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Capítulo 3: Competencia Física - Parte 1

A las 0600 horas, la Diana estalló por los altavoces.

Todos los cadetes saltaron de sus cuchetas como si el techo se viniera abajo.

—¡Todos formados en un minuto! —gritó una voz desde los parlantes.

Algunos tropezaban al intentar calzarse las botas, otros no encontraban la remera en medio del apuro.

El sueño todavía les nublaba la vista.

Un minuto después, el sargento irrumpió en la habitación.

—¡Firmes! —bramó.

Estaban todos en fila frente a sus camas… Más o menos.

Algunos sin remera, otros con una sola bota puesta.

El caos tenía forma de formación militar.

—Hoy seré bueno con ustedes, por ser su primera mañana —dijo el sargento con tono irónico—.

Así que... cincuenta flexiones por no estar listos.

Y otras cincuenta por no tener la cama hecha.

¡Al suelo!

Las flexiones no tardaron en arrancar quejidos.

El frío del suelo se metía por las palmas mientras el sargento contaba en voz alta, sin 

perder la sonrisa burlona.

Después del castigo, los cadetes fueron llevados al comedor.

El desayuno fue rápido: una taza de mate cocido caliente, pan y algo de fruta.

Nadie se quejó, nadie habló demasiado.

Todavía les dolían los brazos.

Al terminar, los hicieron formar en el campo de entrenamiento.

El aire estaba fresco, pero el cielo prometía un sol fuerte.

Los sargentos los observaron desde una tarima, mientras una figura subía al centro.

Era el Teniente Rivas, encargado de coordinar las pruebas físicas.

—Cadetes —dijo, su voz proyectándose firme por el megáfono—, hoy comienza la segunda etapa. Las pruebas de habilidad.

Las pruebas estarán divididas en dos bloques: físico y elemental.

Y recuerden: su clase determina su poder mágico, no su condición física.

Así que todos compiten en igualdad o… Más o menos.

Sumarán puntos en cada prueba. Aquellos que obtengan los mejores resultados... serán tenidos en cuenta para futuros ascensos y misiones especiales.

Y los que terminan al final de la tabla… bueno, el ENAM no malgasta recursos.

Una tensión eléctrica recorrió la formación.

—En la pantalla podrán ver la tabla de puntuación

{

┌───────────────────────┐

Asignación de puntos por posición

├───────────────────────┤

│ 1° → 10 puntos

│ 2° → 9 puntos

│ 3° → 8 puntos

│ 4°-5° → 7 puntos

│ 6°-10° → 6 puntos

│ 11°-20° → 5 puntos

│ 21°-35° → 3 punto

│ 36°-50° → 1 punto

│ 51°+ → 0 puntos

└────────────────────────┘

}

—Primera prueba: resistencia. Carrera de 10 kilómetros.

—Preparen sus cuerpos... y sus egos. No todos van a lucirse.

Todos se posicionaron en la línea de salida, alrededor de setenta cadetes. El aire olía a césped húmedo y tensión.

—Tres.

—Dos.

—Uno.

!Pam!

El disparo rompió el silencio y los cuerpos se lanzaron hacia adelante.

Entre empujones, codazos y gritos ahogados, los más decididos tomaron la delantera.

Ezequiel iba adelante, eufórico, dejando atrás a la mayoría sin esfuerzo.

~ Ja, idiotas... Esto lo gano caminando. ~

Sus pasos retumbaban con fuerza en el suelo de tierra apisonada.

No mira hacia atrás.

Pero esa ventaja inicial… no le duraría mucho.

Esto no era una carrera de velocidad.

Era de resistencia.

Y con un tercio de la carrera, su respiración ya no era tan pareja.

Empezó a sentir las piernas más pesadas. El pecho se le comprimía y cada bocanada de aire era más costosa.

—Mierda… —bufó, bajando el ritmo por primera vez.

Mientras tanto, detrás suyo, otros cadetes corrían con más estrategia.

Koch mantenía un ritmo firme, una velocidad constante. No hablaba, no miraba a los lados. Su mente estaba en la meta.

Jazmin corría con el ceño fruncido, calculando cada paso, regulando su energía.

Lautaro… simplemente intentaba no caerse de cansancio.

Y Enzo, más atrás, ya sentía el cansancio trepandole por las piernas.

No tenía la resistencia de los mejores, ni la velocidad de los más entrenados.

Pero no se detenía.

Cada paso era un pequeño triunfo.

Cada bocanada de aire, una promesa de no rendirse.

Entonces, varios metros delante de él, 

Ezequiel ya había perdido el liderazgo.

