempo. Cuando me enteré de lo que le pasó, me arrepentí de haberla abandonado. Pero su abuelo amenazó a mi familia con hacernos pagar por haberme involucrado con su nieta. Llegué al hospital donde la tenían y escuché la conversación que él tenía con su hijo. Decidieron darte en adopción. No podía permitir que te llevarán lejos, así que me acerqué y les dije que yo me encargaría de ti, que desapareceríamos de sus vidas. Y así lo hice, hija —confesó mi padre.

—¿Por qué me separaron de ella? —pregunté, sintiendo un nudo en la garganta.

Mientras lloraba en sus abrazos, mi padre me pidió perdón una y otra vez por haberme mentido todo este tiempo. Días después, comenzó a enseñarme artes marciales de defensa personal. En ese momento, no entendía por qué lo hacía, pero con el tiempo me di cuenta de que me estaba preparando para algo importante. Todos los días, después de clases, mi padre dedicaba su tiempo a entrenarme en diferentes tipos de defensa personal. A los 17 años, me enseñó a usar todo tipo de armas, desde armas de fuego hasta armas blancas, convirtiéndome en una experta en el uso de las dagas.

Mi padre me explicó que todo ese tiempo de entrenamiento era para prepararme para algo que sucedería en unos años, cuando tendría que defender el patrimonio de mi madre. Ella no sería capaz de enfrentar esa guerra por sí sola, y yo tendría que acercarme a ella sin que se diera cuenta de que soy su hija. Con la esperanza de que, algún día, le revelaría la verdad: que su hija no estaba muerta, que estaba viva y que yo era su hija Luisa del Castillo.

Cuando cumplí 20 años, mi padre llegó mientras terminaba mi sesión de entrenamiento. Mientras me secaba el sudor con una toalla, me pasó una botella de agua. Tomé un sorbo y me miró fijamente.

—Quiero que empieces a hacer las maletas —dijo.

—¿Llegó el día de ir allá, padre? ¿Tan pronto? —pregunté, sorprendida.

—Sí, mañana a primera hora viajamos —respondió.

—Pero, ¿Cómo vamos a hacer para que ella se ponga en contacto contigo? Podría odiarte por lo que le hiciste —dije, preocupada.

—Voy a dejar algunas pistas que la harán buscarme —aseguró.

—¿Tú crees que lo hará ? Yo no te creo, padre —respondí, escéptica.

Mi padre ni siquiera me respondió. Se quedó callado, y yo me puse a hacer las maletas tal como me lo ordenó. A la mañana siguiente, en las primeras horas, viajamos en avión hacia Colombia. Después de unas nueve horas, llegamos al país donde se encontraba mi madre.

Las primeras semanas en Colombia fueron difíciles para mi. Ya que en España había dejado atrás a mis amistades, pero sabía que este era el lugar donde necesitaba estar. Desde el principio, mi padre hizo todo lo posible para que mi madre se diera cuenta de que él había vuelto. Sabía que sería difícil, ya que entendía que mi madre no quería verlo en su vida. Pero un día, ella lo contactó porque necesitaba su ayuda. Así fue como se reunieron.

Después de verse, mi padre me contó que ella le había pedido que investigara a dos personas. Le dije que yo podría encargarme de recoger toda la información que ella necesitaba sobre esas dos personas.

Con los dos hombres que mi padre me asignó para ayudarme, le indiqué a uno que se encargará de seguir a la otra chica, mientras yo me encargaría de seguir a la madrastra de mi madre. Mientras la seguía, nada de lo que hacía me parecía sospechoso, hasta que un día se dirigió a una de las zonas más pobres de la ciudad, conocida como el bajo mundo de la capital. La vi reunirse con tres hombres que, por su apariencia, parecían ser muy rudos, con tatuajes que usan los integrantes de una mafia. Dejé de seguir a la madrastra de mi madre y me enfoqué en estos tres hombres, de los cuales podría obtener información. Era hora de poner en práctica todo lo que mi padre me había enseñado en estos diez años. Tenía que demostrar que estaba a la altura de todo esto.

