—Parece que me metí en un buen lío —afirmó Genzō ante su situación.
Estaba parado frente a un hombre de mediana edad, de mal aspecto por el montón de cicatrices en su cuerpo. Viéndolo, parecía que quería matarlo. Al escuchar cómo me llamo... soy aquel personaje que se mencionó en los últimos capítulos de Forbidden Love, la novela que leí en mi infancia antes de ser un yakuza.
Trataba sobre una candidata a heroína con las cualidades de una princesita de cuento de hadas que se enamora del duque, al igual que él de ella: prácticamente amor a primera vista. Claro, tenían dificultades: ella era una heroína, él solo un duque, y la familia real no quería que se casaran. Pero ya saben, resuelven los problemas, se casan, todos felices por siempre, bla, bla, bla.
¿Y yo? Soy ese personaje que la protagonista lloró al visitar. En los últimos capítulos, fue a mis tierras… y lo que vio fue una masacre. Soy aquel amigo de la infancia que ella nunca visitó… y se arrepintió de no haberlo salvado.
—¡Robin, maldito! —gritó el hombre frente a mí.
Genzō pensó qué hacer con su enemigo. En un segundo, esquivó la espada que lo rozó. Vio que aquel hombre era rápido… pero él lo era aún más.
—¿Eso fue rápido? —murmuró mientras esquivaba la espada gruesa con un leve giro de cuello, como si apartara una hoja de papel en el viento.
El filo pasó a centímetros de su mejilla.
—La velocidad no es solo moverse rápido —dijo, apareciendo detrás del enemigo en un abrir y cerrar de ojos—. Es percibir antes de que el otro actúe, es leer el ritmo del cuerpo, el peso del pie al pisar, el temblor del hombro antes del golpe. La velocidad real no es correr más… es entender antes.
El enemigo apenas tuvo tiempo de parpadear. Un golpe lo lanzó contra la pared, dejándolo herido.
—Alguien puede tener piernas veloces —continuó Genzō mientras caminaba con calma hacia su enemigo—, pero si su mente es lenta… es igual que un caballo sin jinete. Impresionante, sí… pero fácil de controlar.
—Aagh… tos seca… no lo vi venir… ¿acaso tú ya eras fuerte desde antes? —murmuró el hombre caído.
Su cuerpo estaba completamente roto, y sus pulmones dejaban salir el aire como si su alma lo abandonara. Un hilo de sangre caía de su boca.
Genzō lo observó. No parecía contento por lo que había hecho.
—¡Khak!... —escupió sangre— ¿Qué velocidad fue esa…?
El hombre sintió una costilla perforar su corazón. Murió lentamente. Y Genzō, al verlo morir, sintió como si fuese la primera vez que asesinaba.
Caminó por los pasillos de la mansión, todo estaba destruido. Vio a un hombre atrapado debajo de unas tablas. Genzō se dio cuenta de que aún seguía con vida. Rápidamente levantó las tablas, y aquel hombre abrió los ojos.
—¡Joven señor! —gritó el hombre—. ¿Quién es usted? ¿Acaso lo conozco?
Genzō, confundido, lo observó… pero lo recordó con solo verle el rostro.
—¿Acaso eres tú… Raimond? —preguntó sorprendido.
—Sí, joven maestro, soy yo.
Raimond Westalis, mayordomo de la casa del barón Ludenword, era un cuarentón de estatura media, con un mostacho refinado y cualidades de todo un mayordomo. Gordito y adorable. Pero no te dejes engañar: en el volumen 7 de la novela original, este hombre fue uno de los villanos más peligrosos. Un villano que buscaba venganza contra el imperio que borró del mapa a la familia Ludenword. Y sí, los protagonistas lo mataron. Y ya saben lo que hizo la heroína después...
Genzō, viendo al villano con vida, comprendió que la historia había cambiado. El cuerpo de Robin seguía vivo, y por eso Raimond también lo estaba. Toda la familia murió… menos él.
—Pero ahora todo estará bien… creo —dijo Genzō con calma.