Furioso, sin medir consecuencias, le pisó el tobillo a otro cadete.

El chico cayó con fuerza, rodando sobre la tierra. Intentó levantarse, pero se sujetaba la pierna con una mueca de dolor.

Muchos lo esquivaban. Nadie se detuvo.

Pero Enzo frenó. Giró sobre sus talones, volvió atrás y le tendió la mano.

—¿Estás bien? Vamos, te ayudo.

—No es tu problema —dijo el chico, con el orgullo roto.

—Ahora sí lo es. Dale, levantate. —respondió Enzo, con la frente empapada de sudor.

Ambos siguieron corriendo, más lento, pero firmes.

El otro cadete cojeaba levemente, pero no perdía el ritmo.

El camino comenzaba a llenarse de gritos desde la meta.

—¡Última vuelta!

Con un último esfuerzo, los que aún tenían aire, comenzaron a acelerar.

Y una nube de polvo marcaba el paso del primero, Koch, que cruzo la linea sin perder una pizca de aire.

Inmutable. Preciso.

—No me sorprende. —susurró un teniente.

Segundos después, Ezequiel llegó detrás, resoplando con rabia, llevándose el tercer puesto.

Jazmin apareció poco después, sexta. El sudor le marcaba el rostro, pero no se le notaba el cansancio.

Lautaro cruzó en el grupo del medio, exhausto, pero satisfecho.

Enzo llegó último.

O cerca.

Lo suficiente para que ni siquiera lo anotaran en la lista de los que sumaban puntos.

Pero no bajó la cabeza.

Porque al llegar… lo hizo con alguien a quien no dejó atrás.

—¡¡¿¡ESTAS LOCO O SOS PELOTUDO!?!! —gritó una voz a lo lejos.

El chico que Enzo había ayudado se encogió como si le hubieran tirado un baldazo de agua fría.

Delante suyo, una joven de cabello rojizo y mirada afilada venía caminando a paso firme, con una botella de agua aun en la mano.

—¡¿Como que casi no terminas la carrera por ir corriendo como idiota?! —espeto mientras le tiraba agua en la cara— ¡Encima caradura no le dijiste ni gracias a quien te salvo el orto!

—¡Ya voy, ya voy! —balbuceó él, intentando zafar.

—No, Vas ahora. ¡Movete! —Y sin darle opción, lo empujó de un codazo hacia Enzo.

Enzo, que justo estaba tomando agua y tratando de respirar con normalidad, levanto la mirada confundido.

—Eh… hola —dijo el chico, algo avergonzado—. Gracias por… ya sabes, por no dejarme tirado.

Enzo sonrió.

—No fue nada, Me pareció lo correcto.

—Igual, gracias —repitió, más sincero esta vez— Soy Vicente, por cierto.

—Enzo.

—Y esta —dijo Vicente, señalando con el pulgar por encima del hombro mientras la chica lo fulminaba con la mirada— es mi hermana gemela.

—Victoria. Pero podes decirme Vicky—interrumpió ella, cruzada de brazos.

—¿Siempre es así? —preguntó Enzo, en todo de broma.

—Peor cuando no hay gente mirando —respondió Vicente, ya resignado.

Ella le dio un golpe en la cabeza con la botella.

Y por primera vez desde que empezó el día, Enzo soltó una carcajada.

—¿Y qué te pasó? ¿Te tropezaste? —preguntó Enzo.

—En realidad no… alguien me pisó el tobillo. —respondió Vicente, rascándose la cabeza.

Ambos lo miraron con sorpresa.

—¿Y viste quién fue? —preguntó Victoria, frunciendo el ceño.

—Con tanta gente corriendo, ni idea.

Victoria apretó los puños.

—Grrr… Cuando sepa quién fue, lo reviento.

—Tranqui, chicos… hay que enfocarse en las próximas pruebas. Vicente y yo no sumamos.

—dijo Enzo, intentando cambiar de tema—. ¿Y vos, Victoria? ¿Cómo te fue?

—Posición 19, mejor que mi hermano, como siempre —dijo Victoria con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos.

—¡Ey! Me lesionaron, ¡no cuenta! —protestó Vicente, alzando las manos.

—Excusas. Yo también corrí con el peso de tu fracaso sobre mis hombros y aún así llegué antes.

—No es sano competir con tu gemelo, ¿sabías?

—No es sano perder conmigo, tampoco —le guiñó un ojo a Enzo.

—Bueno nos vemos después. 

Enzo se quedó sentado en el césped, descansando y pensando.