Aquellos hombres se reunieron en un bar de la zona. Les ordené a los hombres de mi padre que se quedarán afuera y que me informaran de lo que pasaba fuera de ese lugar. Mientras tanto, yo entré. Con solo poner un pie dentro del bar, me llevé las miradas de los hombres que estaban allí y de las mujeres que me veían con envidia. Llevaba puesta una blusa con escote que dejaba ver mi ombligo, acompañada de una falda que me llegaba justo por encima de las rodillas. De inmediato, vi a mi víctima. Era momento de hacer que cayera en mis redes.

Lo primero que hice fue acercarme a la barra y pedir un trago. Mientras tomaba un poco de mi bebida, lo miraba de reojo. Cuando estaba por pedir mi segundo trago, aquel hombre se acercó a la barra, pidió un trago y me invitó otro. Comenzamos a conversar.

—¿Qué hace una joven como tú solita en un lugar tan peligroso? —preguntó el hombre.

Respondí de forma coqueta:

—Estoy en busca de diversión. Me dijeron que en estos lugares siempre hay diversión.

—Viniste al lugar indicado, señorita —dijo el hombre con una sonrisa.

Los minutos pasaron, y el hombre ya estaba casi en mis redes. Tenía que hacer que cayera del todo. Comencé a hablarle en voz baja, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera por mi voz. Pasé mi mano por su pecho y le dije que ya estaba aburrida en ese lugar, que mejor nos fuéramos a un lugar más privado donde pudiéramos divertirnos los dos solos. Después de decir eso, nos pusimos de pie. El muy descarado me dio una nalgada. Tuve que contenerme de no matarlo en ese lugar.

Mientras caminábamos hacia la salida del bar, el hombre metió la mano por debajo de mi falda. Podía sentir su mano acariciando mis muslos. Sentía un asco inmenso. Al salir del lugar, le hice una seña a los hombres de mi padre para que no nos siguieran. Mientras tanto, él y yo nos subimos a su carro y nos dirigimos a un motel que estaba cerca del bar.

Al llegar al motel con aquel hombre, él nos registró. Después de hacerlo, fuimos al cuarto donde tendría que sacarle toda la información que supiera sobre la madrastra de madre. Cuando entramos al cuarto, sus hombres se quedaron afuera para vigilar. Él, de inmediato, me cogió con sus brazos, tan cerca que podía sentir su aliento. Me separé de él rápidamente, haciéndolo sentar en una silla.

De mi bolso, saqué cuatro esposas que llevaba conmigo. En ese momento, él susurró al oído que me encanta ser muy juguetona y que él sería mi esclavo personal esta noche. Le puse las esposas en las muñecas, atándose a los brazos de la silla, y luego en sus tobillos, asegurándome de que no pudiera moverse. Con un trapo, le tapé la boca para evitar que gritara.

Mientras tanto, comencé a quitarme la ropa lentamente, con una mirada seductora. Primero me quité la blusa, luego y finalmente dejé caer mi falda al suelo. Quedé frente a él, mostrando la lencería que llevaba esa noche: un conjunto de encaje negro, acompañado de medias veladas. Caminé de manera sensual hacia la puerta y la abrí. Hice señas a los dos hombres que estaban afuera, moviendo el dedo para que entraran.

—¿Por qué no se unen a nosotros un rato? Quiero ser una chica mala esta noche. —les dije con una voz seductora

Cuando entraron, cerré la puerta detrás de mí. Mientras ellos veían que él estaba esposado en la silla, me agaché y, con un movimiento rápido, saqué dos pequeñas dagas que escondía en mis medias veladas. En un instante, corté la garganta de los dos hombres, acabando con su vida de inmediato. El hombre, al ver lo que acababa de suceder, en sus ojos podía ver el miedo que él estaba sintiendo . Me acerqué a él,y luego la deslicé por su cuello mi daga, haciendo un leve corte. pasando mi lengua por la daga manchada de sangre

le susurré al oído y le mostré una fotografía de la persona

—Vas a contarme todo lo que sabes sobre esta persona . Y si me mientes, te pasará lo mismo que a tus amigos.