El sonido de las turbinas aéreas pasaba sobre los tejados como cuchillas invisibles. La lluvia de neón caía en forma de luces reflejadas en los charcos de aceite. La ciudad no dormía, pero tampoco vivía… NeoLumen simplemente procesaba.
Kael se movía como una sombra entre sombras, su silueta absorbida por los rincones más oscuros del Sector 7. Cada paso era calculado, cada respiro, contenido. Las cámaras térmicas lo buscaban. Las luces infrarrojas se movían sobre las paredes como ojos ciegos. Pero él sabía dónde no mirar, dónde no ser.
Su chaqueta, una mezcla de fibra táctil y residuos de hardware obsoleto, se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. La capucha cubría su cabello negro, y el brillo tenue de sus dientes azules, oculto tras una bufanda negra, era la única traza de su anomalía genética. Un secreto.
—Zona 7 asegurada —murmuró a través de un microcanal encriptado.
La voz de Myra le respondió al instante, grave, con tensión contenida:
—Escuché algo. Ruidos... como si estuvieran detrás de ti. Los centinelas de Noctis Core están por el mercado. No tienes mucho tiempo.
Kael alzó la vista. Allá arriba, en lo más alto de los edificios flotantes, una estructura negra con luces violetas latía como un corazón artificial. La Torre Somnium, cuartel general de Noctis Core. No figuraba en ningún plano público. La mayoría de los ciudadanos ni siquiera sabían que existía.
Sacó de su mochila un objeto envuelto en tela aislante: un cubo metálico con inscripciones que no estaban en ningún lenguaje humano. Vibraba suavemente. El Clave-Viva.
—¿Estás segura de que este núcleo no es un señuelo? —preguntó.
—No. Nadie está seguro de nada cuando se trata de Noctis Core —susurró Myra—. Solo sabemos que ese cubo... te está buscando a ti.
Una ráfaga de viento caliente le rozó la cara. Sintió cómo algo invisible pasaba sobre él. No un dron. Algo más… orgánico. Algo que lo olía.
Kael tragó saliva.
—Lo tengo. Me muevo.
Saltó un muro y aterrizó sin ruido. Justo entonces, una luz roja estalló en el cielo como una bengala invertida. Un rastreador había fijado su posición.
—¡Kael! ¡No mires atrás! ¡Activa tu pulso! —gritó Myra.
Pero Kael no se movió. Giró lentamente.
Una figura flotaba a unos metros del suelo. Tenía forma humanoide, pero su rostro era solo una pantalla con un símbolo antiguo: una luna invertida dentro de un triángulo.
No hablaba. No emitía sonido. Solo estaba ahí, observando.
Kael entrecerró los ojos. Por alguna razón, su pulso no respondía. El cubo comenzó a vibrar más fuerte. Una luz azul escapaba por las ranuras de su boca. Su sonrisa se encendió, más brillante que nunca.
Y entonces recordó una palabra. No sabía de dónde venía. Tal vez un sueño, tal vez un recuerdo implanteado.
—“LUCIDIA” —susurró.
La figura desapareció. Y el cielo... cambió de color.