Tenía una duda.
—¿Quiénes eran esos tipos?
—Eran asesinos enviados por tres familias que conspiraban para quitarle las tierras a mi señor —respondió Raimond—. Más bien… mi señor… ¿dónde están ellos?
—Ah, yo los maté —afirmó Genzō.
Raimond pensó que era una broma… hasta que Genzō le mostró los cadáveres. Al verlos, Raimond comprendió que su joven señor se había vuelto fuerte, a pesar de su apariencia.
En ese momento, escucharon gritos de una mujer. Al voltear, vieron a una dama llorando que corrió y abrazó a Genzō de inmediato.
—¡Mi hijo! Raimond… me alegra que estén bien.
Era una mujer de cabello rubio dorado, piel suave y vestido azul. Lloraba mientras reía entre suspiros.
Genzō la reconoció. Era la madre de Robin, el dueño original del cuerpo.
Lestia Ludenword, de origen plebeyo, viuda del difunto barón Ludenword. Una mujer cálida, hermosa y algo torpe, pero una madre amorosa.
Genzō sonrió a su "madre".
—Déjenme solo un rato —pidió.
Ambos lo miraron confundidos, pero aceptaron y se fueron.
Genzō caminó al jardín, ahora sucio tras la batalla. Se sentó junto a una fuente cercana a un hermoso árbol y comenzó a pensar.
"¿Qué hago…? Quedé atrapado aquí, en la novela cliché que leí en mi infancia, en mi vida pasada… Quiero respuestas. Pero no sé cómo conseguirlas. Necesito ayuda…"
¡Fshhh!
Una interfaz de color verde apareció frente a Genzō.
—Hola, lector. Soy el que te trajo…
—¿¡Tú eres el malnacido que me trajo aquí!? ¿Por qué me castigas así?
—Por favor, lector, no te pongas así. Más bien… te hice un favor. Vi toda tu vida, desde que te volviste un mafioso hasta que moriste. Y decidí traerte aquí para que cumplas tu sueño: una vida de paz y tranquilidad.
—¿Y qué quieres a cambio? —preguntó Genzō.
—Ohh, lector… buena deducción. Sí, quiero algo a cambio: quiero que me entretengas. Pero no solo eso… también gana puntos de experiencia. Porque mientras tú ganas experiencia, yo… me vuelvo más inmortal.
—Ahhh… ¿solo quieres que te entretenga? ¿¡Crees que soy tu marioneta!?
—No tienes opción. Te conozco, lector. Te he visto desde niño. Tu vida siempre me entretuvo. Y ahora te reencarné en esta novela cliché que tanto odias. Pero no te preocupes. No te molestaré. Solo viviré a través de ti. Aunque si te niegas… te puedo matar ahora mismo y enviarte al infierno, donde pertenecerías. Sé que eres bueno, lector. Pero también sé que asesinaste a muchos. Ya sabes… en tu antigua vida.
—Ahora elige: ¿vivir para entretenerme y ayudarme a ser inmortal… o morir y pudrirte en el infierno?
Genzō no tenía más oportunidades. Prefirió vivir.
—Aceptaré vivir para entretenerte. Pero quiero que no me molestes, y que borres esta conversación de mi memoria. Y más aún… no quiero que te aparezcas cuando no recuerde nada. ¿Entendido?
—Jajaja… lector, así me gustas. Te haré caso. Y una cosa más: acepta quién eres ahora. El dueño de este cuerpo ya no existe. Su alma desapareció. Solo quedas tú… Kurokawa Genzō… o más bien, Robin Ludenword III.
Genzō aceptó. El sistema desapareció, cumpliendo su palabra.
Él miró al horizonte, recordando su vida pasada.
—Jajaja… —rió mientras veía el cielo—. Parece que tengo un nuevo objetivo en esta maldita novela cliché de romance y fantasía.
Genzō regresó a la mansión con una mirada fría… pero con una sonrisa de confianza que lo mantenía alegre.
Próximo capítulo: Cambiar mi apariencia