~ ¿Dónde estará Lauti? ~

~ ¿Habrá podido sumar puntos? ~

Entonces, sintió algo frío recorrerle la espalda

Era Lautaro, tirándole agua desde una botella.

—¡Ja ja ja! ¿Está linda? —preguntó riendo.

—¡Está fría, boludo! —respondió Enzo, retorciendo el cuerpo.

Lautaro se dejó caer a su lado en el pasto.

—No sumaste nada, ¿no? —dijo mirándolo de reojo—. Te vi llegar de los últimos por ayudar a alguien…

siempre igual vos.

—No lo podía dejar tirado. ¿Y vos? ¿Sumaste algo?

—Tres puntitos adentro —dijo Lautaro, sonriendo y guiñando un ojo.

—¡Bien ahí! —le respondió Enzo, chocándole el puño.

Después del almuerzo, llegó la segunda prueba.

Nuevamente, el Teniente Rivas subió a la tarima con su porte imponente.

—¡Cadetes, firmes! —rugió a través del megáfono—. Felicitaciones a quienes lograron sus primeros puntos…

Pero esto no ha terminado.

Segunda prueba: Fuerza. Lanzamiento de peso.

Las reglas son simples:

A mayor distancia, mayor puntuación.

Tienen un solo intento, así que denlo todo.

Los cadetes formaron fila frente a la zona de lanzamiento.

Una pesa de acero macizo, marcada con el ENAM, esperaba en el centro del campo.

Uno por uno, fueron llamados.

—¡Koch, Nicolas! —gritó el sargento.

El joven avanzó sin dudar.

Tomó la pesa con una sola mano, flexionó las piernas, y con una explosion de fuerza, la lanzó por los aires.

Pero en el último momento, el peso se le resbaló levemente.

Apretó los dientes.

~ Mierda ~

Aun así, voló lejos.

32.12 metros.

Tercer puesto.

No perfecto, pero suficiente.

Después vinieron los demás.

—¡Romero, Ezequiel!

El muchacho sonrió confiado, camino hasta el centro con su arrogancia.

Tomó impulso con una carrera corta y soltó el proyectil como si fuera parte de él.

La pesa voló más allá de todos los registros previos.

34.20 metros

Primer puesto.

—¡Ja! La próxima les enseño. —dijo de forma arrogante.

Todos lo miraron con desprecio.

—¡Montenegro, Vicente! —gritó el sargento.

Con energía desbordante se paró el centro.

~ Tengo que ganarle en esto ~

Lanzó con fuerza, aunque algo desordenado.

28.46 metros

Noveno puesto.

—¡Ju ju! supera eso tontita —le dijo a su hermana en la cara.

No respondió.

—¡Montenegro, Victoria!

Seria, concentrada, Lanzó con técnica limpia.

26.09 metros.

Puesto diecinueve.

—Uy que paso? —dijo Vicente como hablándole a un bebe.

—Cerra el culo, se me resbaló un poco. —le respondió Victoria enojada.

—Mentira, solo admite que soy mej… 

¡Paf!

—Nunca. —dijo ella, dándole un golpe en la cara.

—¡Rossi, Lautaro! —gritó el sargento.

Se paró nervioso, respiró profundo y lanzó lo mejor que pudo.

24.63 metros.

Puesto 26.

—¡Acosta, Jazmin!

Su mirada era fuego. Tomó el peso, lo sostuvo firme, giró el cuerpo y lanzó con precisión.

26.72 metros.

puesto dieciséis.

—¡Ravengar, Enzo!

Respiró profundo. Visualizó el movimiento.

~ Esta vez no me quedo atras ~

No era su fuerte, pero se concentró.

El peso voló… no tanto como esperaba.

25.26 metros.

puesto veinticuatro.

Aun así, cerró los puños con fuerza.

~ Bien, no soy el último. No otra vez ~

~ Puesto veinticuatro entre setenta no está nada mal. ~

El sargento dio la última instrucción del día y los cadetes empezaron a dispersarse por el campo, buscando sombra, agua o simplemente un lugar para sentarse.

Las voces se mezclaban con risas cansadas, el sol bajaba lento…

Hasta que una explosión seca, como el rugido de un trueno, partió el aire.

Un zumbido extraño, antinatural.

Y entonces… la luz.

Blanca. Palpitante. Horrible.

Una Luz Mala… dentro del propio recinto del ENAM.

Nadie se movió.

El silencio cayó como un disparo.

Muchos se quedaron congelados, con el miedo clavado en la espalda.

Para la mayoría… era la primera vez que tenían una de esas cosas frente a frente.

Y esta vez… no era un simulacro.